Opinión | El Adarve

El mapa de los Pirineos

En tiempos tan aciagos, inmersos en una pandemia que nos avasalló sin contemplaciones y de la que no acabamos de salir por diversos motivos, conocidos unos y desconocidos otros, parece una provocación hacer una invitación al optimismo. Pero no, pienso yo. No es una provocación. Nunca habrá momento más necesario. Porque es precisamente una actitud optimista la que nos ayudará a superar la adversidad. Dice Madeleine L’Engle que el verdadero optimismo solo brilla en las tragedias.

Cuando miramos alrededor y vemos tanto horror, violencia, injusticia, desigualdad, ignorancia, opresión, miseria, maldad… nos preguntamos cómo es posible ser optimistas. Más aun si nos encontramos en una situación de grave adversidad como puede ser la muerte de un ser querido, una separación sentimental, una enfermedad seria, un despido en el trabajo, un episodio depresivo… En todos esos casos la persona optimista no niega la realidad, no la minimiza. Pero conoce y recorre el camino para que el dolor no altere ni su integridad ni su esencia personal. Es precisamente esa actitud positiva la que permite afrontar las dificultades.

Todos conocemos personas que han atravesado situaciones muy difíciles en la vida y que siempre se han mostrado enérgicas, positivas y luchadoras y otras que, en situaciones mucho más favorables, se dejan destruir sin mostrar el más mínimo coraje por el menor contratiempo.

Dice Noam Chomsky: «El optimismo es una estrategia para crear un mundo mejor porque, si no crees que el futuro puede ser mejor, difícilmente podrás dar uno paso y responsabilizarte de que así sea».

Dentro de unos meses pronunciaré en Argentina una conferencia para docentes titulada ‘Invitación al optimismo’. Serán reflexiones «para docentes en tiempos revueltos». Estoy rodeado de libros que invitan a reflexionar: ‘Pedagogía del optimismo’ (Marujo y otros), ‘La fuerza del optimismo’ (Luis Rojas Marcos), ‘Sonreír o morir: cómo el pensamiento positivo engañó a América y al mundo’ (Bárbara Ehrenreich), ‘Viaje al optimismo’ (Eduardo Punset), ‘Recuperar el optimismo’ (José María Díez y otros), ‘El optimista que hay en ti’ (Jessica Lockhart), ‘The optimism Bias’ (Tali Sharot), ‘Habilidades para la vida’ (Andrea Giráldez y Emma Sue-Prince), ‘Hacer que te pasen cosas buenas’ (Mirian Rojas), entre otros.

Es probable que, muchas veces, hayamos oído calificar a una persona de optimista con cierto tono de burla, como sinónimo de cándida, ilusa, ingenua, ignorante y hasta estúpida. Creo que se trata de una visión sesgada del concepto. Ser optimista no significa ser inconsciente, significa tener una actitud abierta y esperanzada, confianza en uno mismo y capacidad de superación. No es cierto que un pesimista sea un optimista bien informado.

El profesor de Dinámica de las Organizaciones de la Universidad de Michigan, Karl Weick, ilustra la superioridad de la confianza y el entusiasmo frente a la evaluación realista de la situación con este interesante relato de un suceso verídico. Durante unas maniobras militares en Suiza, un joven teniente de un destacamento húngaro en los Alpes envió a un pelotón de soldados a explorar una montaña helada. Al poco rato comenzó a nevar intensamente y dos días más tarde la patrulla no había regresado El teniente pensó angustiado que había enviado a sus hombres a la muerte. Al cuarto día los soldados regresaron al campamento.

• ¿Qué ha ocurrido?, ¿cómo lograsteis volver?, les preguntó el oficial.

Le respondieron que se habían perdido y poco a poco se fueron descorazonando hasta que uno de ellos encontró un mapa en su mochila. Esto les tranquilizó. Esperaron a que pasara la tormenta y, valiéndose del mapa, dieron con el camino. El teniente estudió con interés el mapa providencial y descubrió con asombro que era un mapa de los Pirineos. En realidad el mapa no había servido para guiar a los soldados, sino para avivar en ellos la esperanza, que fue lo que les hizo salir del trance y enfrentarse a la situación.

El optimismo no es una actitud bobalicona e ingenua que se limita a ver las cosas de color de rosa y que nos hace sonreír mientras nos cruzamos de brazos. El optimismo es comprometido y lleva a la acción. Exige valentía y coherencia, responsabilidad y constancia.

