Opinión | De buena tinta

Reescribiendo la Justicia

Me remite el ínclito Javier Muriel un noticiario en el que, por enésima vez, se apela a la legendaria necesidad de moldear y suavizar el lenguaje de lo jurídico en favor de los derechos de la ciudadanía: un guante que ha vuelto a recoger el ministro de Justicia firmando junto a la RAE, el CGPJ, la FGE y otras instituciones el Protocolo para el fomento de un lenguaje jurídico moderno y accesible. Les hablo de una trama que, si bien sigue siendo precisa, ya no es, ni mucho menos, moderna, pues tales inercias ya venían recogidas, allá por 2002, en la llamada Carta de los derechos de los ciudadanos. Y digo yo, y así lo platicaba con mi compadre Muriel mediando mitad doble, que, quizá, nos estamos ablandando y que la jerga de cualquier sector también hay que saber disfrutarla y entenderla desde lo cotidiano. A lo que Muriel, que siempre resuelve las tramas con envites, me respondió que, si tan claro lo tenía, él mismo se prestaba a sujetarme el cubata mientras yo pasaba veinticuatro horas sobreviviendo a las rutinas con el argot jurídico. Y servidor, que puede llegar a ser muy Miura si le plantan bien el capote, no tuvo más que aterrizar en casa al mediodía para indicarle a los niños que, «habiendo comparecido en término y en virtud de lo por mí acordado in voce, les emplazaba en legal forma para la toma de lentejas de 15:00 a 15:30 y que, a mayor abundamiento y subsidiariamente, una vez verificado lo anterior, había pescado frito cuya toma yo mismo declaraba como potestativa». Y fue así, estando mi ojo más que avizor a la reacción de las criaturas, como me dio la sensación de que mi prole sí que supo entender lo que vino a ser la esencia del acto de comunicación, si bien quizá no tanto desde la cierta comprensión de mi jerga jurídica como por la pura inercia de pasar olímpicamente de lo que su padre dice y limitarse a ejecutar lo que cada día se ejecuta en torno a la mesa, esto es: comer más por hacerme gasto que para alimentarse.

«Y por cierto», le dije a mi mujer, «por presentadas en este hogar las presentes bolsas de la frutería, procedo a unirlas, sin más trámite, a la cocina de su razón y, con carácter previo a su dosificación entre las baldas del frigorífico o el frutero, pasen para selección a la reina de la casa a fin de que, verificado su reparto, sea ejecutado según lo procedente».

Pero fue poco más tarde cuando, mediando un «papi, por favor», se me personó el más pequeño de mis gañanes con el reiterado suplico de jugar un ratito a la consola. «¿Has terminado los deberes?», le pregunto yo. «No, sólo quiero descansar un rato, luego los acabo», me responde. «Entonces, ya sabes que no», le digo. «¡Sólo un ratito!», me insiste. «Nada», le reitero. «Y, además, lo sanciono, mando y firmo», le añado. «Si no estás de acuerdo, anuncia recurso frente a tu madre, pero que sepas que tal iniciativa no tendrá efecto suspensivo, así que tú veras si te sale a cuenta», le concluyo.

Con todo, y a pesar de mis esfuerzos, bien es verdad que, al final del día, la murga de lo judicial termina por embotar las relaciones personales, las cervicales y el entendimiento. Quizá, sí que sea necesario, sin perder la grandísima riqueza del vocabulario jurídico, adaptar su prosa al román paladino, que diría Garcilaso, a fin de que la ciudadanía no sufra más de lo que ya sufre cuando acude, nunca por gusto, a nuestras sedes judiciales.

Pero claro, a este servidor de ustedes, funcionario que lo es de Justicia, nadie es perfecto, todo se le pega. Porque fue poco después, ya a la hora de la cena, cuando, terminando la crema de verduras y el habitual capítulo de Modern Family, le susurré a mi señora: «Menudo tallaje frontal el de la Vergara!». A lo que ella, siempre alternativa, me contestó: «Pues a mí, puestos a elegir, me gusta más el tipo de Kim Cattrall». «Uy, a ésa yo no la conozco», le dije, «pero, en cualquier caso, y sin necesidad de mediar exhorto, no te niego que, quizá, pueda estar a la recíproca cuando las suyas viere».