Notas de domingo

Bragas a la vista

Bragas a la vista

Bragas a la vista / L. O.

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. El estupor del día. Leo un reportaje en Vogue que se titula: «Bragas a la vista: la manera menos arriesgada de sumarse a la tendencia más polémica de la temporada». No seré yo en esta ocasión el que vaya contra las tendencias. Desde la teoría.

Martes. Veo El crítico (TCM) documental sobre el periodista y escritor Carlos Boyero. Personajazo. Sale algún envidioso preguntándose por su éxito. Por el de Boyero, no por el de él. Ser auténtico y decir lo que le da la gana durante décadas, transmitir sensaciones, escribir bien, me respondo yo a mí mismo. El viernes pasado sobre el estreno de Napoleón, de Ridley Scott: «Me agota».

Miércoles. Verdinas con marisco y lechazo. Junto a nuestra mesa, unos abogados de la zona y más allá, un directivo de Sando. El Miguel, en La Malagueta, lleva dando bien de comer décadas a base de productos de aquí y de la vieja Castilla. Un hombre come morcilla en soledad. El conciliábulo, nombres van, nombres vienen, es con dos veteranos y queridos amigos periodistas. Con la segunda botella de vino cosechero se desastan un poquito las lenguas. Uno de ellos me propone ir luego a La Aduana a una conferencia del filósofo y columnista Gabriel Albiac dando un paseo; el otro me tienta para ir a tomar un whisky al Soho. Las difíciles elecciones que te presenta la vida. Creo que elegí bien.

Jueves. Se me acumula el trabajo lector. Creo que voy a abandonar un tiempo los diarios de Chirbes. Me gustan pero a ratos me deprimen. Una novela de Yasmina Reza, no es lo que me esperaba, en la que sale un avestruz en portada; la biografía de Ortega que en Cátedra ha publicado José Ramón Carriazo, que me tiene enganchado a los capítulos en los que se narran las visicitudes de El Imparcial, la fundación de El Sol y del vespertino La Voz, diario popular que, sobre todo a base de voceadores, llegó a difundir cien mil ejemplares en Madrid. Recibo la nueva novela de José Antonio Sau, El último guerrero (Isla de Siltolá). Devoro las treinta primeras páginas. Ceno escarola.

Viernes. Comienzo el día oyendo, en la cama, que es donde hay que oír no pocas cosas, las columnas habladas de Ignacio Peyró, deliciosa, en la Ser y la de Raúl del Pozo (¡Viva el vino!) en Onda Cero. Enumero luego mentalmente las bondades, no poco publicitadas y asumidas, de practicar una ligera gimnasia o paseo matinal, pero decido castigarme con la visión de una tertulia política en Antena 3, donde dos hombres maduros de leve calvicie y americanas negras están pelándose mientras yo doy sorbitos de un café que sabe a fin de semana. Hay un raro orden y quietud en la casa y comienzo a tomar notas para la escritura de esta sección. Salgo al balcón. Qué haríamos los columnistas sin un balcón, sin descartar que haya columnistas que vivan en un chalé con vistas a un seto pero con piscina y césped. El riesgo para ellos es la producción de una prosa de suburbio bien, una prosa tal vez de adosado, aspiracional, no prosa canalla del que ve a la vecina de enfrente en bata o a los viandantes corriendo a sus afanes o al supermercado. Ducha, calle y día primaveral. La redacción está llena. Y tiene unos estupendos balcones.

Suscríbete para seguir leyendo