Opinión | 360 grados

El Estado Islámico, una organización de lo más extraña

El Kremlin intenta averiguar los posibles vínculos entre los terroristas que atentaron contra los asistentes a un concierto a las afueras de Moscú y el Estado ucraniano o con islamistas que combaten a Rusia en ese país.

Con poco sorprendente unanimidad, los gobiernos de la OTAN y los medios de comunicación occidentales aceptaron inmediatamente la reivindicación que de aquella acción terrorista hizo el Estado Islámico y desestimaron como mera fantasía las sospechas rusas de una posible vinculación con Ucrania.

Tal vez tengan razón políticos y editorialistas al criticar al Kremlin por haber hecho caso omiso de las advertencias del Gobierno de EEUU sobre la posibilidad de un ataque terrorista inminente en la capital rusa.

Si eso fue así, hay que atribuirlo sobre todo a la lamentable desconfianza que reina entre los Gobiernos de Rusia y EEUU, que hace tiempo que ni siquiera se hablan.

Pero, aunque sean al menos para muchos totalmente descabelladas las conjeturas del Kremlin, preciso es reconocer que el Estado islámico, con sus distintas ramas, es una organización bastante sospechosa.

Para el ex ministro de Energía y Medio Ambiente del Gobierno de Syriza Panagitis Lafazaris, resulta, por ejemplo, muy extraño que organizaciones islamistas como Isis o Al Qaeda se dediquen a atacar a Irán o Siria, que combaten a Israel, en lugar de combatir al Estado sionista.

¿Qué interés puede tener también el Estado Islámico en atacar a Rusia, favoreciendo así a Ucrania en la guerra que libran ambos países?, se pregunta el político griego.

Hay una serie de actuaciones sospechosas del ISIS que parecen abonar la teoría de algunos de que si el Estado Islámico no fue una creación de EEUU, al menos fue Washington quien lo alimentó.

Al Qaeda, por ejemplo, surgió de la movilización de los muyahadines afganos y de otras nacionalidades organizados por la CIA y los servicios secretos de sus aliados Pakistán y Arabia Saudí para combatir a los soviéticos en Afganistán.

Y cuando a su vez, Estados Unidos tuvo que abandonar Afganistán, miembros de los servicios de inteligencia y de las Fuerzas Armadas de ese país, que habían sido entrenados por Washington, se enrolaron en el Estado Islámico.

El auge de esta organización tampoco se entiende sin la destrucción por EEUU del Irak de Sadam Husein, que produjo un enorme vacío político en ese país, inmediatamente aprovechado por distintos grupos insurgentes.

EEUU intervendría más tarde en Siria en apoyo del alzamiento popular contra el Gobierno de Bashar al-Ásad: la CIA suministró armas y municiones a los grupos rebeldes, entre los que estaban también los yihadistas.

El propio consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, reconoció, según una filtración de Wikileaks, que Al Qaeda estaba de parte de EEUU en la guerra de Siria. Todo es demasiado confuso como para sacar conclusiones precipitadas.

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