Crónicas de la ciudad
Requiebros y sorpresas en la calle Pedraza Páez
La irregular disposición de las viviendas ha dejado algunos pequeños espacios que los vecinos han aprovechado para adornar con profusión de plantas y detalles
Pocas personas conocerán al antequerano Pedro Pedraza Páez, de la quinta del 77 (de 1877). Las pistas que nos dejan algunos trabajos en la red informan de que estudió en Málaga y se formó en Italia varios años, donde estudió Filosofía, Teología y Leyes.
En la famosa editorial de Ramón Sopena escribió varias novelas históricas y destacó como traductor todoterreno en los años 10 y 20 del siglo pasado (Las mil y una noches, Victor Hugo, Conan Doyle, Crimen y castigo...), suponemos que traducciones del inglés y francés, según cada caso.
En Málaga, una calle serpeteante y accidentada nos recuerda a este espadachín de las letras que bien podría haber marcado sus pañuelos y objetos personales, como era costumbre en la época, en este caso con las llamativas tres P de su nombre y apellidos. Nuestro callejero se olvida del nombre de pila y lo ha reducido a calle Pedraza Páez.
Se trata de una vía paralela a la avenida Salvador Allende porque vertebra una buena porción de las casas de la playa en El Palo -algo más de 300 metros-.
La particularidad de esta calle es su trazado, puro requiebro en muchos casos por el emplazamiento de las casas de autoconstrucción. Sin duda, la calle dista mucho de haberse trazado como en su día lo hizo la calle Nueva, con varas y cuerdas para dejar en la trama de esa Málaga recién tomada por los cristianos dos líneas rectas paralelas.
Pero quien busque refugiarse de la rauda avenida de coches zumbando y del trasiego de la playa tiene en la calle Pedraza Paéz la oportunidad de conocer otra realidad llena de imperfecciones, así como de singularidad y mucho encanto.
Porque la irregular disposición de las viviendas ha creado unas placitas o descansillos espontáneos que recuerdan a los que también surgían, sin mucha planificación de por medio, en la Málaga musulmana.
Estas aperturas han sido aprovechadas por los vecinos para hermosear si cabe aún más sus casas y así toparnos, parecería, con alguna callejuela perdida de Córdoba o del barrio de Santa Cruz de Sevilla.
En uno de estos descansillos, por ejemplo, el paseante puede toparse con un pozo ataviado con los colores de Andalucia, en otro rincón, con un ‘techo’ de geranios o convertida en cerámica muy colorida, una propia vista de la calle, sin olvidar detalles en el exterior de las casas, junto al propio letrero municipal de la calle, como un ancla con la Virgen del Carmen y por todos lados, profusión de plantas. En suma, no todo lo hermoso está a la vera del mar. A veces, justo detrás.
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