Opinión | 725 palabras

Superlativismo

Uno baja la vista dos palmos del cielo y se da de bruces con realidades que van de la nada al todo o del todo a la nada, en una espiral sin fin. Los idiomas con raíz latina son verdaderos muestrarios de vocablos sufijados mediante «–ísimo» y «-érrimo» que, a lo grande, catalogan o descatalogan todo lo pensable. Nada ni nadie está exento del golpe certero del místico kung-fu de los sufijos que agigantan los egos y las angustias de todo lo adjetivable.

El kung-fu del superlativismo donde más se explaya es en el escenario en el que se desarrolla la actividad profesional de la política, que se ha convertido en una especie de tatami virtual para todas las logias visibles que autoinvestidas summa cum laude del rien ne va plus de lo más grande del mundo, pregonan la superlativa razón proselitista que las asiste a cada una. Cada formación política es la superlativa demostración de la completitud superlativa de la superlativa razón en estado puro. Si Descartes levantara la cabeza, primero fliparía en colorines, después trataría de poner orden y, finalmente, creo que se suicidaría, del tirón. ¡Total, pa qué, diría don René...!

Pequeñísima, misérrima, costosísima, paupérrima, frigidísima, aspérrima, crudelísima, nigérrima, incertísima... es la razón que asiste a una de las partes en el escenario político e integérrima, enormísima, pulquérrima, meritísima, salubérrima, lucentísima la razón que asiste a la otra parte. Así, una y otra vez trazando la elíptica, como el péndulo de Foucalut. Viva el gobierno y viva la oposición, que tanto monta, monta tanto, el vicio de los gobernantes como el de los aspirantes. ¡Marchando una de pareado...!

El telos griego, que definine el concepto aristotélico del «fin», del «propósito», diríase que fue parido para justificarlo todo en política. De hecho, no son pocas las veces en nuestros días que la política demuestra tener principios esenciales, pero que cuando hace falta, como Groucho, tiene otros, tantos como hiciere falta cada vez. La política moderna tiene una superlativa manga ancha, muy ancha, anchísima. Las formaciones políticas, unas mucho y otras mucho más, son superlativos manantiales de inagotables principios, hasta contradictorios, cuando ha lugar.

Lo superlativo, como concepto, viene a definir lo más de lo más, pero en tanto que vocablo es un vocablo desamparado, desasistido, huérfano, sin padre ni madre ni perrito que le ladre. Lo superlativo no tiene polaridad que le ayude a identificarse. La polaridad de superlativo sería infralativo, pero lo infralativo como concepto ni existe ni es pensable.

Superlativo no tiene antónimo directo, sino que existe para asistir y llevar a sus límites tanto lo pequeño como lo grande, lo gordo como lo flaco, lo solido como lo etéreo... Más que un simple vocablo, superlativo es una multiherramienta de la razón prevista para apretar las cosas a sus extremos. Tan superlativo es el pecaminoso como el hombre de bien, el noble como el villano y la izquierda como la derecha... Superlativo es un concepto finalista, una idea absolutista como siempre o nunca, como lleno o vacío..., pero, insisto, sin antónimos más que por aproximación, por similitud, por analogía. Allende su majestad el superlativo pone el huevo sienta cátedra para mirificar y maximizar el concepto.

Posiblemente, los hombres, en nuestros principios, fuéramos simples monos superlativos que con el tiempo hemos mejorado en todos los sentidos. Especialmente me refiero a la mejora alcanzada con algunos de nuestros defectos superlativos, que día a día mejoran, es decir, crecen y crecen como tales a la par que adelgazan y adelgazan las antónimas virtudes.

Ser testigos de cómo el inframundo de las sociedades menos afortunadas, pasito a pasito, se convierte en el mayor proveedor de las nuevas cepas del virus asesino para las sociedades más acomodadas, duele. Pero más duele reconocer que ello ocurre como consecuencia de la insuficiente empatía traducida en ayuda a la pobreza y a la enfermedad. Superlativamente inasumible por la sensibilidad y superlativamente inaceptable por la inteligencia. 

El que le escribe, amable leyente, no es muy dado a la creencia del milagreo por cauces del negociado de los dioses, pero, aun así, de cuando en vez, últimamente, se me antoja que la aventura vírica que nos está tocando vivir suena a aquellas plagas bíblicas con mala leche que, entre pescozón y pescozón a traición, me contaban los hermanos agustinos, algunos de los cuales tampoco estaban mal dotados de mala leche...