Diario de lecturas

Los escritores se mueren, como todo el mundo

Los escritores se mueren, como todo el mundo

Los escritores se mueren, como todo el mundo

José Luis G. Gómez

Los escritores se mueren. Eso de la inmortalidad tampoco es para ellos, o no del modo que creo les gustaría. Porque un busto mohoso al lado de un banco en el que duerme un vagabundo en un parque lleno de mala hierba es una inmortalidad de tercera categoría –que un estudiante de primaria te lea a la fuerza es incluso peor-. Desde el fracaso de la abolición de la muerte en los primeros compases de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, todos hemos tenido que asumir que quizá podamos alargar nuestros días en este duro paseo que es la vida, pero que en algún momento se tiene que acabar. Y ese trasiego ha terminado hace poco para Martin Amis, y en lo que va de año también han dejado de preocuparse Jorge Edwards, Juan Muñoz Martín, Kenzaburo Oé, Anne Perry, Charles Simic y Fernando Sánchez Dragó, entre otros. Pero no ha sido la muerte de ninguno de ellos lo que me ha llevado a pensar en este luctuoso tema; leer hace unos días que Kenneth Anger ya no caminaba por este valle de lágrimas desató en mí estas elucubraciones algo macabras. Y es que Anger me caía bien, quizá porque sus cotilleos en ‘Hollywod Babilonia’ forman parte de mi educación sentimental, o simplemente porque me parecía un tipo muy cool –inspirar a David Lynch y John Waters no lo hace cualquiera, en eso debemos estar todos de acuerdo-.

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