El tiempo

Las fórmulas para combatir el calor de las personas sin hogar en Málaga

Intentan combatir las altas temperaturas que está registrando Málaga este año en la playa, en centros comerciales o, en el mejor de los casos, en diminutos trasteros sin ventilación

Trabajadores de Cruz Roja atendiendo a personas sin hogar en Málaga. | JORGE ZAPATA / EFE

Trabajadores de Cruz Roja atendiendo a personas sin hogar en Málaga. | JORGE ZAPATA / EFE / dani villodres / efe. málaga

Dani Villodres / EFE

Con los termómetros a más de 40 grados y sin alimento ni techo donde resguardarse del sol, la vida en la calle se puede convertir en verano en un «castigo» para las personas sin hogar, que intentan combatir el sofocante calor en la playa, en centros comerciales o, en el mejor de los casos, en diminutos trasteros sin ventilación.

Juan de Dios tiene 52 años, vive en la calle en Málaga y se considera un «tipo con suerte»: recibe el ingreso mínimo vital con el que puede hacer frente al pago del alquiler de un trastero en el que se refugia durante las horas de más calor y por la noche: «Cogí dos ventiladores que vi en la basura, probé que funcionaran y ahora los enchufo para poder conciliar el sueño». En el trastero también tiene una pequeña colchoneta que consiguió comprar y dice que, aunque sea «muy dura y algo incómoda», le resulta un «buen lugar» para dormir. «A las 8 de la mañana dejo mi ‘casa’ -así la define-, ya que viene la dueña y no me puede ver allí, y de vuelta a la rutina, hasta las tres que vuelvo», explica a Efe con la voz quebrada.

Este malagueño de tez oscura por tantos veranos en la calle estuvo casado durante 22 años y trabajó 15 como vigilante de seguridad. «Tenía un empleo y una vida -dice-», pero se quedó en la calle «de un día para otro». Ahora tiene depresión severa e impulsividad diagnosticada y toma medicación a diario: «En mi situación y viviendo en la calle, ya no tengo nada que perder», dice con el semblante gacho.

Antonio es otra de las tantas personas que viven en las calles de Málaga. Cada mañana se levanta «sin mucho que hacer» y en las horas de más calor se refugia del sol en un centro comercial: «Es un buen lugar, pero la gente me mira mucho y a veces me tengo que salir». Este malagueño, que se niega a decir cuánto tiempo lleva en la calle, tiene la piel quemada y los pies repletos de ampollas por el sudor y las largas caminatas: «Vivo de aquí para allá, en la calle hay poco más que hacer que andar», comenta a Efe.

Las playas son otra buena opción para combatir las altas temperaturas de Andalucía, aunque muchos sintecho que van allí aseguran sentir «millones de ojos» en la espalda que les incomodan. Antes iban a los parques con vegetación, pero ahora están «llenos de bichos» y ya «no aguantan».

Muchos indigentes acuden a bares a pedir agua para hidratarse, pero algunos establecimientos no les atienden y otros solo les ofrecen un vaso, y con eso «no hacen nada», porque necesitan «uno detrás de otro», apuntan.

Atención

La Unidad de Emergencia Social (UES) de Cruz Roja, que lleva más de dos décadas en funcionamiento, cubre una ruta cada lunes y viernes por las calles de Málaga repartiendo a las personas que viven a la intemperie un kit básico, casi de supervivencia, conformado por algo de comida, bebida, elementos de aseo y otros enseres. «La comida les dura solo un día, pero hay otras asociaciones que también reparten alimento el resto de la semana, además de comedores sociales en la ciudad», indica Miguel Ángel, un joven voluntario de Cruz Roja.

Desde esta organización también ofrecen crema solar, un bien imprescindible en esta época del año, además de chanclas porque, como aclara una persona sin hogar, «en la calle uno tiene los pies cocidos» y necesita de zapatos abiertos que transpiren.

Virginia Iglesias, trabajadora social de Cruz Roja y referente del Proyecto Intemperie, en el que se enmarca la UES, señala a Efe que el perfil de las personas sin hogar es muy variado, pero «más del 75%» son hombres de «entre 30 y 40 años» y el número de españoles y extranjeros que viven en la calle en Málaga es «muy similar».

Sostiene que estas personas son un grupo social nómada que se desplaza hacia las zonas con más facilidad de empleo y que por eso en Málaga aumenta su número en verano, por los puestos de trabajo que genera el sector de la hostelería.

Asevera que, «aunque cueste creerlo», algunas de estas personas rechazan ir a vivir a un albergue porque «no quieren acatar normas u horarios o, simplemente, prefieren vivir en la calle».

Además, la responsable de la UES manifiesta que «un alto porcentaje» de personas no dicen a «su gente» que se han quedado en la calle por vergüenza o porque su familia está «rota», y también muchos prefieren vivir solos por «malas experiencias».

Marian es un ciudadano rumano que lleva «muchísimo» tiempo sin dormir en una cama y ni siquiera recuerda cuándo fue la última vez que usó una almohada. Asegura estar «destrozado» y sentirse «ignorado»: «No le importamos a nadie».

Para Napoleón, quien lleva un año y ocho meses al raso, «vivir en la calle es quedarse sin dignidad», alejado del resto de la gente y «ser tratado como un animal». Lo más duro para este hombre es la «soledad».

Virginia Iglesias añade que el sentir que «todo el rato» la gente te mira con «desprecio» hace mucha «mella» en las personas sin hogar, que a veces lo único que necesitan es que le «dediquen unos buenos días».

La labor de los voluntarios es fundamental para la sostenibilidad de proyectos como el de Cruz Roja, que tienen muy difícil mantenerse y, aún más, pagar sueldos. Sin hablar del trabajo de los psicólogos, para los que las subvenciones que se ofrecen a estas entidades no son suficientes para contratar ni uno solo.

Joyce Gyimah, directora de la Asociación Adintre, un comedor social situado en la localidad malagueña de Fuengirola, dice que se necesitan más voluntarios y, sobre todo, más comprometidos: «Aquí tenemos 80 en lista, pero si te viene uno, tienes suerte», lamenta a Efe.

«No solo queremos ofrecerles comida y un techo para refugiarse del sol, sino también ‘alimento mental’ y ayudarles a salir del hoyo», afirma esta mujer ghanesa, quien considera que las personas desarrollan problemas mentales por el «shock» que les produce vivir en la calle y que la psicología es «clave» para devolverles la dignidad.