Historia de Málaga

Málaga, 1943: Operación banana

Una operación encubierta de los servicios secretos de los Estados Unidos, con base en Málaga, acabó con la detención de casi 300 miembros de la resistencia antifranquista y el fusilamiento de 22 de ellos

Foto aérea estadounidense de 1943 de la fábrica de cemento de Málaga.

Foto aérea estadounidense de 1943 de la fábrica de cemento de Málaga. / NATIONAL ARCHIVES

Enrique Benítez

Enrique Benítez

En el año 1953, Donald Chase Downes, oficial de la inteligencia estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, publicó un libro sobre sus experiencias en el conflicto (The scarlet thread). La misteriosa dedicatoria decía «en memoria de los dieciocho Banana Boys, Málaga 1943». Unos versos de Thoreau (And thou meanderest forever / at the bottom of my dream) completan la página inicial. Diez años después de la trágica iniciativa que costó la vida a sus hombres, excombatientes republicanos, Downes les hacía un homenaje, ya que aún deambulaban por sus sueños.

Esa dedicatoria dice mucho de la persona que la escribió: un oficial comprometido con la causa de la libertad en España, al que citaría nada menos que Indalecio Prieto en un artículo publicado en México, en el diario Adelante, el 1 de abril de 1945 («la España del General Franco fue creada por Hitler y Mussolini como una prueba de la degeneración de la democracia», había escrito Downes en algún sitio). En el libro se queja amargamente de la triple traición de las democracias occidentales hacia la República española: la traición de consentir la intervención de Alemania e Italia; la traición de dejar al gobierno legítimo en manos de la ayuda militar soviética; y la traición de permitir la continuidad del régimen franquista tras la victoria en la guerra mundial, como un oasis.

La Operación Banana ha sido narrada por Pablo Azorín Williams y Marta Hierro en el documental ‘Espías en la arena’, de obligada referencia. Tomando como hito la última carta de una de las víctimas, el radiotelegrafista Manuel Lozar («he sido un hombre que luchó por España, perdón por lo que habéis sufrido», escribe a los suyos desde la prisión de Alcalá de Henares, a punto de ser fusilado), este documental reconstruye con rigor y fidelidad histórica los hechos relacionados con la llamada Operación Banana, que pretendía, con base en Málaga, disponer de una red de confidentes y estaciones de radio a lo largo de la costa sensible española, desde Cádiz a Barcelona, para informar sobre posibles movimientos de tropas y barcos de guerra en el Mediterráneo. Otro documental, ‘Ricardo Sicre, el amigo americano’, y un artículo publicado por Álvaro Corazón en 2017 en la revista Jot Down (‘Los olvidados de la Operación Banana contra Franco’) completan las recomendaciones fáciles de encontrar en internet para quienes deseen profundizar en esta desgraciada historia.

Norte de África, 1942

A principios de noviembre de 1942, la Operación TORCH lleva a más de 100.000 soldados estadounidenses y británicos al norte de África. Estados Unidos rompió su neutralidad casi un año antes, tras el ataque japonés a Pearl Harbour, pero su entrada en combate en Europa comienza en esta fecha. El objetivo americano es apoyar a los británicos en su lucha contra el África Korps de Rommel, y asaltar Europa desde Italia, una vez tomado y consolidado el norte africano.

Los aviones deben sobrevolar España, y la marina debe atravesar el estratégico Estrecho de Gibraltar. Un día antes de la operación TORCH (8 de noviembre), tanto Churchill como Roosevelt avisan a Franco. La neutralidad de España es importante, más por su posición geográfica que por su verdadera capacidad de combate en apoyo de Alemania e Italia. Gibraltar es una posición imprescindible para el dominio naval del Mediterráneo. Todos lo saben, y Franco, por supuesto, juega con ello.

