Opinión | Mirando al abismo

La luz de las tardes

Los días se vuelven más cercanos, más manejables y su rutina nos abruma un poco menos cuando sabemos que tenemos un sinfín de horas antes de que finalmente muera

Han vuelto a cambiar la hora, y aunque parezca que solo hay que atrasar las manecillas de reloj unos minutos, ese cambio es mucho más profundo. Ahora las tardes vuelven a tener ese rastro de eternidad que solo da la luz. Aquí, en mi rincón del sur, vivimos al albur de la luz, pendientes siempre de su llegada. Su ausencia nos limita, nos entumece, nos hace entrar en un modo de hibernación que se traduce a del trabajo a casa y poco más, y nos volvemos más tristes porque nos han quitado las tardes. Pero han cambiado la hora, la luz vuelve a tomar su sitio y el sur vuelve a la vida, poco a poco, sin prisa.

Regresan los niños a los parques, los cafés a media tarde, tomar el sol en un banco, ir andando a cualquier sitio porque el sol te acompaña. Vuelve ese bullicio que tienen todas las ciudades del sur, ese de la gente hablando en la calle con la calma que da la infinitud del tiempo. Porque para nosotros la luz es sinónimo de tiempo. Así que miro mi pequeño rincón del mundo y observo los cambios que la luz ha traído. Veo la alegría en las calles y al sol entrando por las ventanas y sé que el frío y el invierno ya han llegado a su fin.

A mi entender, la luz no sólo nos da la calle y el tiempo, sino que también condena a la melancolía al retiro hasta el invierno siguiente. El gris de los días que caen uno tras otro como en una avalancha que amenaza con sepultarnos bajo la rutina, desaparece. Los días se vuelven más cercanos, más manejables y su rutina nos abruma un poco menos cuando sabemos que tenemos un sinfín de horas antes de que finalmente muera. A fin de cuentas, no hemos dejado de ser animales diurnos, por muy racionales que nos hayamos vuelto con el paso de las distintas sociedades. Los biorritmos, que es como los biólogos llaman a unos ciclos que determinan el rendimiento en tres factores básicos para el ser humano, el físico, el emocional, y el intelectual, se ven afectados por la luz y nos hacen ser más eficientes cuando el sol corona los días.

Aunque yo pase mis tardes estudiando esas perpetuas oposiciones mías, y tengo la fe de esperar que llueva algo más en estos días, no puedo negar que la luz invita a salir a la calle sin más hora de vuelta que la puesta de sol.