Opinión | Tribuna

Cantó y se marchó

Blas Cantó, durante su actuación en Eurovisión.

Blas Cantó, durante su actuación en Eurovisión. / EFE

Ya ha llovido bastante desde que en 1956 se inaugurase el primer certamen de Eurovisión en Lugano con la participación de, tan solo, siete países. Se dice que el festival de Eurovisión fue creado para apaciguar los ánimos y la tensión creados por la Guerra Fría. La OTAN pudo estar detrás de este proyecto, con intenciones pacifistas, unionistas y fraternales. Ahora integran dicho espectáculo unos cuarenta países, más o menos. Más o menos porque algunos se han auto-descalificado, como Turquía por su postura claramente homófoba, y a otros se les ha prohibido la participación, como a Bielorrusia y Hungría, tanto por el componente del espectáculo que presentaban como por las letras de sus canciones, muy antidemocráticas por apoyar a determinados líderes algo dictatoriales, digámoslo suavemente. En otro orden de cosas, el espíritu del Festival es tan aperturista que países tan lejanos como Australia están invitados a participar. Otros pertenecen desde principios de los setenta al evento, como Israel, cuya actitud política con Palestina se sigue cuestionando, pero blanquea su imagen con un abierto Pinkwashing.

El éxito del evento está trascendiendo a otros continentes lógicamente y ya se están preparando festivales de este tipo en América del Norte y Asia, e intentan ligarlos de alguna manera con el europeo. Recordemos que España, Portugal y toda América Latina disfrutaban de un evento parecido que alguien, o algunos, se encargaron de mermar y hacerlo desaparecer.

Es obvio que estos espectáculos suponen una ventana al mundo para promover, no solo la música de ese país, sino también la moda, la imagen y la marca. La marca España en ese sentido no levanta cabeza. Año tras año TVE está ninguneando el evento y muchos eurofans, y espectadores en general, no terminan de entender que sigamos participando en un evento donde se demuestra escaso interés, convocatoria tras convocatoria. La inversión es irrisoria. Una nadería si la comparamos con lo que puede costar un episodio de una serie cualquiera o un reality. Aún así, TVE se obstina en seguir asistiendo y seguir perteneciendo a ese grupo de los Big five, que el resto odia por su favoritismo al librarse de la angustiante clasificación, aunque pagan una mínima cuota de mantenimiento a la UER (Unión Europea de Radiodifusión).

Desde luego, Televisión Española dejó de implicarse y complicarse con el evento. No es ético que un grupo de funcionarios, que trabajan en TVE, que es de todos porque es un servicio público, se desentienda tan descaradamente, año tras año, del evento. La marca España hace aguas en cada certamen. Todos los países usan el festival no tanto para relacionarse y conocerse como para promocionarse en todos los aspectos. Y un país, como España, que vive principalmente del turismo, debería tomárselo en serio y estar siempre ahí entre los primeros, como Suecia. Se podría conseguir si se invirtiera mucho más y se tomara en serio todo este tinglado. Simplemente realizando un proceso de selección riguroso con propuestas serias y competitivas o festivales alternativos, de donde salieran las voces y los temas que pudieran representarnos. Desde luego los galardones y los mejores puestos se han conseguido durante el régimen tardo-franquista por la imperiosa necesidad que tenían de proyectar una imagen moderna y aperturista. Por lo que, simplemente, con tener interés se podría acceder a los primeros puestos. Uno de los principales escollos que se presenta, desde hace una década o poco más, es el voto que existe entre países vecinos, próximos o amigos. Es el caso de los países del Este, que se votan entre ellos en una suerte de apocalipsis incestuoso, por ello hay que presentar propuestas solventes e investigar por dónde van los tiros de los nuevos derroteros musicales y trabajar más la puesta en escena y la imagen.

Si seguimos presentando chiquilicuatres o baladas rancias estaremos condenados al fracaso y la marca España será sinónimo de ridículo, ya que, aunque TVE no se implique seriamente o no crea en este certamen, nuestra imagen trasciende a otros países donde se toman esto como una modelo potente de todo un país, una ideología o una sociedad.

Así pues, es mucho mejor abandonar que seguir coqueteando permanentemente con los últimos puestos, puesto que esto repercute en nuestra imagen y por lo tanto en nuestra economía, ya que es un magnífico trampolín para exportar nuestros servicios. Muchos agradeceríamos que dejaran de tomarnos el pelo y que dejaran de jugar con las ilusiones de nuestros artistas. Ahí los dejan, abandonados a su suerte. Como Blas, que cantó y se marchó, con todo el empeño y la ilusión que puso en esta empresa.

Azerbaiyán es un típico ejemplo de esmero y dedicación a este proyecto. Después de su participación, de su triunfo en 2011, y de sus inmejorables puestos, fueron muchos los ciudadanos europeos y de otras partes del mundo los que se interesaron por ese país en todos los sentidos.

Una retirada a tiempo siempre es un triunfo, pero me temo que incluso ya sucedería a destiempo, pues peores resultados no se pueden cosechar, con permiso de UK.