La guerra se decide en las trincheras, pero también en los despachos. Es conveniente añadir contexto y trastienda a la decisión de la OSS, la Office of Strategic Services, precursora de la CIA, de situar a sus agentes en plazas españolas. Una parte importante del norte de África (Argelia y parte de Marruecos) es desde el desembarco americano la Tercera Francia, ajena a las órdenes del régimen títere francés de Vichy, tutelado por los nazis, pero también fuera del control de De Gaulle, al que miman los británicos en Londres. Al mismo tiempo, en el protectorado español hay más de 100.000 hombres curtidos en combate bajo el mando del general Orgaz, a los que podrían sumarse tropas alemanas, que acechan en la frontera de los Pirineos, vigilantes de los juegos de equilibrio franquistas. No es una amenaza fantasma, y los americanos lo saben.

Foto de Francisco Bueno Ledesma.  | CORTESÍA DE JEAN FRANÇOIS BUENO

Grupo de comunistas españoles en Camp Morand (Argelia). Francisco Bueno Ledesma es el primero por la izquierda. / Cortesía de Jean François Bueno

A los americanos les preocupa la retaguardia, donde, además, operan a sus anchas agentes y saboteadores de la Alemania nazi. Deciden infiltrarse en Melilla (Santiago Domínguez Llosá ha documentado muy bien estas acciones) y logran interferir en los planes alemanes. Pero miran también a la España continental, ya que los submarinos alemanes repostan combustible y munición en sus puertos. Es un momento crucial, lleno de estratagemas y negociaciones de todo tipo, que merecen más atención. El historiador canadiense David Andrew Messenger ha realizado un excelente trabajo en este ámbito: Franco necesitaba los fosfatos del norte de África para la agricultura (un diplomático francés llegó a escribir en un informe que «los fosfatos son el mejor instrumento de presión política»), y además había concentrado cerca de Miranda de Ebro a más de 8.000 franceses que habían huido cruzando los Pirineos, y quería deshacerse de ellos. Los alemanes presionaban para que Franco no llegase a ningún tipo de acuerdo con los aliados, bajo amenaza de invasión. Y los aliados trabajaban, a veces de manera descoordinada, para lograr concesiones humanitarias y mantener la «benevolente neutralidad» franquista en el norte de África. Los teléfonos de ministerios, embajadas y consulados funcionaban de manera constante.

En este escenario de frágil y delicado equilibrio de intereses irrumpe el servicio secreto de los Estados Unidos, que desembarca en Argelia, nunca mejor dicho, con sus propios planes. Ajenos a los trabajos de la diplomacia británica, que había sobornado a la cúpula diplomática y militar franquista, como ha demostrado el historiador Ángel Viñas, y al margen de otras consideraciones, los americanos habían captado en su propio país a veteranos de la Brigada Lincoln, y habían contactado con las autoridades republicanas en el exilio para nutrirse de hombres experimentados, al considerar a España una amenaza real y peligrosa. Downes llegó a entrevistarse con Negrín en Londres, que le trasladó el agotamiento de la sociedad española. Más directos que los sutiles agentes británicos, expertos en compras de voluntades y en la defensa a ultranza de sus propios intereses nacionales, un análisis sosegado de los acontecimientos permite lanzar la hipótesis de que existía una verdadera simpatía del ejército y la inteligencia americana hacia la causa perdida de la República, considerando a Franco un dictador equiparable a Hitler y Mussolini.

Portada de ‘The scarlet thread’.

Foto de Francisco Bueno Ledesma. / Cortesía de Jean François Bueno

La Operación Banana

Downes y otros agentes del OSS, con el español Ricardo Sicre jugando un papel destacado, se esfuerzan en captar agentes con los que operar en el norte de África. Tiran de antiguos miembros de la Brigada Lincoln, que combatió en España. Diversos artículos académicos recientes, publicados por el profesor Jorge Marco, han arrojado luz sobre los contactos y las negociaciones, y sobre las tensiones internas entre los perdedores de la guerra civil. Otros documentos, procedentes de los National Archives, solicitados para escribir este artículo, revelan cinco nombres de excombatientes vascos captados en los Estados Unidos para la causa de Downes: Francisco Corta Tuesta, Progreso Barrios García, Miguel Chamorro Blanco, Ricardo Ayarza Urdampilleta y Cándido Buitero, todos ellos camaradas de armas en Portugalete (Vizcaya).

