Cofradías

Servitas no quiso arriesgar

El carácter de la orden de siervos invitaba al rezo en el interior de San Felipe Neri

José Luis Pérez Cerón

José Luis Pérez Cerón

Piensen por un momento en la Virgen de los Dolores de Servitas: una joya de Fernando Ortiz del siglo XVIII. Ahora piensen en el carácter sobrio y reflexivo de la orden seglar. Su sino es la formación, el ejercicio de la caridad y la oración en torno a la figura de María. Todos estos factores hacen que los pies se pongan firmes en el suelo para decidir no salir en procesión si la climatología de la noche y madrugada del Viernes Santo es adversa.

Los miembros de la orden de Servitas realizaron junto a su párroco, Alejandro Pérez Verdugo, el Sermón de la Soledad con las puertas abiertas mientras la cola empezaba a abrazar al templo. En el centro de las circulares naves, la Virgen se veía iluminada por los cirios y un foco que remarcaba su rostro dada la oscuridad de la iglesia. En el altar, el estandarte con el corazón traspasado se veía también a la luz de las velas.

Mientras la atmósfera interna era de recogimiento y oración, fuera las familias tomaban a Servitas como un producto de consumo, algo desgraciadamente habitual. Faltaban al respeto a voces, con risas y sin más curiosidad que otra foto más para el olvodo en la memoria digital.

Sobre la Virgen resaltaba la figura de la fe que corona el templete del altar mayor de la iglesia, quizás invitando a agarrarnos a ella para un futuro Viernes Santo en el que se rece de nuevo la corona dolorosa en las calles.