El contrapunto

Opacidad y pseudo-objetividad

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

Recuerdo con gratitud y respeto a Princesa Sánchez, una excelente periodista e inolvidable corresponsal de La Opinión de Málaga en mi pueblo, Marbella. Ella publicó hace unos años en las páginas de ‘Municipios’ de este admirable periódico, un revelador e inteligente artículo. Acompañado entonces por una foto más que oportuna, nos ponía al día sobre la posible legalización a través del futuro PGOU marbellí de un complejo de dos gigantescos edificios. Los que nos habían dejado, como una herencia amarga, el entonces Gobierno local del Gil y sus leales cómplices.

Con una sentencia del Tribunal Supremo que amparaba a los vecinos afectados por lo que ellos denunciaron como una aberración urbanística, el edificio estuvo algún tiempo precintado y, lógicamente, deshabitado. En su día la presión vecinal consiguió también evitar que se vendieran las 80 viviendas del complejo. Por lo tanto, provisionalmente se pudo evitar el engordar aún mas la lista de los afectados de buena fe en Marbella y San Pedro de Alcántara. Y esto ya fue de agradecer. Aunque el resto de esta historia ya lo conocen ustedes.

La más que discutible fórmula de blanquear las consecuencias de actuaciones delictivas a través de daltónicas decisiones administrativas oportunistas podría, al final de este deprimente episodio, llevar la bola de la ruleta a la casilla de los culpables de aquellos desmanes, en detrimento de los legítimos intereses de aquellos vecinos que sí cumplieron cuidadosamente en su día con la normativa urbanística del municipio. Aparte de destrozar estéticamente la entrada a un paraje de singular valor medioambiental y paisajístico. El del río Guadalpín, una zona turística muy importante para Marbella y la Costa del Sol malagueña.

Todo esto me trae a la memoria ahora un artículo del maestro David Brooks, («Greed and Stupidity») en el New York Times del pasado 3 de abril de 2009. El famoso columnista norteamericano identificó como una de las causas del entonces reciente colapso del sistema financiero de su país, el papel central que tuvo en aquel desastre la «opacidad y la pseudo-objetividad» del sistema. Además, muchas instituciones financieras de los Estados Unidos eran ya demasiado poderosas para poder ser reguladas. Y los instrumentos que habían creado al final para ese control eran demasiado complejos, incluso para los expertos que deberían manejarlos y supervisarlos. Como decía Brooks, muchos de los actores en esta tragedia eran muy buenos con las matemáticas. Pero un desastre por su ignorancia de la historia de la corrupción en su propio país.

Nos recordaba el periodista que con dinero público – el de los sufridos «tax-payers, los eternos paganos» - la élite financiera norteamericana consiguió hacer aquello en lo que son maestros: el proteger por encima de todo sus propios intereses. Y termina su artículo con un párrafo admirable, en el que llega a la conclusión de que el sistema se hundió no sólo por la codicia de una oligarquía que acumuló demasiado poder . Fue sobre todo por culpa de la arrogancia de los que estaban participando en un juego global que en el fondo nunca llegaron a comprender.

En el caso que nos ocupa, fruto envenenado de aquella burbuja inmobiliaria hispana, observamos aspectos tan sutiles y mediterráneos que lo hacen mucho más apasionante que la famosa crisis financiera norteamericana. Demasiado ingenua y simple ésta para la sensibilidad florentina de no pocos de nuestros magos del pelotazo insigne. Los conceptos de codicia y estupidez están en el caso de España perfectamente delimitados. Es decir, nuestros hiper-especuladores y sus compañeros de viaje, al servicio de su codicia casi insaciable, nunca fueron estúpidos. La estupidez la dejaron para las víctimas.

Suscríbete para seguir leyendo