Ensayo

Ricardo Piglia, la pasión por la lectura

En ‘El último lector’, que ahora reedita ediciones Cátedra, Ricardo Pligia deja constancia de su gran amor por la lectura y nos transmite el fervor, la maravilla que supone quedar hipnotizados y magnetizados por la belleza de un texto literario

Ricardo Piglia.

Ricardo Piglia. / Pablo Gar

Francisco Millet Acoba

Ricardo Piglia dejó bien patente su pasión por la literatura. Era una doble querencia que abarcaba la pasión por la escritura y en un grado vehemente, por la lectura. Por eso, más allá de sus novelas, cuentos y diarios, Piglia nos dejó constancia de su enorme pasión como lector en diversos textos de enorme relevancia. Sin duda donde volcó ese arrebato lectivo fue en su ensayo ‘El último lector’, aparecido en 2005 y que ahora, con una edición crítica de Ricardo Baixeras, publica la editorial Cátedra.

Piglia, uno de los gigantes literarios, hizo de la literatura un ejercicio de sabiduría y de la lectura una práctica necesaria para alcanzar ese saber. En ‘El último lector’ hace una recopilación de los distintos modos de leer a través de los textos de grandes narradores y de momentos estelares narrativos.

Pero sobre todo ‘El último lector’ es una invitación casi lujuriosa a amar la lectura literaria. Piglia nos transmite el cariño, el deseo, el fervor, la maravilla que supone el quedar hipnotizados, magnetizados por la belleza de un texto literario.

Aunque el lector tiende a ser anónimo e invisible, Piglia bucea en un registro imaginario de los modos de leer, con sus tácticas y divagaciones. Intenta una historia imaginaria de los lectores, no de la lectura. Está el lector visionario, el adicto, el insomne que está siempre despierto. Hay lectores que pierden la razón en su intento de encontrar sentido a lo que leen. Son representaciones extremas de lo que significa leer un texto; los llamaríamos lectores puros, para los que la lectura no es solo una práctica sino un modo de vida. En literatura el lector está lejos de ser una figura pacífica, aparece más bien como un lector extremo, apasionado y compulsivo.

La primera representación espacial de este tipo de lector está ya en Cervantes: «leía incluso los papeles rotos que se encontraba en la calle», se dice en el Quijote.

Recuerda que Macedonio Fernández fue el primero en establecer una clasificación del lector. Para poder definir al lector, decía Macedonio, primero hay que saber encontrarlo, darle un nombre, una historia. La pregunta qué es un lector es en definitiva, la pregunta de la literatura.

En el capítulo ‘Lectores imaginarios’, Piglia señala que «una de las representaciones modernas de la figura del lector es el detective privado del género policial» y recuerda como la escena inicial de uno de los primeros relatos policiales ‘Los crímenes de la calle Morgue’, de Poe, sucede en una librería de París con dos hombres buscando un mismo libro. Uno de ellos es un hombre de letras, el detective, el gran lector, el hombre culto que entra en el mundo del crimen. En su transformación norteamericana, el Philip Marlowe de Chandler se convertirá en un heredero sui generis de aquel detective francés de Poe.

Se fija en Joyce y el modo que tiene de ayudarse de una lupa para leer, que tiene en el Ulises la clave de la lectura . «Este modo de leer está definido por una técnica que lejos de ordenar tiende a reproducir el caos». La lectura se define aquí por lo que no se entiende

Se detiene en la figura del Che Guevara como prototipo del último lector que se inscribe en la vieja tradición de la lectura como gran acompañante en su vida y recuerda su frase «mis dos debilidades fundamentales, el tabaco y la lectura». Y más: «estaba loco por la lectura. Se encerraba en el baño a leer» cuenta su hermano Roberto. La lectura le acompaña desde la niñez, como el asma. La última frase que Guevara pronunció antes de morir tiene que ver con la lectura. Guevara estaba malherido en la escuela de La Higuera. La maestra le llevó un plato de comida y el Che le señaló una frase escrita en la pizarra y le dijo que estaba mal escrita. «Le falta el acento». La frase escrita en la pizarra era ‘Yo sé leer’.

Deja ver, por último, como el lector ideal no es aquel que mejor lee sino el que lee desde una posición cercana al compositor del texto. Apunta a Nabokov cuando dice: «El buen lector no es el que se identifica con los personajes, sino con el escritor que compuso los libros».

Ricardo Piglia La pasión por la lectura

Portada de 'El último lector'. / L. O.

El último lector

  • Autor: Ricardo Piglia
  • Editorial: Cátedra
  • Edición: Ricardo Baixeras
  • Precio: 16,50 euros