Tierra de nadie

Algo íntimo perece cada día

Nadie dice que fue la mera casualidad la que le libró de tomar ese tren o de subirse a ese autobús

Una imagen del sumergible Titan.

Una imagen del sumergible Titan. / EP

Juan José Millás

Juan José Millás

Han aparecido ya dos o tres personas, quizá cuatro, no sé, que estuvieron a punto de subirse al Titan, el batiscafo recientemente siniestrado, pero que por hache o por be (como decía mi madre) no llegaron a hacerlo. Todas se secan el sudor al tiempo de felicitarse, como cuando una moto ha estado a punto de matarte y te quedas perplejo, en medio de la calle, dudando si vives todavía. La gente que ha estado «a punto de» da mucho juego en las entrevistas porque es fácil identificarse con ellas. Todos hemos estado a punto de algo que no llegó a suceder. A punto de no nacer, por ejemplo: había trescientos millones de espermatozoides en una carretera frenética hacia el óvulo. En cierta ocasión vi un grupo de espermatozoides al microscopio y competían como locos entre sí. Siempre llega el más rápido, del que ignoramos si es también el más listo.

Hay cientos de historias sobre pasajeros que perdieron un avión que luego se estrelló. Cuando los periodistas les acercan la alcachofa, cuentan con todo detalle lo sucedido durante los minutos que precedieron a la salida del vuelo. Les parece un milagro. Muchos lo atribuyen a la intervención de su madre muerta, que los cuida desde el más allá; otros a una virgen de la que son devotos; algunos a la existencia de un orden que prevalece sobre el caos. Significa que la mayoría del personal cree en los cuentos de hadas, de ahí el éxito histórico de estos relatos. Nadie dice que fue la mera casualidad la que le libró de tomar ese tren o de subirse a ese autobús. Aquí es donde mejor se expresa la necesidad del sentido propia de los seres humanos. Necesitamos que las cosas ocurran por esto o por lo otro (por hache o por be).

Pero las cosas ocurren por nada, eso es lo que me parece a mí, lo que quizá no deje de ser un misticismo al revés. Hace poco se vino a bajo una casa entera, no recuerdo en qué localidad. Milagrosamente, no le pilló a nadie debajo. Hemos dicho «milagrosamente» porque parece mentira que diera tiempo a evacuar el edificio. Ahora bien, si lo pensamos a fondo, también es un milagro salir de casa por la mañana y regresar entero por la tarde. De hecho, nadie vuelve entero, lo que ocurre es que no percibimos las pérdidas porque vamos un poco ciegos por esta vida nuestra repleta de implosiones minúsculas en las que algo íntimo perece cada día.

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