Opinión | Pensamientos

Compro oro

Un tasador de oro.

Un tasador de oro. / L. O.

Andaba yo despistado: no sabía de qué hablar en esta cita semanal (mira que hay temas, diría el otro). Por suerte abrí el buzón de mi portal y encontré la solución: un anuncio de «compro oro/compro plata».

Los buzones están más solitarios y aburridos que los dirigentes de CDS tratando de componer las listas para las europeas. Por el contrario, los establecimientos para deshacerse de los metales preciosos están a tope.

Siempre que hay crisis (¿cuándo no la hay?, se preguntaría el anterior), el oro se convierte en un refugio seguro. Su mercadeo también es un excelente negocio, en tanto se disponga de liquidez y paciencia.

El reclamo, apenas una octavilla, es de un céntrico establecimiento de Palma. La gama de objetos que se admiten es amplísima, pero un poco caótica. Se aceptan joyas, aunque también pulseras, pendientes y gargantillas.

Las herencias de nuestras abuelas y bisabuelas pueden acabar, muy fácilmente, en este sumidero. La tienda busca, con ansiedad, bajos de rosario y botonadas mallorquinas. Objetos como estos llegan a alcanzar sumas fabulosas en casas de antigüedades.

Hay un apartado para las piedras preciosas: diamantes, rubíes y esmeraldas. Curiosamente el folleto habla de un único zafiro, en singular. Relojes y medallas que pertenecieron a nuestros padres son también recuerdos a los que echar mano en caso de apuro.

Las estrecheces económicas suelen llegar por peldaños. Primero se acude, con los pocos o muchos objetos de valor, a una casa de empeño. Te vas a casa sin las joyas, con un poquito de dinero y con una papeleta que simboliza el préstamo rápido obtenido y la forma de recuperar los bienes.

Pues bien, el negocio hoy referenciado también trafica con las papeletas de empeño. Siempre se puede caer más bajo.

La otra gran vertiente de la actividad es la plata, la hermana segundona del oro. Con ella se han fabricado muchas bandejas, cuberterías, juegos de café, candelabros, accesorios de tocador… Las familias bien palmesanas poseían estos objetos, reservados frecuentemente para las grandes ocasiones.

Aquí sí que se pueden ofrecer lingotes de plata. Se ve que los que atesoran bloques de oro no suelen desprenderse de los mismos. Prefieren conservarlos en cajas fuertes particulares o en armarios de seguridad de los bancos.

La tienda nos ofrece todo tipo de facilidades. Se realizan tasaciones a domicilio. Se promete la máxima discreción y se anuncia total confianza.

Hay algo de vergonzoso en desprenderse de estas reliquias familiares. Quizás algunos sigan aparentando una solvencia que ya no tienen. También puede ser que quieran vender ese patrimonio a espaldas de otros parientes. Son historias tristes.

La humanidad lleva unos ocho mil años rindiendo culto a estos metales nobles. Siempre me he preguntado qué tendrán para atraer con tanta fuerza a pueblos y civilizaciones tan dispares. Nunca me ha gustado poseerlos, siquiera en las joyas habituales. No obstante, sería del género tonto rechazar una fortuna en lingotes preciosos.

Las personas, infantiles, anhelamos las cosas poco abundantes. Nos chiflan los objetos únicos, sofisticados, exóticos y que están al alcance de muy pocos. Las instituciones, especialmente la Iglesia y las monarquías, acumulan estos metales desde hace siglos. Los cristianos lo hacen, en teoría, para halagar a Dios, como si éste fuera un ser vanidoso. Craso error.

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