Juan Villoro: la épica del fútbol

Alguna vez, creo que en una entrevista, Gabriel García Márquez afirmó que en la crónica de fútbol es donde se conservaba la épica del periodismo, perdida ya en el resto de los géneros. Para el premio Nobel colombiano el fútbol era muy importante, acaso tanto como para Bill Shankly, uno de los más famosos y respetados entrenadores británicos del siglo XX, quien acuñó la frase «algunos creen que el fútbol es solo cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso».

Contra lo que pudiera pensarse a bote pronto, las interacciones entre literatura y fútbol son múltiples y antiguas. Que recuerde, la obra de Benedetti ‘Puntero Izquierdo’ es considerada como el primer relato de fútbol completamente ficcional. En España también se me vienen a la memoria poemas de Rafael Alberti y Miguel Hernández a dos porteros, la Oda a Platko y Elegía al guardameta, respectivamente, además de los ‘Once cuentos de fútbol’ de Camilo José Cela. Y ya, desde los años 90, hay una multitud de obras con el fútbol como eje de la narración, como escenario o como protagonista.

Uno de los autores más destacados en este campo ha sido el mexicano Juan Villoro. Además de haber publicado muchas crónicas futbolísticas en los periódicos, en 2006 ya editó un libro sobre fútbol, ‘Dios es redondo’ (que ganó el Premio Internacional Manuel Vázquez Montalbán), en cuyo prólogo afirmaba: «El juego sucede dos veces, en la cancha y en la mente del público. Dios es redondo pretende situarse en esta encrucijada. No es un libro de historia del deporte ni una valoración de sus logros, sino una exploración narrativa de las pasiones que suscita».

Ahora, Villoro regresa a la épica del fútbol con ‘No fue penalti’, obra en la que analiza desde dos puntos de vista diferentes pero complementarios una jugada que marcó la vida de dos futbolistas, amigos desde la infancia.

Pero va aún más allá. Es evidente que al fútbol lo que lo hace épico no es el juego en sí, sino la relación que se establece entre el jugador y el grupo, entre el héroe y la gente. De esa tensión que hay entre ambas figuras surgen las identificaciones emocionales que cargan de pasión el juego y lo convierten en algo trascedente. Sobre el jugador recaen las expectativas del grupo, el jugador carga con la responsabilidad de saber que la felicidad de sus seguidores depende de lo que él haga y es el que se convierte en ídolo o en villano.

Y eso es lo que sucede en este drama entre dos amigos, El Tanque y Valeriano Fuentes, que jugaron juntos desde la infancia, el uno como defensa «leñero» y el otro como fino y estilista delantero, que luego se volverán a encontrar, el primero como entrenador de un equipo mediocre que se enfrenta al descenso y el segundo como árbitro del VAR que habrá de decidir en una jugada vital.

La tensión narrativa, el dramatismo, las dosis de humor y el maravilloso lenguaje que utiliza Villoro hacen de esta obra una pequeña joya con la que disfrutar durante una tarde, pues admite la lectura de una sola tacada.