Tribuna
Argentina: entre Podemos y Vox
«La libertad es una librería», dejó escrito Joan Margarit en un poema delicioso. Una librería, o una biblioteca, o una tarde de verano junto a un sabio. Como el momento que ahora me retorna, al plantearme este artículo. Estábamos en el pequeño despacho atestado de libros que Julio María Sanguinetti tiene en su casa de Montevideo: el amigo argentino Jorge Cohen, yo misma y el honor de pasar la tarde con el expresidente de Uruguay, una de las cabezas mejor amuebladas de América Latina.
La conversación giraba alrededor de la situación argentina, epicentro de toda conversación latinoamericana, con permiso de Venezuela, que también fagocita el continente. Y en un quiebro, cuando ya habíamos destripado las entrañas del peronismo y nos habíamos escandalizado con las barrabasadas del kirchnerismo, pregunté a Sanguinetti hacia dónde iba Argentina. Veníamos de una curiosa analogía que él había hecho y que dibujaba el mapa completo del continente. Decía: «La Paz es una catedral; Caracas, un cuartel, y Bogotá una universidad». Fue en aquel momento cuando pregunté, «pero Argentina, presidente, ¿Argentina hacia dónde va?». La respuesta de aquella tarde de hace unos años resuena una y otra vez, como si el gran país no fuera capaz de salir del bucle demoniaco en el que está instalado: «Argentina, querida Pilar, Argentina no va a ninguna parte».
No va a ninguna parte, pero se mueve a toda velocidad, atrapada en la rueda sempiterna del hámster, que devora sus grandes potenciales. Es difícil de entender cómo un país con tantos recursos, tanto empuje y tanta capacidad intelectual y creativa, sea tan capaz de autodestruirse, pero el hecho es que, una y otra vez, Argentina escoge lo peor de cada casa para administrarse. El último ejemplo lo hemos tenido este domingo, con unos resultados electorales que polarizan el país entre lo más malo y lo más peor y que dejan un oscuro panorama para el balotaje del 19 de noviembre. Por un lado, y con el mejor porcentaje, ha pasado la criba Sergio Massa, el actual ministro de Economía que ha sometido Argentina a una inflación superior al 100% anual, con un peso tan brutalmente devaluado que no sirve ni para los carritos de los supermercados, y con una inseguridad financiera y jurídica espantosa. Que el país que ha sufrido un régimen kirchnerista responsable del escándalo de corrupción más grande de todo el continente, instalado en un populismo de izquierda ultramontana que ha liquidado la separación de poderes, ha perseguido a periodistas y jueces y se ha aliado con el eje bolivariano, que este país vuelva a votar a quienes han dilapidado su futuro, cuesta mucho de entender. Sin duda, debe de ser la esencia peronista (de raíz mussoliniana, no olvidemos) que ha dejado un poso populista difícil de superar, pero con todo, es realmente inquietante que pueda volver a ganar quien representa el desastre de estas últimas décadas.
Pero si Massa da miedo por lo que ha hecho, Milei da el mismo miedo por lo que podría hacer en el futuro. Es un personaje estrafalario que tanto se pone a rugir como un león como toca el shofar bíblico, negacionista del cambio climático, blanqueador de la dictadura, admirador de Bolsonaro, vendedor de recetas todo a 100 para la crisis económica, y defensor de crear un mercado para la venta de órganos. Es una versión estrambótica del trumpismo, con un gran sentido del impacto mediático, la cual cosa le ha sido muy útil para seducir a los más jóvenes. Este es el hombre que puede acabar con décadas de corrupción kirchnerista, cosa que sería buena, si no fuera porque no se sabe a qué zona oscura puede conducir el país.
Esta dualidad dantesca, entre Massa y Milei, deja desesperados a muchos argentinos que aspiraban a un cambio de paradigma que les llevara una gobernanza responsable. Me lo decía un amigo que marchó del país y la familia del cual también quiere salir: «Es terrible. Ya no podemos más. Son abuelos, hijos y nietos. Tres generaciones. Hay un límite para todo, y una sola vida. La gente busca un lugar donde no sufrir e intentar ser feliz. Y Argentina ya no es este lugar para muchos argentinos».
«La libertad es una librería», dice Margarit. Y «hacer el amor en los parques», y «un rey saliente en tren hacia el exilio», y... Y es la expulsión de los corruptos, y una ciudadanía crítica, y unas elecciones con esperanza. La libertad es la derrota de la demagogia.
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