Historias irrepetibles

El delantero de los siete dígitos

Trevor Francis, que falleció este verano en Marbella de un ataque al corazón, fue el primer jugador por el que se pagó un millón de libras y en su estreno en la Copa de Europa con el Nottingham Forest marcó el gol que les dio el título

Trevor Francis, cuando se estrenó con diecisiete años en el Birmingham City.

Trevor Francis, cuando se estrenó con diecisiete años en el Birmingham City. / La Opinión

Juan Carlos Álvarez

Trevor Francis se pasó la vida contestando preguntas sobre aquel cabezazo histórico que le dio al Nottingham Forest su primera Copa de Europa, pero solía echar mano de una ocurrencia para restarle importancia al momento: «Aunque a la gente le sorprende aquel no fue mi mayor logro, sino marcarle cuatro goles al Bolton con el Birmingham City. Eso sí que tenía mérito». La frase decía mucho de él, de su carácter afable y cercano, y del deseo de reivindicar aquellos años en los que se formó como futbolista, mucho antes de convertirse en una de las grandes estrellas del fútbol británico de los años setenta. Francis, hijo de un capataz de obra y de una costurera, era una máquina de marcar goles en el equipo del colegio de Plymouth, donde se crió. Le llamó el Birmingham City cuando tenía 15 años y antes de los 17 ya había hecho su estreno con la camiseta del primer equipo. El más joven en hacerlo hasta que hace bien poco Jude Bellingham superó su registro.

Mientras Francis, a quien le gustaba decir que no era un delantero sino un centrocampista con capacidad para golear, hacía su carrera y llevaba al Birmingham a la máxima categoría del fútbol inglés donde lo sostuvo siete temporadas gracias a sus goles, Inglaterra tomó el relevo del Ajax y del Bayern de Múnich para imponer su ley en la vieja Copa de Europa. Seis títulos cayeron de su lado de forma consecutiva. El Liverpool ganó tres títulos de aquella serie, el Aston Villa uno y el sorprendente Nottingham Forest, que acababa de ascender a Primera División en Inglaterra, dos. Una de esas historias impensables y que tuvo a Trevor Francis como protagonista principal.

La llegada de Brian Clough al banquillo de City Ground había supuesto una descarga de electricidad para el Forest. Sus ideas algo extravagantes, su personalidad, descaro y ambición supusieron una revolución para el equipo. Clough había llegado en 1975, cuando estaban en Segunda, con la idea de rememorar lo conseguido antes con el Derby County y olvidar de paso la nefasta experiencia en el Leeds United, el mejor equipo de su tiempo y donde solo duró 44 días. Con su buen ojo para los fichajes y la mano de su fiel Peter Taylor, Clough construyó un equipo repleto de jóvenes talentos, de algunos pretorianos que estuvieron a su lado en anteriores aventuras y de algunos veteranos a los que la suerte nunca había sonreído en la máxima categoría. El invento funcionó como nadie imaginaba y el Nottingham Forest consiguió en 1978 ganar la única Liga de su historia, lo que le daba derecho a jugar la vieja Copa de Europa. Clough tenía una espina clavada con esa competición. El primer sorteo de la competición pareció descartar cualquier esperanza para el Forest. Quedaron emparejados con el Liverpool, que jugaba la Copa de Europa como campeón de la anterior edición y su solvencia en estas eliminatorias estaba fuera de cualquier duda. Nadie creía en los de Clough, pero en una noche mágica de octubre consiguieron una victoria por 2-0 que el Liverpool no fue capaz de voltear en Anfield por lo que el Nottingham Forest se vio en los octavos de final donde superó con facilidad al AEK de Atenas.

En enero Clough hizo uno de sus movimientos de mercado que siempre sorprendían a la opinión pública. Convencido de que les faltaba un goleador se lanzó a por Trevor Francis, que acababa de estar una temporada jugando en los Detroit Express de la Mayor League Soccer de Estados Unidos. Un paso extraño para un futbolista que había acreditado en el Birmingham City su capacidad dentro del área. Pero era un tipo especial al que le gustaba probar diferentes experiencias y Estados Unidos resultaba atractivo para aventureros como él y se marchó unos meses cedido a Detroit. El Nottingham Forest pagó un millón de libras por él. Era la primera vez que un jugador alcanzaba una cifra de siete dígitos en el fútbol inglés. De hecho, a lo largo de la su vida Francis repetiría muchas veces que «hice un montón de cosas en el fútbol, pero hay gente que parece recordar únicamente lo que se pagó por mí».

