Tribuna

¿El periodismo está mal por Ibai?

Ibai Llanos.

Ibai Llanos.

Ana Bernal-Triviño

Ana Bernal-Triviño

Hace semanas, un reportaje en El País titulaba ‘Los chicos prefieren oír a Ibai Llanos que el telediario’ y hablaba de la crisis del periodismo. Por si alguien no lo sabe, Ibai es un streamer con récords mundiales de audiencia. Tiene 15 millones de seguidores en Twitch. Once millones en Youtube. El informe Digital News Report 2022 dice que el 15% de los menores de 25 años se informan a través de TikTok, que la confianza en las noticias cae desde 2017 y que hay mayor escepticismo ante lo que contamos. De esto, ¿tiene la culpa Ibai?

Solo hay que dar un repaso a las últimas semanas. Quizás hay gente que aún no entiende lo de Gaza e Israel, no por culpa de Ibai, sino por el silencio informativo sobre la ocupación palestina durante años, o por la sobredimensión de fuentes fieles al sionismo, sin dar espacio a las voces críticas. Quizás el «Que te vote Txapote» se escucha aún ante la falta de condena y respeto a las víctimas en tantas tertulias y columnas, que viven de la crispación. Quizás el negacionismo del cambio climático se deba a dar espacio a fuentes partidistas que se ríen de esta situación, en un evidente ninguneo de la ciencia. Quizás en el aumento de la violencia de género tenga que ver el daño que generan polémicas absurdas inventadas sobre feminismo, o por dar voz a maltratadores en lugar de escuchar a sus víctimas. Y así, con tantas cuestiones relevantes para ser mejor sociedad.

Quizás la desconfianza informativa puede ser de esas tertulias donde, en tantas ocasiones, hay cruces de mentiras. Pseudoperiodistas que aprovechan la falta de filtro en la moderación para soltar desinformación y bulos sin parar, con más interés en dar respuesta al partido que les da subvenciones o apoyo que en contar la verdad. Quizás se deba a medios que dieron gloria y equidistancia a los mensajes de la ultraderecha, frente a un Ibai que, en ocasiones, ha lanzado mensajes en sus directos más cargados de conciencia social y trabajadora que muchos otros con trajes y corbatas en platós.

Quizás se ha llegado a esto porque, ante la falta de alfabetización mediática, se han aplicado estrategias de devaluación de las noticias para generar desafección informativa. Y esta luego también repercute en una desafección hacia los problemas sociales. O, en su defecto, a silencios cómplices que ya lo han dicho todo.

Cuando leí esa noticia me acordé de Mario Tascón, periodista fallecido recientemente y visionario de lo que sería el periodismo. Cuando yo era joven, él visitó la redacción donde, por entonces, yo trabajaba. Y dijo, frente a directivos que miraban con desprecio el mundo incipiente de las redes sociales: «Quien no tenga una cuenta en Twitter no es periodista hoy día». Como siempre, tuvo razón.

Porque quizás la culpa es también de un periodismo cuyas élites han despreciado el talento en las redes sociales, incluido de periodistas profesionales que, desde el minuto uno, han trabajado sus perfiles en las redes con voz propia, generando contenido, fidelidad y audiencia. Sin asumir que no hay que descuidar ningún canal, para que otros no se apoderen de él. Eso sí, sabiendo valorar el buen trabajo en redes de quienes aprovechan este espacio para lanzar aún más desinformación, hacia una juventud que quieren persuadir para condicionar. Quizás quienes están arriba, en los mandos, siguen sin darse cuenta de que quien consulta todos los días las redes sociales es la misma persona que tiene el mando de la tele.

En esta desafección a la profesión también paga cada profesional del periodismo que ha trabajado desde la honestidad y que ve esta carrera manchada por el mal hacer de otros que nunca han querido ni respetado este oficio. Y el problema ya no es el daño que causen en la imagen de la profesión. El problema es que han roto la credibilidad y la confianza. Una sociedad que luego tiene que formar una opinión sólida para votar, entre este percal tóxico.

Quizás parte de nuestro mundo a la deriva se deba a esto, a una sociedad que se cree informada y no lo está. A una sociedad que se cree libre y está siendo manejada como títeres por negacionistas en medios. Porque una sociedad que no cree en su periodismo, que no quiere informarse y que va a la deriva de líderes que desinforman, es una sociedad perdida. 

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