En corto

¡A derogar, a derogar!

Pedro de Silva

Pedro de Silva

Un verbo llegado al mercado de palabras en momento de fertilidad es como un misil termoguiado en busca de su blanco. No importa que la aplicación del verbo al caso no pase el corte de la RAE: rotas las barreras, se deroga lo que haya a mano. En un antiguo reino del Reino, cuna de España pero también nido de hormigas rojas, se intenta derogar su lengua vernácula, la que hablaba el carlismo rural. En mi ciudad hay tanta prisa en el afán que hasta se cortan calles, en un verano lleno de turistas, para derogar en el pavimento rastros de sanchismo. Hay hambre atrasada en activistas (militantes y opinantes) de la derogación. Se ha documentado incluso la pública derogación, por indignos, de un grupo de septuagenarios avanzados que, más por preservar la pequeñita dignidad de viejo partisano que por fervor al réprobo, no se dejaban llevar por la corriente. ¡Malos tiempos para la lírica!

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