Opinión | Notas de domingo

Jardinería y cerveza fría

Bandeja con cervezas.

Bandeja con cervezas. / L. O.

Lunes. «No es aconsejable citar a los taxistas en cuestiones políticas pero sí que uno puede valerse de los jardineros», afirma Paul Johnson en El arte de escribir columnas. Johnson escribió desde 1981 y durante muchos años una en la revista The Spectator además de discursos para políticos y abundante ensayo. Me viene la frase a la cabeza subido a un taxi con el que voy a alejarme un tanto de mi ciudad, no en vano, Johnson también recomendaba mucho al columnista que fuera mundano. Siempre me ha gustado mucho esa palabra, mundano, que no sé si va estando en desuso o adquirío una brizna de matiz peyorativo. Mundano. Mi taxista no habla de política y lleva puesta una emisora en la que hay una tertulia de asuntos del corazón, o sea, de asuntos mundanos. Para aprovechar el viaje y sacar alguna información (no tengo jardinero) estoy tentado de preguntarle algo acerca de la familia real británica. O sobre la invasión de pisos turísticos. O quizás acerca de la eclosión de los Uber y Cabify. Finalmente no pregunto nada y es él el que me pregunta: en efectivo o con tarjeta. Johnson tiene otro ensayo titulado Al diablo con Picasso, que da título a un volumen con textos variados. No lo he leído pero el título es sugerente. Un buen columnista ha de saber titular también. Un título que enganche, claro. Y más en estos tiempos de clickbait. Antes le tenía uno miedo a las analíticas médicas, a ver qué tal salen el colesterol y los triglicéridos. Ahora también está el miedo a las analíticas de las webs. Miedo a que salga que te han leído la columna 10.000 o que no te ha leído ni Dios o miedo a que te digan que te han leído más fuera de tu ciudad que en la tuya. Ahora que lo pienso, el taxista, con su silencio, también ha deslizado información. La elocuencia de algunos silencios. Podría ser el título de un ensayo de Johnson. ¿Serán de izquierdas o de derechas los jardineros?

Martes. Primero fueron a por nuestras panaderías y no dije nada. Luego fueron a por nuestras cafeterías y no dije nada. Ahora van a por nuestros baretos pero ya es tarde. Recalo en un templo nocturno, antro de toda la vida, para nativos y me encuentro una carta de cócteles horteras, un cambio de decoración y un público compuesto por zagales nórdicos que balbucean español mezclado con inglés etílico. Pienso en las cientos de noches y conversaciones que he tenido en este lugar, en aquella esquina, en ese lado de la barra, allí, aquí. Confesiones, humo. Otros tiempos. Recuerdo a un viejo camarero sabio y confesor. A saber qué ha sido de él. Antes de ser presa de la melancolía pido una cerveza de importación. Me preguntan si quiero hielo.

Miércoles. Te he escuchado hoy muy alterado en la radio, me dice un compañero. El caso es que yo había terminado la tertulia pensando que igual había estado un poco soso, tranquilón, sin intervenir demasiado. Pero me da cosa llevarle la contraria. Sí, sí, le digo. Es que tiene bemoles la cosa. La cosa. Me responde: sí, es una cosa tremenda. Pasa otro compañero y nos dice: qué cosas tenéis. Me empiezo a alterar.

Jueves. Releo párrafos de En agosto nos vemos, de García Márquez. «A cierta edad toda mujer está sola». Se me adhiere la frase a la testa ya para todo el día. La mastico y paladeo. Salgo a la calle y voy mirando a la gente y calibrando su posible nivel de soledad. Se me va la tarde sin decir adiós.

Viernes. Los besugos tienen diálogos de lubinas.