Memorias de Málaga

Atajate ya no es el más pequeño

Después de que Atajate haya sido desde los años 60 del siglo pasado el pueblo más pequeño de la provincia, ha cedido el puesto a Salares. En el año 1900 el ‘farolillo rojo’ en términos de población era Pujerra

Salares, el municipio con menos habitantes de Málaga

Salares: la joya andalusí de Málaga que se resiste a desaparecer

Una imagen de Atajate.

Una imagen de Atajate. / L. O.

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

El pueblo malagueño con menos habitantes en 1900 era Pujerra, en la Serranía de Ronda, con solo 388 vecinos. En el censo de 1960, recurriendo a un término del argot del ciclismo, «el farolillo rojo» pasó a ser Atajate, también de la misma Serranía, porque la población de Pujerra pasó a 568 vecinos y Atajate, que tenía en 1900 417 habitantes, descendió en 1960 a 207.

En el censo de 2022, Atajate tiene un vecindario de 183 personas y Salares, que llegó a tener 501 habitantes en 1900, hoy tiene apenas 175 vecinos. Salvo error u omisión, los cinco municipios que ocupan los últimos puestos entre los 103 pueblos de la provincia de Málaga son Cartajima (256), Benadalid (256), Júzcar (225), Atajate (183) y Salares (175), cuatro de la Serranía rondeña y uno de la Axarquía.

Atajate

En 1971 estuve en Ronda para cubrir una información. Al terminar el trabajo, antes de regresar a la capital decidí descender por la carretera de Gaucín hasta Atajate, que era el pueblo de Málaga con menos habitantes, un municipio perdido entre montañas, bosques y arroyos. Sentía necesidad o curiosidad por saber cómo se vivía en un pueblo poco habitado.

Pregunté por el alcalde y lo localicé sin esfuerzo alguno porque en un pueblo de unos doscientos habitantes todos se conocen. Al presentarme y expresarle mi intención de entrevistarle, se sorprendió porque era la primera vez que un periodista se acercaba al pueblo, y menos para entrevistar al alcalde. Acompañado de otro miembro de la corporación, joven como él, me respondió a una serie de preguntas tan sencillas como orientativas.

Sin apenas pensarlo me informó del número de habitantes, cuántos niños y niñas había en el municipio, camiones, automóviles, bicicletas, motos, bares o tabernas, teléfonos, tiendas… El alcalde lo tenía todo en la memoria. Los hombres trabajaban en tareas agrícolas, algunos atendiendo el ganado cabrío… y unos pocos se desplazaban a Ronda, donde había más trabajo.

Como han pasado más de cincuenta años entre la entrevista y hoy, es posible que ambos entrevistados no se acuerden de mi visita. El censo era de 271 habitantes de derecho y 259 de hecho. En 2022, aparece con 183; ha perdido casi 100 habitantes en medio siglo. No obstante, como he recogido en los primeros párrafos, otro municipio de Málaga ocupa el último lugar, con solo 175 residentes: Salares.

Vecinos de Salares.

Vecinos de Salares. / Fran Extremera

Salares

Si algún lector se pregunta por qué el capítulo de hoy lo dedico a estos dos pequeños pueblos, la respuesta es muy simple: varios años después de mi visita de 1971 a Atajate fui a Salares y Sedella, en la Axarquía para hacer un reportaje sobre la elaboración artesanal de vinos de Málaga, ya que según me informó un compañero de la radio, en casi todas las viviendas de ambos pueblos sus propietarios tenían una bodeguilla donde criaban sus propios vinos. Creí que sería interesante contar la historia de las bodeguillas de Sedella y Salares. Incluso ofrecí el reportaje a un programa de la emisora central de Radio Nacional en Madrid, que la aceptó.

Así fue. En un coche del Parque Móvil que prestaba servicio a la emisora para desplazamientos a la provincia preferentemente, con uno de los técnicos para las grabaciones, una tarde me planté en los dos pueblos, primero en Sedella y después en Salares.

