Poesía

Joseph Brodsky: biografía circular de Venecia

Siruela reedita ‘Marca de agua’, una de las obras de mayor influencia del Nobel ruso, deportado y condenado por la Unión Soviética. Un texto al que volver, de gran signatura lírica, y uno de los mayores y más personales testimonios sobre el universo simbólico de la ciudad de los canales, el destierro y la piedra

El poeta Joseph Brodsky.

El poeta Joseph Brodsky. / por lucas martín

Lucas Martín

Atrapada entre su pasado esplendoroso y las perversiones crónicas y antrópicas que la acechan -la posibilidad del hundimiento, la corrosión de las aguas, la indolencia de los cruceros- Venecia ha sido y es mucho más que una metáfora de este tiempo; de cualquier tiempo. Más que una ciudad parece equipararse con la ensoñación, situarse en un purgatorio cartesiano en el que la mente sucumbe en el légamo de la confusión, la belleza y el sueño. Sus avenidas fluviales están repletas, además, de sutilezas; la viscosidad que desde Thomas Mann parece sisear en el ambiente, los trazos de Tintoretto, los paseos de Corso y de Proust, la muerte de Wagner saliendo de un balcón y ennegreciendo los canales entre violines y barcazas. Son tantas las insignias que se apoderan de Venecia que su imagen, una y mil veces reflejada y ondulante, da la sensación, como ocurre con Roma o París, de anteponerse a sí misma. Especialmente, en invierno, bajo el manto de la neblina, que era la estación en la que el poeta Joseph Brodsky la frecuentaba intermitentemente, convirtiendo la peregrinación en rito y costumbre durante las últimas décadas de su vida. Tal vez el único sosiego y la única casa deshabitada que un escritor como él -de origen judío, deportado ruso, docente en Estados Unidos – se pudo permitir para su conciencia.

De juventud errática, con un talento precoz para la traducción y la poesía, Brodsky había sido invitado a abandonar su país natal sin apenas poder hacerse una idea cabal de la fractura que significaba el destierro. Apenas le acompañaba la vieja maleta con la máquina de escribir y el poemario de John Donne que ha acabado por adquirir una textura mitológica. Previamente, con poco más de veinte años, había sufrido una condena a trabajos forzados que desató la protesta de Jean-Paul Sartre y de su protectora Ajmátova y que las autoridades soviéticas justificaron con esa saña santurrona que tanto emparentó al totalitarismo con aspiraciones intelectuales a sus sucedáneos de provincias como el de España. Se le había acusado de «parasitismo social», un título que resulta sádicamente honorífico para el oficio de un poeta. Y que el Nobel de 1987 ejerció con convicción en Viena, Vilna o Londres antes de establecerse en su país de adopción -Estados Unidos- y sentirse lo suficientemente libre y en buena disposición -pese a sus problemas cardiacos congénitos- para cumplir con el sueño estepario que le había sugerido la lectura de una novela de Henri de Régnier: viajar una y otra vez, durante todos los años, a Venecia.

Joseph Brodsky Biografía circular de  Venecia

Joseph Brodsky Biografía circular de Venecia / Francisco Millet Alcobapor lucas martín

No deja de ser paradójico que el mismo hombre que abundaba en recrearse en el anonimato de la ciudad acabara por fundar uno de sus más peculiares monumentos. Para la Venecia contemporánea no existe memoria más celebrada que ese puñado de páginas escritas durante sus estancias y que ahora, en traducción de Menchu Gutiérrez, recupera para el lector español la editorial Siruela. Recuerdo el sobrecogimiento que sentí al leer por primera vez ‘Marca de agua’, el libro veneciano de Joseph Brodsky, la certidumbre de estar frente a una obra tan grandiosa como humilde a la que nunca se dejaría del todo en la sepultura de los anaqueles antiguos de la biblioteca. Concebido con una libertad formal imperturbable, a caballo entre el diario, la crónica, la poesía y la domesticidad plástica de la escritura de cuadernos, Brodsky compuso durante sus viajes invernales el que es el contrapunto de su espíritu y el tratado metafísico más conmovedor sobre Venecia. Un texto dividido en medio centenar de estampas en las que cabe todo: la preocupación por el futuro de la ciudad, las anécdotas literarias -jugosísimo el relato de su encuentro con Susan Sontag y con la viuda de Pound-, el sentido del humor y las espectrales esculturas de tiempo que el agua y los palacios infunden a la tierra.

En una de las frases más célebres del libro, a propósito de la cita con la todopoderosa y decadente pareja de Pound, Brodsky sentencia que la literatura del autor de los Cantos, al que despreciaba por su condescendencia antisemita, incurría en un error imperdonable: perseguir la belleza. Una opinión no del todo inocente si se considera que para el ruso la ética emanaba de la estética, principio que acaso se imponga como uno de los motivos sobre el que se atan de fondo todos los fragmentos de ‘Marca de agua’. Un libro sobre la muerte, el agua, el paso de los años -Brodsky insistía en que ese era el único asunto para un poeta- y el amor, en el que lo orgánico conversa sistemáticamente con su reverso espiritual. Un texto vertiginoso y al mismo tiempo sereno, acelerado en su templanza por las sinuosidades de una prosa por la que afluyen ríos de melancolía, desamparo y entusiasmo y en la que el ojo -capital para el poeta- forma un universo simbólico con las corrientes fluviales y las sombras de la piedra. La gran elegía y el mayor canto de exaltación hacia un territorio que ampara y desplaza, que parece inmemorialmente encajado en el limbo entre el cuerpo y la historia. Lo sabían, acaso con cierto oportunismo político, los estadounidenses: Brodsky fue uno de los grandes eslabones expulsados de la literatura rusa. Su casa, también para siempre, más que la tumba de la isla de San Michele, donde está enterrado, la fantasmagoría incurable de las aguas de Venecia.

Marca de agua

  • Autor: Joseph Brodsky
  • Editorial: Siruela
  • Traducción: Menchu Gutiérrez
  • Precio: 16,95 €

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