Opinión | 725 palabras

Una idea huidiza

Era una noche de octubre cerrada con mil cerrojos. Una noche enferma de locura social. Apareció súbitamente, justo al doblar una esquina del pensamiento. Parecía ambular sola, pero no, una longilínea sombra apática e indolente la escoltaba. Su cráneo afilado, sus hombros enjutos, sus ancas huesudas y prominentes, y sus zancas flacas y alongadas la delataban. Era una idea leptosómica. Se veía cansada y descolorida y consumida y gemebunda, y parecía retorcerse con quejidos mudos, como si algo o alguien le corroyera las entrañas del alma para alimentarse. Las ideas afortunadas sobreviven al hombre, las infortunadas tienen un corto ciclo de vida, de ahí que yo intentara comprenderla para involucrarme en su proceso, pero, lamentablemente, no supe cómo hacerlo. ¡¿Dónde se ubican las entrañas del alma de las ideas?! Detrás, más allá de su propia sombra, decenas de sombras zombis se agitaban queriendo escapar de sí mismas. Las sombras que huyen de sí mismas son sombras malas. Malasombras.

Aquella idea leptosómica errante y ensombrecida me marcó y así sigo, especialmente porque no supe cómo intervenir a tiempo. En esencia, las ideas y sus entrañas no son más que una ordenada –o desordenada– cadena de palabras y silencios, y aquella noche enferma de vesania social no fue distinta, así que, probablemente, por mi parte hubieron de haber más silencios que palabras aquel primer día, y quizá por eso no pude abordarla en toda su dimensión.

No obstante, cumpliendo con la indubitada verdad de que el pasado siempre vuelve, de cuando en vez la escena resucita, como está ocurriendo en este preciso momento. Y, vez tras vez, yo insisto en mi palabreo ordenado, porque escarbar en las palabras es un milagroso camino hacia las ideas. Desgraciadamente, hasta hoy, amable leyente, a pesar de mis desvelos, cada vez me he quedado con el significado de la idea aquella en la punta de la lengua de la comprensión y en la punta de la lengua del conocimiento. El mundo moderno obliga al multilingüismo...

Creo que no estuvo mal traída una afirmación de Oscar Wilde de la que no recuerdo su literal, pero que me atrevo a traducir transcribiéndola libremente: «lo que interpretamos como sombra de nuestro cuerpo, en realidad es el cuerpo de nuestra alma». Y abundo en lo de ben trovata, porque pudiera ser que así fuera respecto del particular de este artículo. ¿Será, quizá, la sombra de aquella idea gemebunda y dolorida en sus entrañas la custodia del silencio de su mensaje? ¿Tendrán algo que ver las decenas de agitadas malasombras huyentes que perseguían a aquella idea?

Como ejercicio de reafirmación, durante un buen tramo de mi camino, a piñón fijo pretendí averiguar si el personal, etario o no, estaba familiarizado con las ideas crípticas y perseverantes como parte de la normalidad del ensimismamiento de cada cual, pero a fuer de sincero, a pesar de mi empeño y de la luz que obtuve no llegué a ninguna conclusión válida para las miradas científicas. En aquellos días, acaeció una anécdota mágicamente curiosa –y viceversa– respecto de la ignota idea huidiza de este artículo.

Ocurrió un día de verano naciente durante un atardecer tardío. Yo deambulaba. Aunque la calle era una estridente turbamulta, una señora muy señoreada llamó mi atención. Caminábamos en sentidos opuestos. A más nos aproximábamos, menos podía creer lo que estaba viendo. Se trataba de una mujer físicamente idéntica a mi recurrente idea huidiza. Al cruzarnos nos miramos como si nos conociéramos. Tiempos luminosos aquellos en los qué, sin mascarilla, mirarse y verse era fácil. Ella nunca llegó a conocerme, doy fe, sin embargo, yo sí la conocía a ella ya desde mucho antes de habérmela cruzado: mirada vivaracha, delgadez más que notable, faz angulosa, hombros estrechos, talle tajante, significadas caderas e infinitas piernas, que muy a pesar de su infinitud solo eran dos. En síntesis, una dama leptosómica de libro, tal cual la definió Kretschmer en sus tipologías psicomorfológicas. Curiosa la vida para los curiosos.

Escribir sobre la forma de una idea, que, per se, es un pretangible, pudiera atojarse algo así como cuarto y mitad de neurosis, como poco. Y posiblemente lo sea a los ojos de alguien, pero si mientras hurgamos en los entresijos de estas letras rememoramos el Mundo de las ideas, de Platón, y el Inconsciente colectivo, de Jung, que tanto tienen que ver entre sí, posiblemente la comprensión sería distinta.