Ensayo

Juan Gabriel Vásquez: sobre la levedad de narrar

El escritor colombiano dedica su último ensayo, que compila sus conferencias en Oxford, a la pregunta más puñetera de la historia de la literatura: para qué diablos sirve -si es que sirve- la ficción

Juan Gabriel Vásquez.

Juan Gabriel Vásquez. / Lucas Martín

La literatura, como todo arte informado, siempre ha tenido sus riesgos. Especialmente, cuando se vive de libro para adentro y se cae atolondradamente en la grosería informal de no salir de sus propios aquelarres y vericuetos, lo que, si bien, por su componente misterioso, no acaba de dejar de convocar a la segunda ley de la termodinámica, también empuja al caldero aquella máxima de Wittgenstein que alude a la dificultad del lenguaje para hablar de sí mismo. Escribir sobre literatura y desde la literatura puede arrastrarnos al pecado venial del ensimismamiento. Es decir, de conferir importancia a algo que quizá sólo la tenga para los que, de algún u otro modo, emparentamos con el oficio. Y de convertir el texto, pese a la presunta universalidad del tema, en una nadería morosamente tan poco interesante para los no ordenados como un documental sobre la manera más precisa de agarrar la raqueta para ejecutar un revés. Por fortuna, hay excepciones. Todo depende en última instancia de cómo se cuente: y si bien una raqueta y una gorra de béisbol pueden ser y, de hecho, han sido, portavoces de la experiencia humana, qué habría que decir si, como Juan Gabriel Vásquez, se aborda con amplitud un fenómeno con tantas ramificaciones como la narración. La respuesta está en el mismo lado de la red y de la pelota. Lo que hace literatura a la literatura es lo mismo que convierte en literatura las propias reflexiones sobre la ficción.

En el último trimestre de 2022, el escritor colombiano, que siempre, y hasta de forma indirecta, se ha ocupado de la cuestión, fue invitado por la Universidad de Oxford para dictar una serie de conferencias en la prestigiosa cátedra Weidenfeld de Literatura Comparada. Una invitación justificada no sólo por el prestigio creciente de su obra, que va sumando títulos extraordinarios, sino también -o, al menos, eso me gustaría creer- por ser uno de los escritores latinoamericanos que con mayor entereza ha soportado que la crítica europea le endilgue una y otra vez el sambenito crónico de representar como nadie a la generación de autores posteriores al boom. Una aseveración que, de alguna forma, desmonta en estas conferencias, ahora editadas en el ensayo ‘La traducción del mundo’, en el que desliza que la patria literaria y la tradición de un escritor, lejos de subordinarse al marco geográfico de referencia, el sexo o el color de piel, se basa en un norte de lecturas sin fronteras y en una elección personal. «El poeta es un fingidor, finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en realidad siente», escribió Pessoa. Y ese ejercicio sincero de simulación, desde Coleridge y su solicitud de suspensión de la incredulidad, a la expulsión de los poetas de la República de Platón, supone el punto de partida del transparente, hermoso y altamente estimulante libro de Vásquez, que vuelve a dar con las preguntas clave sobre el sentido social y secular de la narración. Algunas, no explícitas, pero sugeridas, como la formulada por su admirado Paul Valéry. Aquello de qué puede un hombre. Y, sobre todo, y ya de modo más expreso, si la novela, y, por tanto, la literatura, tiene algún tipo de utilidad.

A Vásquez, como deja claro en este libro, le molesta el cliché bienintencionado de la autosuficiencia del arte y de su orgullosa falta de funcionalidad. Y no está exento de razón. El hecho de que la literatura no tenga por qué arrastrar una misión deliberada, no significa que sea nula su aportación. Menos aún para la inteligibilidad del mundo y la refriega existencial. El autor trata de argumentarlo en este magnífico corpus reflexivo con observaciones que, de tan agudas, darían para un infolio en su letra pequeña. Con una inteligente y personalísima profusión de citas, Vásquez discurre sobre la naturaleza y los rudimentos de la novela convocando a la humanidad en su aventura centenaria frente el libro. Ese deporte al límite del precipicio que es en el fondo la lectura. También en lo que respecta al diálogo con el autor, que a Milorad Pavic, por cierto, le gusta comparar con la tensión entre dos personas que arrastran la cabeza de un animal hacia direcciones que a menudo no coinciden. En ‘La traducción del mundo’, Vásquez abre compuertas que van desde la antisocrática ruptura del pacto de verdad a las relaciones con la historia general y con el poder, pasando desde el Lazarillo a Conrad o a Bloom, y abogando por un sentido para la literatura que ampara su importancia: la traducción compleja y diversa del mundo -siempre subversiva- frente a su rotulación homogénea; su capacidad para aproximarse a los otros y a todo lo que forma parte de la subjetividad. Incluido lo que late por encima de las evidencias. El reconocimiento «de lo que sabías, pero que no sabías que sabías», como señala citando a Javier Marías. La presunción de lo que somos, y la sospecha de que, técnicamente, todo, incluido, la memoria, acaso no sea más que literatura. Relatos que se suceden, el hombre como ficción que se narra a sí mismo. Que compone la experiencia de estar vivo a través de las palabras. Necesitamos palabras. Cada vez más palabras y, por tanto, también, novelas. Esa manera alternativa de vivir que quizá sea la manera más valiente y libre de vivir y de comprender entre grandes titulares y visillos. Vásquez vuelve a desvelar su inmenso talento. Ya intuíamos que la literatura no era del todo inútil. Precisamente, gracias a los libros. Pero nos gusta que nos cuente que la gorra de béisbol es muchas más cosas que una gorra de béisbol. En el cielo y en la tierra. Eso también va para Horacio. A título colectivo y personal.

Juan Gabriel Vásquez  Sobre la levedad de narrar

Portada de 'La traducción del mundo' / La Opinión

La traducción del mundo

Autor: Juan Gabriel Vásquez

Editorial: Alfaguara

Precio: 17,00 €