Opinión | La calle a tragos

El verano, según Juan Diego

«El tinto de verano no existe, es un invento; y la muerte tampoco existe para nadie, menos para el que se muere», me dijo el inmortal actor sevillano un mes de julio hace tres lustros

Juan Diego.

Juan Diego. / EP

Hubo un tiempo de mi vida en el que me inventaba cualquier excusa para hacerle unas preguntas a Juan Diego (1942-2022). Me aficioné al ritual hasta el punto de que él terminó llamándome ‘El momentillo’. Se quedó -y con los años siempre me la recordaba con cariño cuando nos veíamos en el Festival de Málaga- con la coletilla que yo empleaba para poder escribir lo que me decía en una libreta: «Un momentillo, Juan Diego». Él entendía la entrevista como un combate entrañable al que me hice adicto un verano al que ahora vuelvo. «El tinto de verano no existe, es un invento; y la muerte tampoco existe para nadie, menos para el que se muere», me dijo el inmortal actor un mes de julio. Hace tres lustros. Quedaba cerca su Goya por ‘Vete de mí’.

Su brillantez no decayó cuando, como estaba obligado a hablarle de ‘cositas frescas veraniegas’, le arrojé el ‘topicazo’ del calor que se pasa haciendo el amor, en pleno mes de agosto, en un sofá de eskay: «¡Qué cosas más incómodas¡ ¿No tiene por ahí un gazpachito fresco para antes de acostarse?».

Aquel día, ante la necesidad de mimetizarme con la estación que servía de percha, también le pregunté qué no le gustaba del verano y me soltó que «el propio invierno». O tuvo una de sus inconfundibles salidas cuando recurrí al politiqueo: «Hable de lo que usted quiera y yo contesto lo que yo quiera. ¿Me va a hablar de política con tinto de verano por medio? Venga ya, cojones. ¿Usted sigue con gripe, no? Ya nos veremos y hablaremos despacito cara a cara».

Su rapidez a la hora de disparar las respuestas y su habilidad para el ‘cuerpo a cuerpo’ dialéctico lo convertían, prácticamente, en una especie única. En un torrente necesario de voz cascada. En un soniquete tan sabio como irrepetible que, ahora mismo, resuena en mi memoria mientras regreso a aquel mes de julio y rebusco entre los párrafos que me regaló: «¡Chiquillo que está diciendo, que a usted la calor le pone muy malo! Usted tiene muy poca vergüenza, caballero (...) Está empeñado en que yo pase el verano en algún sitio. Y yo lo paso en mi casa y ya está, que hace mucho calor fuera. Pero usted no, que para eso está al lado de las calores, la playa y las suecas que ya no existen».

Así era el verano, según Juan Diego.

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