Le gustase o no, Francis pasó a ser conocido como el «chico del millón de libras», algo que se puso de manifiesto en su presentación. Clough, dispuesto a descargar de trascendencia el momento, apareció en la pequeña sala de prensa del City Ground, el estadio del Forest, vestido con un llamativo chándal rojo y con una raqueta de squash en la mano. Decía que quería acabar rápido con la comparecencia ante los periodistas porque había quedado para jugar un partido y no quería retrasarse. Para descargar de presión a Francis negó que se hubiesen gastado un millón de libras en su fichaje: «Han sido 999.999», espetó a los periodistas.

Lo que no podían imaginar el Nottingham Forest y Brian Clough es que el estreno de Francis se iba a demorar tanto. Un problema con el papeleo retrasó su inscripción y le generó al club un sanción por parte de la UEFA que le impedía utilizar a su nuevo delantero durante tres eliminatorias. O llegaban a la final o Francis no jugaría esa temporada. Un quebradero de cabeza más para el entrenador y para el club que aún así avanzó para eliminar primero al Grashoppers y luego, en una agónica semifinal, al Colonia donde jugaba el joven Bernd Schuster. Habían empatado en Inglaterra (3-3) y la eliminatoria parecía del lado alemán hasta el punto de que en la charla previa al partido Clough le dio las gracias a los jugadores por el torneo que habían jugado, como si no tuviesen posibilidad alguna. La cuestión es que ganaron 0-1 y se metieron en la final que se iba a disputar en Múnich y que les enfrentaría al Malmoe que se había visto beneficiado casi siempre en el sorteo y que había encontrado con el técnico inglés Bob Houghton una fórmula exitosa. En la final de Múnich Trevor, Francis hizo su estreno en una competición europea. Nunca la había jugado con el Birmingham y esa temporada no había tenido ocasión de debutar aún. Pero Clough no tuvo dudas en alinearle en un partido muy cerrado, marcado por la escasez de oportunidades y donde su capacidad goleadora podía ser decisiva. Y así fue. Justo antes del descanso un centro cruzado de Robertson buscó el segundo palo y por allí apareció Francis para dibujar un pequeño escorzo con el cuerpo y conectar el cabezazo que hizo inútil el esfuerzo del portero sueco. El Nottingham Forest se encontró un tesoro que supo depender con orden en el segundo tiempo sin necesidad de hacer un solo cambio. Los once (todos británicos) a los que el técnico confió aquella Copa de Europa la protegieron y cuidaron como él les pidió. Ya lo había avisado Brian Clough el día de la presentación con una raqueta de squash en la mano: «Ha salido caro, pero nos va a devolver con creces el dinero gastado».

Francis estuvo también en la segunda Copa de Europa, ganada al año siguiente, aunque en este caso vivió la historia al revés. Fue esencial en las eliminatorias de cuartos y de semifinales, pero una lesión le impidió disputar la final contra el Hamburgo en el Bernabéu. Esa misma lesión le impidió estar en la Eurocopa de 1980 con Inglaterra y condicionó mucho el tramo final de su carrera. Coincidiendo con su buen Mundial de 1982 en España, donde anotó dos goles y acarició las semifinales con aquella notable selección inglesa, el Nottingham Forest le vendió por una apreciable cantidad al Manchester City (1,2 millones de libras). No eran tiempos boyantes para los ‘citizens’, que vivieron una crisis interna sobre si debían o no pagar ese dinero. La cuestión es que la operación fue ruinosa porque Francis se pasó lesionado buena parte de sus dos temporadas en Maine Road y el City acabó por mandarle a Italia. Ya no era el futbolista que deslumbró en sus comienzos, pero se ganó el respeto y el cariño de los aficionados porque por encima de todo era honesto. Se retiró con casi 40 años, tras regresar a Inglaterra. Después tuvo un tiempo corto como entrenador antes de dedicarse a disfrutar de la vida, a ejercer de leyenda y a recrear, las veces que hiciese falta, el famoso gol al Malmoe. Hace años el corazón le dio un severo aviso. Se recuperó de aquel ataque, pero no resistió el sufrido este verano. Con 69 años Trevor Francis falleció en Marbella donde residía casi todo el año.