Crítica

Son engañosas las apariencias...

Reseña de 'La desconocida', de Pablo Maqueda, en la Sección Oficial del Festival de Málaga

Laia Manzanares, en 'La desconocida'

Laia Manzanares, en 'La desconocida' / La Opinión

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

LA DESCONOCIDA

Dirección: Pablo Maqueda

Guión: Pablo Maqueda, Haizea G. Viana, Paco Bezerra

Reparto: Laia Manzanares, Manolo Solo, Eva Llorach, Blanca Parés, Vega Céspedes

Al menos en la copia exhibida para los periodistas, 'La desconocida' comienza con el rótulo escrito por el director, Pablo Maqueda; un texto en el que se nos conmina a no revelar las sorpresas de la película para no arruinar la experiencia a los siguientes espectadores (básicamente como aquel de Clouzot de 'Las diabólicas'). El juego de la película, el trileo, empieza precisamente ahí, porque qué duda cabe de que ese ruego de no espoilear la trama tiene mucho de hype, de generar expectativas, de procurarte ya una cierta tensión en la butaca. ¿Que cuál es el problema? Pues que cuando la cosa no está a la altura, cuando a uno no se le elevan las cejas en ningún momento al desenmadejarse la trama y descubre que todo ha sido un bluf, una mano que iba destinada al fracaso pero vendida con aplomo y jeta de tahúr, llega un cierto mosqueo.

Termina la película con uno de los personajes alejándose de la cámara, muy despacito; asistimos a ese paseo hasta que desaparece del plano, proceso que dura casi un minuto. Me imagino a Maqueda: "Buah, cortamos a créditos cuando el personaje salga de plano. Así le damos tiempo al espectador para asimilar todo lo que ha visto". Pero el espectador no esá precisamente tratando de asimilar todo lo que ha visto sino por qué lo ha visto. Porque, básicamente, la sorpresa no es muy sorprendente (cualquier cinéfilo avezado, alerta y con ciertas horas de vuelo la pilla pronto), de acuerdo, pero es que, además, la película está tan enamorada de la supuesta turbiedad psicológica de su relato y de sus protagonistas, con esa sobreabundancia de planos-detalle, música malrollera, constantes desenfoques y similares recursos, que, al final, la montaña rusa que prometía el "no spoilers, por favor" se convierte algo así como en un ejemplo de malísima publicidad.