Memorias de Málaga

Las bebidas cambian mucho

Los gustos por unas bebidas determinadas cambian como la moda. Una ley acabó con los vinos a granel y los respaldados por denominaciones de origen mejoraron de calidad. Luego se pusieron de moda el brandi, la ginebra, el ron...

El entonces presidente de la Diputación Elías Bendodo entrega en 2017 la placa de Sabor a Málaga a la bodega Antigua Casa de Guardia.

El entonces presidente de la Diputación Elías Bendodo entrega en 2017 la placa de Sabor a Málaga a la bodega Antigua Casa de Guardia. / Arciniega

Guillermo Jiménez Smerdou

Guillermo Jiménez Smerdou

Hasta no hace mucho, los vinos y licores, salvo los de bodegas acreditadas que embotellaban sus especialidades con atractivas y coloreadas etiquetas, en el mercado se podían adquirir toda clases de bebidas a granel en pequeñas cantidades, en garrafas para bares y comercios y en garrafones en casos extremos. Una ley acabó con los vinos a granel.

Los vinos de Valdepeñas, Manzanares, Montilla…, al ser embotellados con sus marcas, procedencias y respaldados por las denominaciones de origen, mejoraron de calidad.

Se eliminaron los llamados vinos de pasto, los vinazos, los tintorros, los peleones, los blancos a secas… y todos los que los taberneros ‘bautizaban’ (agregarle agua del grifo al vino que servían a la clientela) y que se manipulaban sin el menor decoro.

En los establecimientos de postín de Málaga, aparte los vinos con solera y marcas reconocidas que todavía están en el mercado (Tío Pepe, por ejemplo) los vinos para copear sin marca de origen eran «un jerez», «un montilla» y «un blanco» (normalmente Valdepeñas y en algunos establecimientos de Málaga, Tomelloso). En dos lugares muy frecuentados por la burguesía, el jerez que se servía era conocido con el diminutivo de una famosa marca jerezana, Agustín Blázquez: Agustinito. Los «agustinitos» eran los preferidos de La Alegría y La Cosmopolita. En el resto de los bares (las tabernas y tascas aparte), los vinos que más se servían eran los Moriles y Montilla. El eslogan de estos caldos se hizo popular: «La elección es sencilla, Moriles o Montilla».

Cambian los gustos

Las modas cambian, no con frecuencia, pero sí por razones de gusto. Nuestros abuelos y padres, por ejemplo, eran adictos al coñac, que entonces se anunciaban como cognac, después brandy, y ahora brandi según la RAE. Era una bebida muy solicitada, bien a secas (sin agua, sin hielo, sin soda) o bien con cualquiera de los agregados según el momento; después de una comida, se servía en copa balón, y en los lugares selectos, previo calentamiento de copa. Hasta no hace mucho, la bebida se anunciaba con un eslogan antifeminista: «El coñac es cosa de hombres».

Al consumo de la famosa bebida elaborada por bodegas acreditadas (González Byass, Osborne, Jiménez & Lamothe, Terry…) le salió un competidor: el gin o ginebra. El consumo, al principio, se reservaba como integrante de los combinados o cócteles; después derivó hacia unas bebidas de denominaciones varias, como gin-tonic, gin fizz o sin aditamento alguno, Al llegar la Coca-Cola a España, el gin-cola se hizo muy popular.

Dos marcas, Gordon y Larios, acapararon el mercado... y las dos marcas fueron objeto de fraudes porque eran las más solicitadas en las salas de fiesta, bares de copas, cabarets o similares.

Siempre había alguna bodega o bodeguilla clandestina o no, dispuesta a elaborar ginebra que servía en garrafas. El negocio consistía en utilizar las botellas etiquetadas con las marcas y volverlas a llenar con la ginebra de garrafa que se podía adquirir sin dificultad alguna en establecimientos del ramo.

En nuestra ciudad, en pleno Centro, existió un comercio que vendía ginebra de marca en sus botellas etiquetadas… y al mismo tiempo garrafas de una ginebra de origen desconocido. El propietario no se cortaba en la oferta: usted me compra una botella de Larios o Gordon… y cuando la consuma, la rellena con la ginebra de las garrafas que también vendo.

El negocio funcionaba bien si el propietario de la sala de fiestas tenía el buen cuidado de no abusar de la botella, porque con el uso diario la etiqueta se ensuciaba, se manchaba, revelaba que algo iba mal.

