Marca Málaga

Málaga, capital de sí misma

La ciudad ha sufrido una transformación radical en los últimos años, que ha dado un vuelco, no sólo a su tejido económico, sino también a la imagen que proyecta hacia el exterior. Málaga es ahora un referente en todo el país

Vista de Málaga capital.

Vista de Málaga capital. / José Ramón Mendaza

José Ramón Mendaza

José Ramón Mendaza

Málaga consigue propagar emociones positivas fuera de sus fronteras. Es uno de sus triunfos en el tablero de las ciudades medianas españolas, de alrededor de medio millón de habitantes, un referente que se ha puesto de moda.

Los malagueños se declaran en sucesivas encuestas, de la Universidad de Málaga y del Eurobarómetro, por ejemplo, muy satisfechos de vivir en su ciudad y de su calidad de vida. Parámetros como ser «totalmente felices» son suscritos por un 13% de la población y uno de cada tres puntúa con un 8 sobre 10 su grado de felicidad en Málaga.

En la lista de las diez ciudades de la UE que recaban mayores niveles de satisfacción entre sus habitantes se incluyen otras urbes como las alemanas Hamburgo y Rostock, Copenhague, Leipzig, Múnich o Braga.

¿Es pura complacencia? ¿Los elementos que han puesto en el mapa a Málaga son resultado del mero paso del tiempo o responden a una estrategia planificada?

Hay razones objetivas que demuestran que esta ciudad, que hace treinta años parecía un derribo soleado y que fue imaginada entonces por un histórico alcalde socialista, Pedro Aparicio, como la Capital del Sur de Europa, tiene ahora motivos para sacar pecho: polo de atracción de inversiones para las grandes empresas tecnológicas, ecosistema cultural y museístico atractivo y dinámico, turismo de cruceros boyante, llegada de nómadas digitales, hostelería de primer nivel que huyó del magro con tomate y abrazó la alta cocina, edificios de oficinas, generación de condiciones para que desembarquen grandes empresas de logística como la prevista de Amazon, el interés de media docena de universidades privadas por instalarse en Málaga, o la ambiciosa candidatura de la ciudad para la Exposición Internacional de 2027. Por supuesto, ayuda el menú tradicional de la zona: buen tiempo casi todo el año, playas, un aeropuerto internacional bien conectado, buenas carreteras y alojamientos.

Un hecho, no desdeñable, que también refuerza a Málaga, esta vez como epicentro de la política autonómica, ha sido la llegada del cambio de signo en la Junta de Andalucía en 2018, que aupó a los líderes malagueños del PP a los principales puestos del Ejecutivo andaluz, empezando por el presidente, Juanma Moreno, y el consejero de la presidencia, Elías Bendodo. Esta situación, que acaba de reeditarse en las elecciones del 19-J, ha propiciado que la provincia se haya erigido como un polo andaluz de toma de decisiones y que se haya rebajado la tensión con Sevilla, la capital andaluza con la que Málaga se ha sentido históricamente agraviada. Aquella sensación, quizá no siempre real, de que los proyectos que podía albergar Málaga se los llevaba Sevilla. El AVE, por ejemplo, podría haber llegado a Málaga al mismo tiempo que a Sevilla para la Exposición Universal de 1992. Se pensó en aprovechar la infraestructura hotelera de la Costa del Sol para recibir a los visitantes de la Expo y para eso hacía falta que llegara a Málaga el tren de alta velocidad, pero se descartó.

Volviendo a aquella ilusión premonitoria de Aparicio en los 80, antecesor de Celia Villalobos y de Francisco de la Torre, se pasó, ya en los inicios del siglo XXI, a la implantación de un modelo de ciudad cuidadosamente diseñado, en el que ha sido clave la convergencia de esfuerzos y voluntades entre las diferentes administraciones. Málaga se ha redescubierto con éxito apostando básicamente por tres vectores: la cultura, el turismo y la tecnología.

Y en este acelerón, avivado como decimos por las administraciones central y autonómica (básicamente en grandes infraestructuras viarias, aeropuerto, puerto o metro), ha tenido un papel esencial el sentido pragmático, el proyecto de ciudad y la elección perfiles técnicos en el equipo municipal del actual alcalde, Francisco de la Torre, respaldado por las urnas desde hace dos décadas. El caso es que se percibe un orgullo colectivo por una ciudad que en algún momento empezó a creer en sí misma. Málaga ya se gusta.

¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

El camino hasta la ebullición actual ha sido largo. Empezó en los años 90, donde ya se se perfilaban ideas de ciudad entre grupos de profesionales locales (Aesdima), a las que sucedieron los planes estratégicos de la Fundación Ciedes desde los 90 hasta 2006, en los que participaron las administraciones local, autonómica, central, la Diputación, puerto, aeropuerto, Universidad, empresarios, sindicatos... Posteriormente se han ido tejiendo adaptaciones y ahora se centra en el objetivo del desarrollo sostenible.