A la vista de las dificultades para conseguir personal con capacidades y experiencia, Downes solicita explorar los campos de prisioneros republicanos que los franceses mantienen en Argelia. Campos donde soldados coloniales maltratan a quienes habían logrado huir de España, en condiciones de calor extremo y difícil supervivencia. En estas indagaciones logra encontrar en Camp Morand al primer grupo con el que comenzar su trabajo, su entrenamiento, su misión. Entre ellos está Francisco Bueno Ledesma, malagueño, protagonista importante de la historia.

El objetivo es infiltrarse de manera estable en Melilla, pero la ciudad que será el epicentro de toda la operación será Málaga. Se trata de contar con información de primera mano sobre posiciones, fortificaciones costeras, aeródromos y movimientos de tropas. Se eligen nombres clave para cada ciudad. Melilla, donde ya se ha actuado con el sobrenombre de piña, será rebautizada como albaricoque. Málaga será banana; Cartagena, naranja; Cádiz, uva; Algeciras, manzana, Barcelona, cereza, y Madrid será limón. Los equipos contarán con una radio y emitirán desde territorio español, para ser escuchados en Argelia. La experiencia de Melilla invita al optimismo. En junio de 1943 se pone en marcha la primera fase -si no contamos la prueba melillense- de la Operación Banana.

Decisiones precipitadas y desenlace trágico

Es necesario ir más allá de lo que ya se sabe. ¿Por qué Málaga? Los National Archives han proporcionado documentación adicional. El 3 de noviembre de 1942, la OSS recibe un completo informe sobre la situación militar en Málaga, que describe las tropas acantonadas (800 hombres mal equipados y entrenados, y con la moral por los suelos), la ubicación de las baterías costeras (viejos cañones alemanes), el feroz sentimiento antibritánico de la marina franquista, el abandono del aeropuerto, el fracaso de la escuela de aviación (que había pasado de tener 300 reclutas a sólo 100, en pésimas condiciones), o incluso las rencillas entre los militares, la Guardia Civil y la Falange, odiada por los dos cuerpos oficiales.

Quizás, y esta es otra hipótesis, la presencia de un informador seguro y fiable en Málaga animara a los americanos a establecer en esta ciudad la base de toda la Operación Banana, a la vista de que la documentación en su poder afirmaba que muchas zonas del interior de la provincia estaban de hecho controladas por los guerrilleros. Sea como sea, en julio se produce el primer desembarco, en Nerja. Desembarcan tres personas desde el Prodigal, un pequeño barco británico. Llegan a Málaga y logran emitir por radio. Desde Melilla, la información también llega a Argelia. En estos momentos, y pese al peligro existente en España, las cosas marchan bien.

Portada de ‘The scarlet thread’.

Portada de ‘The scarlet thread’. / L. O.

La guerra mundial sigue su curso. Los agentes entrenan en un campo en Oujda. Se planea ya el sangriento ataque a Sicilia. Entonces, la radio de Málaga deja de emitir y se hace necesario enviar piezas para su reparación. Casi todo es confuso a partir de este momento. En el segundo desembarco, en septiembre, la nave británica no aparece, y se recurre a un barco de pesca. ¿Tripulaban este barco los vascos ya mencionados, o el papel de éstos se limitaba a los entrenamientos? Nada se sabe. Downes ha sido destinado a Italia en julio, y llegan a las costas malagueñas (según Álvaro Corazón) ocho hombres, entre ellos Francisco Bueno Ledesma, Jaime Pérez Tapia y el radiotelegrafista Manuel Lozar, con piezas de recambio, armas y dinero para la guerrilla, muy activa en los montes de Nerja.

