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Fernando Aramburu: Los esperpentos de ETA

Aramburu firma con ‘Hijos de la fábula‘ su cara B de ‘Patria’ - Si en esta honraba y ennoblecía a las víctimas, ahora expone lo esperpéntico de aquellos torturadores, retratando a dos epígonos que convierten en ridícula cada gesta que intentan

Fernando Aramburu.

Fernando Aramburu. / L. O.

El 20 de octubre de 2011 la organización terrorista vasca ETA anunciaba el cese definitivo de la actividad armada. Dejaba de asesinar. Han pasado once años. Las heridas del dolor por las víctimas, aunque cicatrizando, siguen ahí. Habrá quien piense que todavía no ha pasado el tiempo suficiente para hacer befa o sátira de todo aquello que durante años conmocionó a toda España y a la sociedad vasca en particular.

Pero la normalización no deja resquicios y permite mirar atrás no solo con la mirada del dolor sino con sentimientos distintos que alcanzan la sátira o lo burlesco.

Así parece que lo ve el escritor Fernando Aramburu que acaba de publicar ‘Hijos de la fábula’, editado por Tusquets, toda una burla de dos ridículos epígonos de ETA que quisieron entrar en la organización terrorista cuando a la banda le quedaban días para desaparecer.

En todo caso la publicación en 2016 de ‘Patria’, con todo su mensaje de respeto y de dignificación a las víctimas de ETA, redime a Aramburu y le permite ahora hacer este ejercicio que es como la cara B de ‘Patria’. Primero honra y ennoblece a las víctima; ahora expone lo grotesco e irrisorio de aquellos torturadores hasta convertirlos en motivo de esperpento. Un esperpento que deja de lado lo que supone deformación de lo real (los dos protagonistas son estúpidos e insensatos tal cual), pero mantiene, a modo de Valle Inclán, lo grotesco y lo absurdo como reflejo de la realidad y del ser humano.

Estos ‘Hijos de la fábula’ son Joseba y Asier, dos jóvenes «patriotas vascos» que deciden integrarse en ETA. Saltan a Francia y se instalan en condiciones precarias en una granja de pollos acogidos por sus dueños, un matrimonio desabrido.

Allí, en espera de instrucciones y de un cursillo de armas que nunca llegaron, deciden ir preparándose como gudaris por su cuenta. ¿Cómo instruirse en el manejo de armas sin pistolas ni munición? Roban unas viejas escobas del granero y con ellas practican simulando los disparos con la boca. ¿El secuestro? Roban del gallinero una gallina a la que deciden «ejecutar», para «acostumbrarse a la sangre», pero no son capaces de hacerlo. ¿Una ejecución con víctima mortal?. Fueron a Albi y en un parque encontraron a un pobre anciano sentado al sol. Por turno, simulando la pistola con la mano, lo ejecutaron «en nombre de ETA», mientras el viejo los despidió con una sonrisa tranquila. Finalmente su única víctima fue un niño al que asaltaron para quitarle la merienda que llevaba en la mochila escolar. ¡Menuda acción revolucionaria!

Hasta que se enteran que la banda ha anunciado el cese de la violencia. Abandonados a su suerte, desconcertados, sin dinero ni armas, deciden continuar la lucha y fundar su propia organización.

Fernando Aramburu Los esperpentos de ETA

'Hijos de la fábula', de Fernando Aramburu. / L. O.

Hijos de la fábula

Fernando Aramburu

  • Editorial: Tusquets
  • Precio: 20,90 €

La parodia va a más. La fundación de la organización requiere que se haga ante una ikurriña. ¿Cuál? la que figura en el almanaque de un bar del pueblo de Joseba. ¿El nombre? El de una canción de un grupo vasco ‘Geurea da gorriak’ (GDG) que en el paroxismo de la bufonada su amigo Txalupa tradujo por Grupo de Gilipollas.

El drama cómico se precipita cuando en Toulouse conocen a María Cristina, una joven aragonesa que después de gobernarlos como reza la canción, los lleva inconscientemente al desastre.

Aramburu maneja con un talento literario asentado en sus años de escritor, el ir y venir de estos bufos aspirantes a asesinos. A cada intento de gesta por parte de los dos jóvenes se sucede su ejecución como una peripecia ridícula. Aramburu, con un dominio absoluto de lo que quiere contar, y de cómo contarlo, utiliza con oficio y destreza el humor y la sátira para zarandear una y otra vez a estos gudaris de escaso cacumen mental.

En todo caso queda claro que la pretensión de Aramburu con esta soberbia parodia de tebeo es levantar un alegato contra el terrorismo, al resaltar lo ridículo y risible de sus dos antihéroes.

La estructura narrativa es de admiración. Hay un exquisito cuidado del lenguaje; con un trabajado esfuerzo del uso de la frase corta, impactante, a lo largo de todo el relato y la inclusión de esa forma peculiar del uso de los tiempos verbales que tienen los vascos y la inclusión también de otros términos del habla de la zona.

Una historia muy bien trabajada, mejor pensada y expuesta finalmente con la maestría de un veterano escritor que conoce y maneja como pocos el arte de escribir con talento y emoción.

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