Una ciudad, dice De la Torre, «debe tener estrategia y objetivos y que además se elabore de una manera compartida. Es una planificación continua». De ahí surgieron las apuestas por el turismo, la cultura y el cine, con el Festival de Málaga. Y, paralelamente la del conocimiento y la tecnología que ahora es arrolladora y que fue iniciada con la creación del Parque Tecnológico en 1992.

La urbe fetiche de Francisco de la Torre, la que le ha servido de referencia, es Barcelona. «Siendo una ciudad mediterránea nos hemos inspirado bastante en el modelo de Barcelona, que realizó una planificación estratégica inspirada en EEUU. No lo hacemos exactamente igual porque partimos de condiciones diferentes, pero siempre me ha llamado la atención la capacidad de Cataluña de ser vanguardia. Aunque tampoco queremos ser iguales, queremos ser mejores».

Cuando se le pregunta por las razones del éxito de Málaga, De la Torre responde con una receta un tanto elemental, pero efectiva: «La clave es trabajar para tus vecinos. Si tu trabajas para tus vecinos y lo haces muy bien para ellos, tiene éxito para los de fuera. El resultado es que atraes visitantes y talento.»

Dicho esto, hay que situarse en los dos últimos años para comprender cuál ha sido el detonante de esa Málaga capaz de captar, no ya récords de visitantes, que también, sino un goteo constante de inversiones de firmas tecnológicas y de ciberseguridad.

La explosión tecnológica

El hervor que necesitaba el tejido tecnológico local se animó el año pasado con el anuncio de la llegada de firmas estrella como Google y este año Vodafone. Y la reflexión sobre este fenómeno de atracción de talento y conocimiento pasa por admitir que ha influido de una manera sorprendente y esencial el Covid, que lo ha transformado casi todo. Generó un salto disruptivo en el que la provincia atrajo a 30.000 personas en la pandemia, la mayoría de ellos teletrabajadores. Y los teletrabajadores han traído empresas.

Junto al teletrabajo, un segundo elemento fundamental ha sido la constitución hace sólo unos meses de la Fundación Instituto Ricardo Valle de Innovación (INNOVA IRV) que ha conseguido vertebrar el ecosistema tecnológico local y hacer que las grandes firmas digitales del Málaga TechPark (actual denominación del Parque Tecnológico de Andalucía) se pongan de acuerdo para cooperar y desarrollar productos y servicios. Y, en tercer y último término, ha habido una acertada política municipal que ha desarrollado espacios de oficinas en la ciudad y un polo de contenidos digitales centrado en la formación y los videojuegos.

El entramado que tejen estos tres factores ha propiciado un entusiasta interés nacional e internacional por Málaga.

El director general del Parque, Felipe Romera, explica claramente todo este fenómeno generado por el Covid: «Este impulso amplifica toda la situación de Málaga que durante muchos años ha estado poco visible a nivel internacional. Ahora recibimos una petición diaria de empresas, de Europa y de EEUU para instalarse aquí. Nos hemos convertido en un espacio único en España. No digo que el mejor, que no lo somos. Esto no es Barcelona ni Madrid, pero tenemos la ventaja de la vertebración del ecosistema tecnológico y eso da un valor añadido. Somos muy pequeños y no queremos ser como ellos. Queremos atraer empresas, que se desarrollen proyectos y que cambien la innovación en este país, aunque empecemos por Málaga».

Romera, un reconocido factotum de la ciudad, lleva treinta años trabajando para que todo confluya en lo que precisamente ahora está ocurriendo y defiende la teoría del impulso Covid, con el que se ha producido una precipitación en el uso de tecnologías digitales equivalente a cinco años. «Pero no es un salto sólo en esto, sino una nueva forma de trabajo, de relación de los trabajadores con las empresas y de cooperación empresarial, y en Málaga se desarrolla de una forma mucho más acentuada que en otro lugar. Y por eso está de moda. Tenemos una ventana de oportunidad que no va a durar para siempre y que debemos aprovechar».

Curiosamente el éxito de la ciudad como atractivo para la inversión tecnológica está generando problemas que ya empiezan a ser acuciantes como la falta de vivienda accesible para los nuevos trabajadores. Se van a vivir fuera, en puntos estratégicos de la provincia como Marbella, Alhaurín el Grande, Alhaurín de la Torre, Estepona o Nerja.

La ciudad va esponjándose, se va diseminando y esto hace pensar ya en otra dimensión, con otras necesidades como el transporte público, la búsqueda de un turismo de calidad y la formación de los jóvenes malagueños, azotados por un paro tremendo del 30%. Hoy están ante una oportunidad de oro para entrar en el mundo laboral de las tecnológicas, sobre todo en ciberseguridad. Y ahí tiene un papel relevante la formación profesional, deficitaria en estos momentos. Las empresas siguen queriendo conocimiento, pero sobre todo «gente curiosa, con ganas de comerse el mundo», insiste Romera. La ciudad se disemina, contagia su efecto y lidera la expansión de sus modelos por la provincia. ¿Llegaremos a hablar algún día de una gran metrópoli? Málaga se ha reinventado y hoy puede soñar.