El ojo crítico

Verano del 15

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

Con sus verdes colinas hasta donde alcanza la vista, el condado de Sussex Oriental es una de las zonas más bellas del sur de Inglaterra. Es comprensible que la escritora Virginia Woolf y su marido Leonard eligieran en 1929 una casa a las afueras de Rodmell para poder descansar de su atareada vida en Londres, para escribir y en la que recibir a sus amigos. En ella se instalaron de manera definitiva en 1940 huyendo de los bombardeos nazis en la II Guerra Mundial. Dijo Virginia Woolf que todo lo que necesitaba una mujer para ser independiente era una habitación propia y algo de dinero, frase que supuso una de las bases del feminismo. Pero Woolf fue algo más que una abanderada del movimiento de emancipación de la mujer a principios del siglo XX. Luchó por la igualdad de la mujer y también por la implantación en su país de ideas progresistas que mejoraran la calidad de vida de los habitantes de los barrios desfavorecidos en los que daba clases o a los que ayudaba a preparar sus manifestaciones en las que reivindicaban mejoras en sus condiciones laborables.

Aquella casa, llamada Monk´s House, se mantiene hoy día como si Virginia Woolf y los que la acompañaron se acabasen de marchar. Las estancias de la casa están llenas de pequeños objetos que permiten rastrear su vida diaria, pequeños retazos de una existencia que a pesar de haber tenido todos los elementos para ser plena terminó para Virginia de manera trágica. Fueron muchas las personalidades que visitaron la casa en la que vivieron buena parte de sus últimos años Virginia Woolf y su marido. Escritores, poetas y pintores que después acudían también a la cercana Charleston House, en el distrito de Lewes, centro del grupo intelectual Bloomsbury. El escritor Manuel Vicent contó en uno de sus artículos de prensa escrita el significado que tenía aquella casa: una de aquellas visitas debió ser la de Ludwig Wittgenstein (cuyo famoso Tractatus logico-philosophicus (1921) traté de leer en mi juventud sin mucho éxito). Un filósofo que a pesar de haber pasado media vida al borde la demencia, que casi todos sus hermanos también sufrieron, como si nunca hubiese encontrado las instrucciones del juego de la vida necesarias para poder integrarse en la sociedad, su misantropía, su tendencia a la soledad y a pesar de haber sido compañero de pupitre de Hitler, a pesar de todo esto, repito, a su manera tuvo una vida feliz. La última frase que dijo Wittgenstein antes de dejar este mundo se la susurró a su médico: «decid a los amigos que fui feliz». Por el contrario, Virginia Woolf tuvo una vida que se podría calificar de excelente en el aspecto literario y social. Se casó con un buen hombre que entendió sus desequilibrios psiquiátricos, conoció el éxito de ventas y de crítica, pero acabó con su vida tirándose a un río cercano a su casa con los bolsillos llenos de piedras. La lección de aquella Monk´s House, para Manuel Vicent, es que el infierno y el paraíso están dentro de cada uno sin que a veces podamos hacer nada por conseguir una explicación del motivo de su existencia ni de la tecla que hay que tocar para que desaparezca.

En el verano de 2015 tuve la oportunidad de visitar Monk´s House con mis hijos que en aquel entonces eran muy pequeños. Para ellos lo mejor del día fue poder jugar en el cuidado jardín que rodea la casa. Corrían y rodaban por el césped riendo y empujándose el uno al otro. Yo les observaba sentado en los escalones que dan acceso a una pequeña cabaña, en un lateral de la casa principal, que Virginia Woolf utilizaba como estudio para escribir y que contenía poco más que una mesa, una silla y su máquina de escribir. Cuesta creer en todos los cambios que han ocurrido desde aquel día. La salida del Reino Unido de la Unión Europea, la reciente guerra de Ucrania y una pandemia que sesgó la vida de millones de personas.

Uno de mis hijos, el mayor, se acercó corriendo a mí durante un instante. ¿Os gusta estar aquí?, le pregunté. Sí, somos muy felices, gritó mientras regresaba corriendo con su hermano. Algunas personas pueden captar la realidad de la vida en un segundo mientras otros no lo logran porque echan la suya a perder entre angustias existenciales. Sentado en medio de aquel bello jardín recordé aquel escrito de Manuel Vicent. Miré hacia atrás por encima de mi hombro y vi que al lado de una de las ventanas del estudio de Virginia Woolf alguien había colocado un atril con un libro de firmas para los visitantes. Me levanté y en una de las páginas en blanco de aquel lejano verano escribí lo siguiente: Decid que fuimos felices. Verano del 15. Fernando.

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