Es importante hacer una pausa en este momento. Los británicos lo fían todo a sus sobornos, y se desmarcan de una operación arriesgada cuya utilidad no entienden, ni comparten. El PCE, al que pertenecían muchos de los reclutados, se había descolgado desde las primeras negociaciones en México, por el deseo de sus dirigentes de no apoyar a los americanos, pero sobre el terreno sus dirigentes colaboraron con la operación. De hecho, la red de resistencia en territorio español se basaba en los militantes comunistas.

Francisco Bueno contacta con su padre y con su propia mujer, en su domicilio de la calle Cauce, en el barrio de Capuchinos. Pero una tarde, la señal de ausencia de peligro -cortina descorrida y luz- es otra: cortina descorrida, sin luz. Huye y se esconde. Eso le salvará la vida, como bien se puede leer en la novela ‘El espejo para Alondras’, escrita por su hijo, Jean François Bueno. La policía ya anda pisando los talones a la red, que decide replegarse. Sin embargo, y de manera difícilmente explicable, se produce un tercer desembarco en noviembre de 1943, en las mismas playas de Nerja. Jorge Marco apunta a una decisión comunista, ajena al plan americano, en ausencia de Downes. En esta ocasión llega un nuevo radiotelegrafista, pero salen de España tres personas: Joaquín Centurión, Francisco Bueno y Francisco Pradel, del PCE. Este desembarco es aún más ambicioso, pero también más arriesgado y torpe: llegan armas y aparatos americanos, libros de códigos y otros elementos que serán muy valiosos en manos de la policía franquista.

La situación se va de las manos. Baja a Málaga, desde Madrid, Víctor Moreno, de la cúpula del PCE. El dinero para la guerrilla desaparece. Un par de infiltrados viajan a Madrid y logran llegar hasta Apolinario Poveda y Jesús Monzón, altos dirigentes del partido. En febrero de 1944 se producen redadas y detenciones en varias ciudades españolas, a partir de la delación de un detenido (Antonio Rodríguez López, alias El Chato, que formaba parte de la red a pesar de su sospechosa situación, en libertad cuando había dirigido una sanguinaria checa en Madrid durante la guerra). El historiador Kermit Roosevelt cifra en 261 los detenidos y en 22 los fusilados. Nunca se sabrá con certeza cuántos fueron, pero supuso un golpe durísimo para la incipiente organización de la resistencia urbana antifranquista en España.

A la identificación de los miembros de la red parece que ayudó una comida celebrada en un bar en El Palo, a instancias del chivato, donde se tomó una foto de los participantes. Los detenidos son torturados, por supuesto. En Málaga son fusilados, en agosto, Salvador Soler López, que hacía de contable, José Cerezo Fernández, Enrique Tirado Cobos, Antonio González Torres y Adolfo Pacheco Mateos. Otros tres hombres fueron fusilados en Melilla -entre ellos Salvador Rodríguez Santana, de Alhaurín el Grande-, tres más en Ceuta y, ya en enero de 1945, ocho más en Alcalá de Henares, entre ellos Manuel Lozar. Otros tres detenidos serían condenados a cadena perpetua.

La mujer de Francisco Bueno Ledesma logró llegar a Orán (Argelia) y reunirse con su marido, que volvería a España en 1977 y falleció en Nerja en 2006. Fue uno de los pocos que pudo contarlo, gracias a su pericia y a la astuta complicidad de su familia. Los detenidos pidieron ayuda a la embajada de los Estados Unidos, que se lavó las manos. Downes informó por escrito de que él ya estaba en Italia, cosa que era cierta. Franco expuso las armas y el material incautado, de inequívoca procedencia norteamericana, y elevó una queja oficial al embajador. Los ingleses se frotaron las manos. La OSS reconoció que fue uno de sus mayores descalabros. Un informe de la CIA calificó años más tarde a los miembros de la OSS como los «gloriosos aficionados» que ayudaron a ganar la guerra. Mueren los héroes, la Historia continúa.