Crítica Sección Oficial

«Un vibrante retrato de la vida en un pueblo de pescadores gallego»

Reseña de 'Matria', de Álvaro Gago

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

MATRIA

Dirección y guión: Álvaro Gago

Reparto: María Vázquez, Santi Prego, Soraya Luaces, Tatán, Susana Sampedro, Francisca Iglesias Bouzón, Sergio Baleirón

A ver, la frase que corona esta reseña no es mía, por eso la entrecomillo, sino del creativo/a elegido por la productora/distribuidora de Matria para atraer al mayor público posible a las salas. Supongo que para superar la, digamos, no muy invitante sinopsis ("Ramona, una mujer de cuarenta años, vive sumida en un contexto laboral y personal tenso y precario en un pueblo de la costa gallega. Hace malabarismos con múltiples trabajos para mantenerse a flote y proporcionar un futuro mejor a su hija Estrella»), el/la publicista ha echado mano del oxímoron, la combinación de dos palabras que al juntarse cambian su significado individual: muerto viviente, silencio atronador, vibrante retrato de la vida de un pueblo de pescadores gallego... Un estudio de hace años demostró que figuras como el oxímoron generan una intensa actividad cerebral en el área frontal izquierda del cerebro, atrayendo la atención de quien las escucha o lee, así que bien jugado, creativo o creativa de eslóganes.

Pero vamos a lo que vamos, ¿es Matria «un vibrante retrato de la vida en un pueblo de pescadores gallego»? Pues me temo que no. Es, más bien, el vivir cada día de una mujer, esa tal Ramona, harta del devenir cada vez más precario de todo, abordado desde ese tono seudodocumental (mucha cámara en mano y montaje galopante, quizás de ahí lo de «vibrante retrato») que ya es moneda de cambio. Que María Vázquez está descomunal, eso por descontado: le da el nervio, el punch, el desquicie y la humanidad justas a una de esas mujeres que parecen luchadoras pero que, en realidad, sólo apechugan con lo que se les pone por delante, sea una pareja borracha o un curro basura y que se resisten a probar placeres por resultar anticonvencionales. 

Álvaro Gago sigue de cerca a Ramona (sí, muchos planos cogoteros, lamentablemente), la acompaña en un descenso cotidiano que podría parecer eterno, pero no logra ir mucho más allá de lo epidérmico. ¿Quién es esta Ramona, con qué ha soñado en su vida, por qué se ha negado a sí misma la posibilidad de intentar, al menos, ser feliz? Contar eso, para mí, sí que habría sido un paso para configurar un «vibrante retrato». Pero no ha sido así, y eso se ha quedado para el eslogan.