Entrevista | Joan Fontcuberta Fotógrafo

«La tecnología no nos sustituirá, necesitará nuestra colaboración»

El Centro Andaluz de las Letras organiza esta tarde (19.00 horas) un encuentro con el fotógrafo en el Auditorio del Museo Picasso a propósito de la irrupción de la Inteligencia Artificial en la imagen

Fotógrafo, maestro y teórico de la fotografía (Premio Nacional de Fotografía y de Ensayo), Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) es un artista muy serio que necesita del humor («filtro imprescindible») y juega a engañar al espectador en el vértice siempre de lo real y lo ficticio

Fontcuberta, en una imagen de archivo

Fontcuberta, en una imagen de archivo / La Opinión

Elena Pita

¿Por qué recurre a la Inteligencia Artificial en su fotografía?

La IA está causando mucha alarma pero llevamos largo tiempo empleándola, sin ir más lejos en nuestros móviles. Ocurre que ahora somos conscientes de la repercusión que tendrá en nuestras vidas, multiplicando el potencial de investigación y también, de su aplicación con fines perversos, como es la guerra. La técnica resuelve problemas para la fabricación de imágenes, pero la idea, objetivo, sentido y resultado los sigo proponiendo y validando yo, que opero sobre aquello que la IA me ofrece hasta que el resultado me satisface.

¿Dónde queda la lente? ¿Es fotografía lo que prescinde de la lente?

No, no quedará sin sentido la lente, sino que tomará otros derroteros, igual que la cámara no sustituyó al lápiz ni al pincel en la representación visual. Me gusta mucho pensar con las manos, no renuncio ni a la cámara ni al pincel, pero me gusta mezclar imágenes generativas.

Una dualidad que utiliza para despistar o incluso… ¿Le gusta a usted engañar al espectador?

Todo mi trabajo consiste en fomentar la duda y criticar el poder de la imagen: las ilusiones existen y detrás de lo que vemos hay ficciones y engaños. La imagen que recibimos puede no corresponderse con lo que interpretamos.

Dice que, como la conciencia, el arte es todavía una prerrogativa estrictamente humana. ¿Todavía?

Soy tecno optimista: pese a que la ciencia ficción se empeñe en ello, la tecnología nunca nos va a sustituir como especie, siempre necesitará nuestra colaboración. Y podrá hacer nuestra vida más placentera y fácil. Lo que sí me da miedo son los fines para los que el ser humano la aplique.

El universo digital es una no-cosa por cuanto no es matérico –admite–, luego ¿no es lógico pensar que tal será el devenir de la humanidad, la no-persona?

Gran parte de nuestra vida sucede en las pantallas o el mundo de la no-cosa, hasta lo más íntimo pasa por ahí. Como Alicia, estamos dudando en qué lado del espejo nos quedamos.

¿Usted a qué lado se queda?

A mí me gusta el tránsito.

Habla de la «extimidad: mostración explícita de la intimidad para conseguir la aprobación del otro»: ¿se le ocurre algo más triste?

No debiéramos moralizar sobre eso sino constatarlo sociológicamente como algo que se está produciendo: los medios de comunicación fabrican un espectáculo a partir de cualquier circunstancia, como en un continuo reality.

La falta de intimidad es sinónimo de falta de libertad. ¿Ha vivido en alguna sociedad comunista, donde cerrar una puerta es un desafecto?

Sí, llevas razón. La intimidad empieza a valorarse en la época victoriana, es fruto del puritanismo británico y la prosperidad económica de la segunda Revolución Industrial, que permite construir viviendas mayores y con compartimentos. El baño privado es algo muy reciente en la Historia.

Privados de intimidad y precozmente erotizados, y ambas cosas por gracia de las redes sociales, ¿en que han convertido sus vidas los nativos digitales?

Tengo nietos y estoy absolutamente anonadado por cómo han sido trastocados los valores de hace apenas dos décadas a resultas de esa vida en la pantalla, que crea un estado de adicción real, no metafórica. La tecnología no debe suplantar la realidad sino integrarse en ella, pero cuando la única experiencia de un adolescente no está en la vida sino en la pantalla, tratar de reducirle el acceso a ella es como ahogarlo, de ahí sus reacciones viscerales e incluso violentas.

Incluso las relaciones sentimentales son hoy un producto de consumo –advierte. ¿Son conscientes los usuarios de Tinder y demás «redes casamenteras» de ser víctimas comerciales de una manipulación del sentimiento?

No, no lo son; ni tampoco, de que todo lo aparentemente gratuito lo estamos pagando a cambio de nuestra privacidad: esos datos van a ser utilizados y tienen un valor de mercado.

Fontcuberta, ¿por qué sostiene que el arte ha de ser monstruoso?

El concepto de monstruo, en su origen latino está vinculado a lo sobrenatural: venía a ser lo singular. Pero con el tiempo adquirió un cariz negativo. Hoy sólo en el lenguaje popular conservamos esta acepción de monstruo como algo único, tocado por lo divino. Además, monstruo y mostrar tienen la misma raíz, y una de las características esenciales del arte es la voluntad de mostrar y transmitir.

En la última edición de Arco no hubo escándalo. ¿Habrá dejado de “ser una mierda” el arte contemporáneo, tal y como la prensa especializada nos lo había vendido hasta ahora?

Las ferias son un laboratorio sociológico, a veces superficial y decorativo, en el que yo, como artista, me siento incómodo. Hay dos formas de entender el arte, como un laboratorio de ideas y como parte de la industria cultural, y habría que intentar que ambas parcelas coexistan sin lastimarse.

Había en cambio una profusión de representaciones naturalistas. ¿Estaremos empezando a pensar de manera biomórfica?

Hay indicios que apuntan a ello, en fotografía cada vez se prodiga más un sentimiento de protección del entorno natural. Nunca antes por ejemplo nos habíamos planteado que nuestros productos pudieran dañar la naturaleza. Es como ser conscientes de que la moda low-cost esclaviza infancias.

Fontcuberta, ¿esos dedos cercenados en su mano izquierda tienen algo que ver con la antigua alquimia fotográfica, como solía ocurrirles a los radiógrafos?

No. Cuando era pequeño me encantaban los inventos químicos, y hacer explotar bombas y cohetes, y llegué a una fórmula de pólvora negra potentísima. Tenía 11 años cuando cometí la imprudencia de usar como percutor una cabeza de cerilla, y mi mano saltó por los aires. Por suerte me hicieron algo muy novedoso entonces, que fue meterme la mano durante un tiempo bajo la piel de la barriga, para su regeneración. Lo mejor fue que en los tres meses que pasé en el hospital aprendí a jugar al ajedrez.

Lla primera guerra televisada generó una reacción pacifista y puso punto final a Vietnam. Hoy Gaza y Ucrania son objeto no tanto de cámaras periodísticas como de posts de influencers, ¿a dónde diablos vamos?

A la indiferencia y la pasividad: ya no empatizamos con el dolor ajeno. Hace falta actuar sobre el sistema educativo y los medios de comunicación para volver a sensibilizar a la ciudadanía: hay una carencia de alfabetización visual, hay que enseñar a los jóvenes a entender y contextualizar las imágenes. Nosotros distinguíamos los géneros, publicidad, noticias y entretenimiento, adaptábamos nuestra lectura a sus respectivos códigos, pero hoy ese aprendizaje no se da y todo se confunde.