Fui muy bien acogido, tanto es así que los seis o siete vecinos me llevaron a sus bodeguillas personales a probar sus vinos. Cada uno competía con sus compañeros. «Ahora –me decían- tiene que probar mi vino, que es mejor que el que acaba de probar». Y hala, todo el grupo a la casa del otro vecino para catar su producto.

A la tercera visita, me negué a seguir bebiendo porque los vinos Málaga tienen una alta graduación y, si uno no lo tiene en cuenta, en pocos minutos queda para el arrastre. Zorrilla, el conductor, hombre prudente muy aficionado a la lectura, me tranquilizó. No había aceptado ninguna copa, porque había frecuentado bodegas de la provincia acompañando a ingenieros de la Jefatura Agronómica en varias ocasiones y se abstenía de probar cualquier bebida alcohólica.

No me acuerdo si fue en Salares o Sedella, pero por razones totalmente ajenas a los motivos que me llevaron a las visitas, uno del grupo sacó a colación la política, y con la mayor naturalidad me dijo que todos habían votado por el mismo partido. «Aquí todos hemos votado a…». Otro del grupo aclaró: «Todos somos de (aquí el partido), porque cuando se convocaron las primeras elecciones el primero que vino a pedir el voto al pueblo fue el que nos convenció que era el mejor. Como no se acercó nadie más para convencernos que eran los mejores, todos votamos al primero que vino». Ahora no sé si la mayoría la ostenta el que ganó las primeras elecciones u otro.

Cuando leí precisamente en este periódico que Salares, había llegado a tener más de 500 habitantes y ahora estaba a la cola de la provincia de Málaga con solo 175 vecinos, me acordé del reportaje realizado años atrás y de los exquisitos vinos artesanales que envejecían en sus bodeguillas.

Vista general de Canillas de Albaida.

Archivo - Canilla de Albaida / L. O.

Otro pueblo pequeño

Guardo un grato recuerdo de la visita que hice en agosto de 1953 al pueblo de la Axarquía Canillas de Albaida. Agotado por la celebración del Primer Festival de Cine Español, celebrado en el citado mes y año, quise aislarme unos días en un lugar tranquilo. Uno de mis hermanos, que por razones profesionales viajaba por toda la provincia, me sugirió que me fuera a Canillas de Albaida y que me alojara en la fonda de doña ¿Pilar?, muy limpia y buena comida.

Sin pensarlo dos veces, una tarde, con maletín, un bloc y una pluma estilográfica (los bolígrafos no estaban al alcance de todos los bolsillos), me trasladé en el autobús que cubría la línea que tenía la terminal en Canillas y … a descansar.

La dueña de la fonda me asignó una habitación sencilla y amueblada con lo imprescindible y, antes de cenar, di una vuelta por la calle y me acerqué a la plaza. Al día siguiente, el primero de mi plan de tranquilidad y descanso, di un breve paseo, y andando me desplacé hasta Árchez, pueblo cercano, a unos dos kilómetros de distancia, donde descubrí el alminar de la iglesia, una joya del pasado.

A la caída de la tarde (estábamos a finales de agosto) me acerqué a la plaza donde había dos o tres grupos de vecinos charlando. Al aparecer en la plaza, uno de aquellos grupos, al descubrir mi presencia ¡arrancaron aplaudiéndome! Azorado por la insólita situación, me dirigí a los jóvenes que me habían confundido con alguien. Uno del grupo me dijo convencido: usted es Guillermo Jiménez ¿no?

Le di la razón, pero ¿los aplausos? La respuesta todavía me emociona. Reunidos a mi alrededor me dijeron que eran seguidores del programa ‘Tobogán’ que yo realizaba en Radio Nacional. Las noches de ‘Tobogán’ se reunían en la plaza para oír el programa y que se inventaban historias amorosas para el espacio ‘Consultorio Sentimental’ para ver qué soluciones aconsejaba.

Aunque han pasado 70 años de aquella jornada de los aplausos, no la he olvidado. Varios años después de aquel día, al aparcar (ya tenía coche) cerca del cine Albéniz, al acercarse el gorrilla para ayudarme en la tarea, me adelantó que no tenía que darle nada por el servicio. Era uno de los que me aplaudió en Canillas varios años antes. Se estaba ganando la vida en Málaga como gorrilla.

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