Opinión | Notas de domingo

Sudores

Aglomeraciones trenes de Cercanías

Aglomeraciones trenes de Cercanías / F. Calabuig

Lunes. Tren. Se sienta un señor a mi lado, se pone los auriculares y saca el móvil. No puedo evitar fisgonear y mirar de soslayo su pantallita. Comienza a ver vídeos de la rana Gustavo, el monstruo de las galletas y similares. Son como sketch infantiles cortos. No para de reír. Una risa franca, fresca, disfrutona, desinhibida. Yo saco mi libro, con aire de superioridad. Pero se me van los ojos hacia su móvil. Mi libro es un tostón, querría descansar algo pero no logro dormirme. Tras una hora y media de vídeos, el señor cae en un sueño profundo, con leves ronquidos. Y así seguirá media hora más hasta el fin del trayecto. Ha hecho un viaje feliz y placentero, despreocupado. A mí me duele la cabeza de pensar y de leer la prosa oscura de un inglés pedante. Me dan ganas de quitarme la chaqueta y arroparlo. Cuando llegamos y despierta se levanta y coge de la repisa donde se deja el equipaje de mano una gruesa carpeta que en su portada tiene un logo y en la que pone: Encuentro nacional de catedráticos de Bioquímica. Mi superioridad y yo le cedemos el paso para que baje del tren antes que nosotros.

Martes. Leo Chico de Madrid, un relato de Ignacio Aldecoa. Unas siete páginas. Eso es escribir.

Miércoles. Un país para leerlo, programa de La 2. En cada entrega, un lugar, territorio o provincia. En esta ocasión, Almagro. Un pueblo cargado de historia. Y de teatro. Salen dos chavales que han fundado una librería -Macondo- y en la que un chef local marida de cuando en cuando vino y libros. La librería se ve llena, 8.000 habitantes, y es la única del pueblo. Mientras miro el programa pienso en la cantidad de vidas que hay, en la cantidad de elecciones vitales que uno tiene por delante. Pienso también en cómo será la vida en Almagro, el día a día. Sale su corral de comedias, el teatro y una señora explica desde una bellísima plaza mayor, la historia cultural del municipio. TVE tiene escondido este programa (yo me lo he topado por casualidad a las nueve de la mañana, seguramente en redifusión), porque eso es lo que hay que hacer con los programas de libros: esconderlos para que así solo los veamos los iniciados o los afortunados o los que en determinados días, en hora de efervescencia informativa sobre política, buscamos otros horizontes, otras páginas. Esconderlos para que solo los veamos los de la secta de frikis o letraheridos o almagristas. Para que solo lo vean quienes se recuperan de una tuberculosis o una gripe y están obligatoriamente en casa. Despide el programa un chico con sombrero recomendando un libro juvenil.

Jueves. Camino por Sevilla, tomada por aficionados del Athlétic, que copan terrazas, proporcionan un saludable alboroto y se desparraman por la ciudad. Muchas familias con todos sus miembros vestidos de rojiblanco. Cuando en el plató me pregunten por las elecciones vascas diré que nadie habla en Euskadi de eso estos días y sí de la final de la Copa. Fantaseo sobre cómo podría influir en un votante la victoria o derrota del Athlétic. Comparto taxi con Ignacio Camacho para volver al centro. Hablamos de aquellos veranos de Marbella que tanto juego daban para escribir crónicas, como él mismo hizo brillantemente, para periódicos nacionales. A las tres de la tarde el calor aprieta. Ya. Santa Justa está muy animada. Me da por ir eligiendo personas de las que veo deambular por el vestíbulo e irles adjudicando un destino y una misión. Yo creo que el jamón de los bocadillos de aeropuerto y estaciones lo fabrican expresamente. Tiene un color especial.

Viernes. Abro el libro de Boyero (con Borja Hermoso) al azar. Leo una frase: «Almodóvar me la suda».