En un establecimiento de Torremolinos sucedió lo siguiente. En un bar del Centro un cliente pidió una ginebra de una de las dos marcas citadas. El camarero atendió el servicio y el cliente, al ver la suciedad de la etiqueta, rechazó el servicio y se encaró con el camarero. Este, muy digno, le informó que si no estaba de acuerdo con el producto, se lo reclamara al dueño: «Yo soy un mandao».

La anécdota me la contó el «mandao» que ya era subdirector de un hotel de 5 estrellas de Benalmádena… y que superó una breve etapa de su formación profesional en la hostelería.

Volviendo a la supremacía y declive de la ginebra, inesperadamente se impuso una bebida que caracterizaba a los hombres de la mar y piratas: el ron. El ron con cola o con otra bebida espumosa sin alcohol se adueñó de las discotecas, ‘botellones’ y concentraciones multitudinarias.

El whisky, bebida prohibitiva por su elevado precio, se fue popularizando, y más cuando en España empezó a elaborarse en la provincia de Segovia y que sigue en el mercado.

Lo que estaba casi reservado a la colonia británica se incorporó al mercado consumidor español. Decían los no habituados a la bebida escocesa, que sabía a chinches, extraña comparación porque que yo sepa nadie come chinches; al contrario, son las chinches las que se comen a los hombres chupando su sangre.

Hoy, el güisqui, como se escribe en español, corre en los botellones, discotecas, casetas de las ferias… como una bebida alcohólica más. El precio ya no es un freno porque pese a la queja generalizada de que todo está mal, dinero para las bebidas alcohólicas no falta.

Las bebidas cambian mucho

La cerveza es hoy una de las bebidas más populares. En la foto, Cervecería Malta en 2001 en Málaga. / Daniel Pérez

Ya no se copea

Ir de copas o copear ya no se lleva; los vinos blancos están para las comidas y cenas, y los tradicionales del copeteo, como los elaborados en Jerez, Montilla, Valdepeñas, Manzanares… casi han pasado a la historia.

Hoy no se copea, hoy se cervecea; la gente prefiere cervecear. Tanto gusta ahora tomar cerveza tras cerveza que copear antes con vinos de las procedencias indicadas. El cerveceo tiene un riesgo que ya tiene nombre: barriga cervecera.

Tampoco nadie goza de una bebida muy popular antaño como era el vino tinto con sifón o soda; ahora tiene nombre propio, pero con gaseosa: Tinto de Verano.

Lo que sí ha prosperado es el consumo del vino tinto en las comidas, y según el ‘bolsillo’ del consumidor (o consumidora), la gama es amplísima: joven, roble, crianza, reserva, gran reserva… de Rioja, Ribera del Duero, Somontano, Extremadura, Valencia, Toro… y de cada denominación cientos de bodegas compitiendo en calidad y precio.

Como soy de Málaga y escribo en un periódico de Málaga, no ignoro que en otras provincias de otras comunidades las costumbres son diferentes. Los asturianos prefieren la sidra, los gallegos tienen sus propios vinos, en otros lugares reina el clarete.

Los licores

Creo, pero no estoy seguro, que el consumo de licores elaborados, muchos de ellos en conventos originalmente, ya no tienen la clientela de antaño. Licores como Cointreau, Benedictine, Anís, Marrasquino, Triple Seco… y cientos o miles de marcas que se elaboran y consumen en el mundo, en Málaga ya tienen menos consumidores porque, las mujeres, antes, eran quienes más apreciaban esas bebidas, pero tomadas en casa y no en los establecimientos públicos.

Para cerrar una comida en un restaurante de uno o varios tenedores, la ‘casa’ oferta hoy gratis chupitos de diversos sabores, unos con alcohol y otros de hierbas aromáticas, sabores a moras y un amplio abanico de colores. De la copa de coñac, ni pum.

El vino tiene tantos adeptos como detractores; estos últimos, los abstemios, lo eliminan de su dieta... y olvidan, por ejemplo, que el primer milagro de Jesucristo, a petición de su madre, la Virgen María, fue la conversión del agua en vino en las bodas de Caná. El relato está recogido en las páginas 1379-1380 de la Biblia Nácar-Colunga (Madrid, MCMLI).

El vino no debe ser tan malo, pienso yo. Mi médico me autoriza dos copas de vino tinto al día... pero yo lo reduzco a una nada más, por si acaso.

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