Memorias de Málaga

El misterio de don Hermógenes

En la década de los años 50 o 60 del siglo XX arribó a Málaga el enigmático don Hermógenes, quien desde su llegada no faltó a ningún sarao social, hasta que un buen día desapareció sin dejar rastro. Esta es su historia

Vista de la calle Larios en 1960.

Vista de la calle Larios en 1960. / Archivo Histórico CTI-UMA

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Un día de un año innominado (décadas de los 50 y 60 del siglo pasado) apareció por Málaga un señor que se auto presentó en uno de los hoteles de la ciudad (entonces había muy pocos dignos de tal calificativo) como don Hermógenes; lo del don lo pronunció de manera tan clara que ninguno de los pocos empleados del establecimiento osó apearlo del signo de distinción que solo se usaba para personas importantes de la ciudad.

En Málaga, el don, aunque podían anteponerlo al nombre de pila todos los que hubieran terminado el bachillerato, sólo se le otorgaba a don José Gálvez, insigne ginecólogo; a don Wifredo Delclós, ingeniero del Ayuntamiento, y don Luis Mazas, delegado de la Telefónica.

La campechanería malagueña quitaba el don al hijo de don José Gálvez (Pepito Gálvez), al médico de familia más conocido lo dejaron en Manolo Pérez Bryan, al alcalde de la ciudad en Paco García Grana y así sucesivamente, hasta el actual regidor de la ciudad, Paco de la Torre.

Don Hermógenes se hizo llamar así. De sus antecedentes no se sabía nada. La gente despachaba la incógnita con una frase muy de nuestra tierra: «Es de ahí por arriba». Todo nacido más allá de Madrid, para los malagueños, era «de por ahí arriba», Salamanca, Zamora, Soria…

En poco tiempo, don Hermógenes, con paciencia, pero sin perder puntada, se fue acomodando a la vida malagueña. Se le veía por La Cosmopolita tomando café, frecuentando la barra del Hotel Miramar pidiendo en exquisito francés Cognac Napoleón, porque el Courvoisier XO que pidió la primera vez no lo tenían en la carta; asistió a sesiones de ópera en el Teatro Cervantes dentro de las Fiestas de Invierno… Su conocimiento de la lengua francesa le proporcionó contactos con los cónsules de Francia, Inglaterra, Países Bajos, Suecia… Según comentó con ellos y con los primeros malagueños que conoció, había vivido varios años en París, donde aprendió el entonces idioma más utilizado en el mundo de la diplomacia.

Destacaba por su elegancia en el vestir y sin darle la menor importancia, comentaba que iba de vez en cuando a Madrid para que los sastres y camiseros más famosos le hicieran a medida los trajes. El sastre más famoso de Madrid se llamaba algo así como Tuduri.

Las corbatas las compraba en una tienda que había en el centro de Madrid, en la que solo se vendían corbatas. ‘Ben-Hur’ se llamaba.

Competía en el buen vestir con los dos malagueños que ostentaban ese privilegio. Uno era don Rafael Betés Ladrón de Guevara, primero jefe de Protocolo del Ayuntamiento de Málaga y después alcalde de la ciudad y el otro, el fiscal jefe de la Audiencia, don José Eguilaz Ariza.

Vestía tan bien, que un chistoso malagueño, en un baile de la Prensa en el Hotel Miramar, al saludar a don Hermógenes que, como era habitual en él iba a la última, en tono amistoso, le espetó: «A usted no lo viste el mejor sastre de España; a usted es que le ha cagado un sastre». Desde aquel día, en el ámbito en que se desenvolvía el personaje, era familiarmente conocido por Cagasastre.

