Opinión | 725 PALABRAS

El tiempo pasa

Esta columna de hoy justifica la sexcentésima vigésimo cuarta desde que su espacio y sus intenciones vieron la luz el día 14 de mayo de 2012. Seiscientas veinticuatro entregas semanales y cuatrocientas cincuenta y dos mil cuatrocientas palabras, servidas en pacientes y primorosas entregas de setecientas veinticinco en setecientas veinticinco, dan para mucho, sin que ello, sensu stricto, venga a confirmar el estribillo desenamorado de Pablo Milanés, el trovero cubano, que afinaba su arte rompiendo a cantar aquello de «El tiempo pasa, | nos vamos poniendo viejos, | el amor no lo reflejo como ayer». Nótese que el peso del Quijote concita un total exacto de trescientas ochenta y una mil ciento cuatro palabras. Es decir setenta y una mil doscientas noventa y seis palabras menos de las que lleva tatuadas en su haber esta humilde columna que, de domingo en domingo, acude a su cita con usted, amable leyente.

Aprovechando que nuestra obra cumbre ha salido a la palestra, recordemos cómo su protagonista, don Alonso Quijano contaba que «si el poeta fuere casto en sus costumbres lo serán también sus versos, porque la pluma es la lengua del alma y fueren cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán los escritos». Trayendo a Cervantes, lo que pretendo expresar refiriéndome a esta columna es que parir palabras enhebrando pensamientos e hilvanarlos y ribetearlos desde el corazón y el cerebro, y viceversa, en mi caso no ha sido ni es una tarea fácil o difícil, sino, simple y llanamente, un reto voluntariamente adquirido y ritualizado; una hebdomadaria aventura puntual, cada vez; una continuada cita a ciegas a plazo fijo que a veces se ha mostrado estresante y a veces cómplice, que de todo ha habido en la cita con el folio en blanco a lo largo de las seiscientas veinticuatro entregas que se están cumpliendo en este preciso momento.

Saber si han dado para mucho, para algo o, simple y llanamente, para nada, no es importante. ¡Qué más da...! El espíritu más profundo de la columna que comparto con usted, imprescindible leyente, no reside en llenarla de letras formando palabras. Y ha sido y sigue siendo así, porque la derrota de mi particular nave hecha columna, durante todo el tiempo, ha sido navegar el folio rememorando los decires del benjamín de los Machado, es decir, haciendo mar al navegar y navegando la mar para hacerlo. Sin otra intención.

El tiempo, lleno de meses, días y horas transcurrido desde aquel 14 de mayo forma parte del lienzo de la vida, la mía en este caso. Nacemos envueltos en un quejido y ninguno queremos nacer, pero la Naturaleza se empeña en ello y siempre nos gana la partida. A veces, muchas, tal vez demasiadas, nacer se convierte en la primera trampa de cada existencia, porque no todos nacemos en el mejor sitio y momento para zurcir el entramado de nuestra salud emocional. Nuestras necesidades y emociones circunnavegan nuestro particular firmamento, que a veces es un firmamento lleno de basura cósmica que con el tiempo nos empuja a redescubrirnos en manos de los profesionales del alma. Ay, el apego y sus carencias...

Cuántas veces, a lo largo de la edad de esta columna, mientras espurreaba palabras, súbitamente, me ha invadido la pregunta ¿para qué ha tenido que entrar esta o aquella visión en mi cerebro mientras pensaba? Y cuántas veces un tropel de palabras aparentemente mudas, como si provinieran de entes de pocas palabras, han llegado a mi cerebro ululando como los recios vientos heridos de muerte que piden paso en su último viaje al infinito.

El tiempo pasa, y sé ciertamente que pasa porque en su tarea de pasar se solapa brevemente con el tiempo que recién está, lo que implica que durante un chispazo de tiempo el presente y el pasado compartan espacio, y este hecho, que suena a metafísico aunque no lo es, implica que para cuando venimos a darnos cuenta han pasado doce años, que es el tiempo transcurrido entre mi primera columna y esta que me ocupa en este momento.

El tiempo pasa, y lo sé, porque de cuando en vez mi consciencia parsimoniosa se encarga de recordarme que aunque el tiempo todo lo cura, solo se vive una vez y que para llegar a viejo y sabio hay que pasar por ser joven y estúpido.

Viva la estupidez y viva la sabiduría.

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