Opinión | Málaga de un vistazo

Jordi Cánovas

Ganar perdiendo

Últimamente se ha puesto de moda no saber perder, o tal vez haya sido así siempre pero ahora se disimula peor o ni siquiera se trata de ocultar, sino al contrario; hay una especie de culto al perdedor enrabietado, cada vez cuenta con más seguidores el que pierde si tras la derrota grita «¡trampa!», si dice que ha sido injusto, si acusa al ganador o ganadores de usurpadores, de indignos y corruptos.

Tanto más se gana cuanto más poder se pierda.

Para qué hacerlo mejor la próxima vez, para qué esperar a otra ocasión si uno puede cantar victoria en la derrota y acercarla y si bien es cierto que no se gana por mucho que se grite contra el vencedor, por muy exaltadas que sean las quejas sobre el resultado o por más que se intente alterarlo con toda la rabia, lo que sí ocurre con todo eso y cada vez más es que se atrae al público enfurecido, genera adeptos y aumenta la fiel popularidad con el ruido, la gente está cada vez más dispuesta a acompañar al perdedor hacia la próxima victoria, la verdadera, la digna y merecida, la victoria final e imparable

Subirse al tren perdedor, y poblar los vagones de mentiras, fábulas y confabulaciones, perder y aprovechar la inercia de la caída para derrumbarlo todo, caer sobre la multitud rendida y amortiguar el golpe, acusar al otro de los daños, de las pérdidas, del descontrol y del destrozo y alzarse entre las ruinas victorioso, parece ser ese el método del éxito porque cada vez son más los que preparan el asalto con esta fórmula.

Para qué esforzarse en ganar ahora si perdiendo lo obtienes todo, la confianza, la verdad, el apoyo y la fuerza y todo de forma inmediata o a muy corto plazo, qué más da ceder el poder si luego eres tú el que realmente lo puedes todo.