El misterio de don hermógenes

El alcalde Paco García Grana (izq.), junto a don Wifredo Delclós y Rafael Toval, en los años 60. / Archivo Municipal

En todas partes

Listo como el hambre se fue integrando en los círculos más influyentes de la ciudad. Se hizo socio de la Sociedad Económica de Amigos del País, el día de la Fiesta de la Banderita en favor de la Cruz Roja se acercaba a la mesa presidida por las esposas del gobernador civil y del alcalde, donde depositaba un billete de 500 pesetas; había conseguido que dos socios del Real Club Mediterráneo le avalaran para su ingreso como socio; acudió a algunas citas importantes y para coronar su magnanimidad, se hizo hermano de una cofradía de Semana Santa a la que ofreció la elaboración de un nuevo manto para la Virgen, porque en unas de las lluvias típicas de nuestra Semana Mayor el manto se quedó pingando. Las Hermanas Trinitarias se comprometieron a bordar el que diseñaría uno de los especialistas en el arte cofrade.

Al codearse con la ‘gente de la manteca’ conoció a una señorita entrada en años y quilos que estaba en la ‘edad del poyetón’, o sea, aspirante a la soltería. La menos joven se encandiló con don Hermógenes, que seguía con su ‘don’ por delante porque formaba parte de su personalidad.

Coincidió con ella en una de las funciones de teatro montadas por la marquesa de Larios en el Cervantes, concurrió a los Concursos Hípicos en los Baños del Carmen… y todo hacía presumir que acabaría en boda. Don Hermógenes, que tenía posibles – o sea, dinero - inició los trámites para alquilar una villa en La Caleta, cuyo dueño había fallecido y sus familiares no se ponían de acuerdo en su venta.

Vega Sicilia

Un día, que quedará en los anales de la historia de nuestra ciudad, don Hermógenes, como era habitual, se acercó a uno de los dos ultramarinos más peritas de Málaga, Los Alpes, en la calle Calderería o Cosmópolis, en la calle Larios. Eran los únicos que frecuentaba porque eran los mejores de la ciudad.

En Los Alpes adquiría vino de Vega Sicilia y en Cosmópolis los primeros aguacates, que se vendían por piezas por su elevado precio. En uno de estos dos establecimientos, un aciago día, cuando don Hermógenes efectuaba una de sus compras, un comercial de una famosa marca de jamones de pata negra, al descubrirlo, un tanto asombrado, lo saludó con unos «buenos días, don José». El aludido, don Hermógenes, se hizo el ‘longui’ (había aprendido la palabra en su estancia en Málaga) y se largó sin responder al saludo.

El misterio de don hermógenes

Personal de la célebre tienda de ultramarinos Los Alpes, a mitad de los años 50. / L. O.

El dependiente que estaba atendiendo a don Hermógenes en tan inoportuna ocasión, al ausentarse el cliente le preguntó al tratante de la famosa marca de jamones si conocía a don Hermógenes. El comercial, al oír el extraño nombre, le aclaró que aquel señor no se llamaba así, sino José y que en su pueblo lo conocían por el Hijo del Guarrero.

Efectivamente don Hermógenes y José eran la misma persona. El Guarrero era el nombre familiar, algo despectivo, del propietario de las piaras de cerdos más grandes de un pueblo extremeño lindando con la provincia de Salamanca.

Los mejores jamones de España, con permiso de Jabugo, eran los del citado Guarrero. Su hijo, José, que en el pueblo era conocido por el Hijo del Guarrero, marchó a Francia para formarse… y nadie lo volvió a ver por el pueblo. Si alguien le preguntaba al Guarrero por él, la respuesta era la misma, que estaba en Francia.

Desde el día siguiente al encuentro en Los Alpes o Cosmópolis del comerciante y el llamado don Hermógenes, que resultó ser el Hijo del Guarrero, nunca más se supo en Málaga de su destino.

El manto para la Virgen de una cofradía de Málaga quedó sin bordarse y la menos joven que soñaba con casarse con el distinguido señor que viajaba de vez en cuando en coche-cama a Madrid para hacerse trajes y comprar corbatas en Ben-Hur, se quedó en el poyetón.