Cronista Oficial de Marbella

Los nombres de las calles y lugares

No ha tenido Monseñor Rodrigo Bocanegra demasiada suerte al ser recordado en el callejero de Marbella

Los nombres de las calles y lugares

Los nombres de las calles y lugares / Francisco Moyano

Francisco Moyano

Muchos aspectos de la vida cotidiana se apoyan en situaciones de facto y no de iure, es decir, de hecho y no de derecho. A continuación relacionaré unos cuantos ejemplos del callejero de Marbella. Seguramente si preguntásemos cómo se llama la plaza en cuyo centro se encuentra esa especie de faro que todo el mundo conoce como ‘pirulí’, muy pocos sabrían decir que es la plaza de Monseñor Rodrigo Bocanegra, el que fuera párroco de Santa María de la Encarnación entre 1949 y 1973, además de arcipreste y una de las personas más influyentes de la Marbella que se desarrolló como potencia turística.

En puridad se trata de una plaza impropia porque está ocupada por la carretera de Cádiz a Málaga. Lo cierto es que no ha tenido Bocanegra demasiada suerte al ser recordado en el callejero, porque, poco después de su fallecimiento se rotuló con su nombre la plaza de la iglesia de la Encarnación, sin que surtiese ningún efecto y fue retirado. El denominado popularmente como ‘pirulí’ es el centro de una fuente.

La plaza se encuentra muy cerca de la entrada a uno de los grandes hoteles pioneros de la ciudad: el Meliá Don Pepe, aunque esa denominación ha desaparecido de la rotulación de la fachada, donde solamente aparece Gran Meliá. Ignoro por qué se ha retirado un nombre que, en su momento, resultó novedoso, innovador y reiteradamente imitado. Por ahora la ciudadanía sigue llamándole ‘Don Pepe’.

La verdad es que las calles y los lugares que tienen un especial significado para la ciudadanía terminan llevando el nombre que el pueblo les quiere poner o les resulta más familiar, entrañable o váyase a saber qué consideración. ¿Quién ha dejado de llamar al Hospital Regional de Málaga Carlos Haya, aunque ya no lleve oficialmente ese nombre? En Marbella son muchos los ejemplos que pueden citarse y que demuestran la enorme influencia de los ciudadanos en el callejero.

A pesar de los muchos nombres que tuvo la plaza del Ayuntamiento, incluido el de plaza del Generalísimo casi cuarenta años, desde que en 1942, siendo alcalde presidente de la Comisión Gestora Enrique Belón, se plantaron naranjos, quedó bautizada como plaza de los naranjos y así será hasta que los ciudadanos quieran. Además, así se reconoció oficialmente.

Otro ejemplo muy claro es el de la calle Ancha. Con anterioridad se había llamado General López Domínguez, que fue un militar que nació en la plaza de los Naranjos y que presidió el Consejo de Ministros durante unos cuantos meses; no parece que se acordase mucho de su ciudad natal, pero no todos los días se tiene un presidente del gobierno como hijo del pueblo. Más tarde se le llamó, durante el periodo de la Dictadura, calle de Germán Porras, que era el jefe de Falange en Marbella, en el momento del golpe de estado de 1936 y que fue detenido, trasladado a Málaga y asesinado. Siempre se le siguió llamando calle Ancha, aunque en la zona sur de la calle lucía una placa bien visible con el nombre oficial.

A la plaza del Puente de Málaga, infructuosamente se le quiso nombrar como de Isabel la Católica y a la calle Málaga, la de Fernando el Católico. Está claro que los vecinos tuvieron su opción personal que terminó siendo la triunfadora. A veces se da el caso de que una zona, tras siglos conociéndose con un nombre incontestable, consolidado y utilizado por la generalidad del vecindario, comienza a ser sustituido por otro que, muy posiblemente, termine imponiéndose.

Quizás el ejemplo más claro sea el del Paseo de la Alameda, al que, en los últimos años se le viene denominando Parque, incluso desde instancias municipales. Un cambio así, desde luego que no hace temblar ningún tipo de cimiento, pero, al menos, cambia los matices de la tradición.

Tampoco resulta extraño el caso de alguna denominación relativamente reciente que termina por hacer caer en el olvido topónimos anteriores hasta casi perderse la memoria de su ubicación; eso ocurre con el Polideportivo Paco Cantos que ha arrojado al olvido, a la ‘papelera’ deberíamos decir en tiempos digitales, al Llano de la Pólvora.

Queda claro que al igual que en la lengua, donde muchos neologismos innecesarios terminan por ser aceptados, o caen en desuso, o surgen nuevas palabras, demostrando que es una creación viva de los hablantes, el callejero tampoco es algo que permanezca estático. Afortunadamente es el pueblo quien sigue decidiendo en cuestión de nombres. Puede gustarnos más o menos, pero hasta ahí llega la discrepancia.