En el libro ‘Las citas de Einstein’, Alice Caprice reproduce este diálogo, tan sugerente para subrayar lo que estoy diciendo:

- Havelock Ellis: El lugar donde más florece el optimismo es en los asilos de lunáticos.

- Albert Einstein: Pues yo preferiría ser un optimista loco que un pesimista cuerdo.

El optimista nace y, sobre todo, se hace. Es necesario educarse y educar para el optimismo. Para ello hay que superar los obstáculos que lo destruyen.

La tiranía del debería: Se produce esta tiranía cuando la persona piensa que está absolutamente obligada a ser, sentir o actuar de forma utópica o imposible de realizar para cualquier ser humano normal: «Debería estar siempre de buen humor», «Debería escuchar siempre con plena atención», «Debería hacer deporte constantemente para estar en plena forma»… Se trata de expectativas irracionales e inalcanzables que, al no cumplirse, generan sentimientos de culpa, de fracaso, de desmoralización y de odio hacia sí mismo.

El perfeccionismo como trampa: En lugar de ser una cualidad, la perfección llevada hasta la exageración se convierte en un obstáculo para la realización personal y profesional. Veamos algunos ámbitos en que se manifiesta el perfeccionismo: rigidez excesiva en cuanto al orden, la limpieza y la organización; la crítica permanente; la reserva y el cuidado extremo; la infalibilidad que conlleva el rechazo a cualquier crítica; la indecisión ante el temor de equivocarse.

La autoestima viciosa: si la persona no se siente bien consigo misma, tendrá un rendimiento menor, lo que va a empeorar la forma de valorarse. En el círculo virtuoso, por contra, si la persona se siente bien consigo misma tendrá mayor éxito, lo que va a mejorar el autoconcepto y la autoestima.

La irresponsabilidad destructiva: Es la tendencia compulsiva a sustraerse de responsabilidades personales, familiares, laborales o sociales, utilizando excusas de diverso tipo: «no hay solución», «nadie lo hace», «siempre ha sido así», «no hay nada que hacer»… Tan malo es dejarse arrastrar por la victimación como abrir la puerta a la autoculpabilización.

Las dependencias nocivas: No me refiero solo a dependencia física, como la dependencia de sustancias sino a la referida a todos los ámbitos de la vida. Hay personas dependientes del trabajo, de las compras o consumos crecientes, de la comida. El dependiente se consume en dudas o descontento por no tener, nunca por no ser.

La inacción perezosa: El optimismo es incompatible con lo que algunos autores denominan «la instalación en la zona de comodidad». La persona pesimista solo hace lo que resulta rutinario, familiar, trivial, cómodo. Y rechaza la novedad, el esfuerzo y la creación.

La ‘rumia’ negativa: uno de los enemigos del optimismo es la rumia permanente de pensamientos, afirmaciones y sentimientos pesimistas. Se trata de una actitud consistente en ver solo los aspectos negativos de la realidad. Suelo decir que se trata de personas que solo ven los agujeros en el queso.

Las ideas irracionales: Algunas ideas irracionales nos complican la vida y nos llevan a mantener actitudes pesimistas: Los humanos somos malos por naturaleza, cualquier tiempo pasado fue mejor, la humanidad es irremediablemente desdichada. Albert Ellis, fundador de la terapia cognitiva, habla de once ideas irracionales que destruyen la salud emocional. A ellas me remito.

Susan C. Vaughan, en el libro ‘Medio vacía, medio llena’, dice lo siguiente: «El optimismo es como una profecía que se cumple por sí misma. Las personas optimistas presagian que alcanzarán lo que desean, perseveran y la gente responde bien a su entusiasmo. Esa virtud les da ventaja en el campo de la salud, del amor, del trabajo y del juego, lo que a su vez revalida su predicción optimista».

Se dice muchas veces que el optimista ve la parte llena de la botella y el pesimista la parte vacía. Thomas L. Friedman en su libro ‘El optimista preocupado’ (2003) dice: «Yo soy optimista por naturaleza, porque soy bajo de estatura. La gente baja tiende a ser optimista porque solo puede ver la parte de la botella que está llena y no llega a ver la parte vacía…»

Hace algunos años visité por motivos de trabajo la ciudad boliviana de Potosí. Me contaron que sus habitantes tenían fama de ser muy pesimistas, tanto que se les había acuñado el siguiente dicho: cuando un potosino se desmaya no vuelve en sí, vuelve en no. Lo contrario de lo que debemos hacer cada mañana al despertar para afrontar el día con actitud optimista.