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Virginia Woolf: La influencia de los viajes en su literatura

Nórdica Libros publica ‘De viaje’, que reúne por primera vez en español los textos que escribió, en cartas y en su diario, mientras estaba viajando

La escritora  en la playa con su cuñado Clive Bell, en la década de 1910.

La escritora en la playa con su cuñado Clive Bell, en la década de 1910. / Francisco Millet Alcoba

Francisco Millet Alcoba

El 28 de marzo de 1941 Virginia Woolf emprendió su último viaje al río Ouse, del que no regresó. Era, al contrario de los anteriores, un viaje sin retorno, por eso lo hizo en solitario y en soledad, lejos del encanto de aquellos otro.

Antes de aquel viaje postrero Virginia realizó muchos otros; lo hizo desde joven cuando comenzó a acercarse a distintos lugares de la campiña inglesa, que ella adoraba, y pronto a los países del Mediterráneo: España, Grecia, Italia...Fue en estos países que Virginia encontró la hospitalidad, una virtud que ella apreciaba y no encontraba en Inglaterra. Los viajes siempre tuvieron una gran influencia en la literatura de Virginia Woolf, como se aprecia en muchos de sus artículos o en obras como Al faro y Las olas.

Ahora la editorial Nórdica Libros publica ‘De viaje’, una recopilación de los textos que ella escribió cuando estaba de viaje, con un material inédito en español hasta ahora. Como señala bien Patricia Díaz, en la introducción, Virginia Woolf nunca fue una escritora de viajes y si una escritora a la que le gustaba viajar gustando de observar y sentir todo aquello diferente a lo que estamos acostumbrados. Cuando viajaba cuanto veía lo anotaba en su diario. Aquí podemos leer lo que Virginia escribió cuando viajó.

Hay una primera parte que abarca el periodo de 1887 a 1912, año en que se casó. La segunda, arranca con las cartas durante su viaje de bodas. Así leeremos a una Virginia adolescente –aún con su apellido Stephen- que inicia su aprendizaje como escritora, hasta la escritora madura que hizo su último viaje en vida en 1938.

Ella nunca quiso ni pensó que su diario y cartas privadas se publicaran alguna vez, por eso escribe al dictado del momento, de manera íntima y personal. Mientras en los diarios encontramos un estilo más poético y entretenido, sobre todo al describir paisajes o monumentos, las cartas tienen un tono distinto, ligero y adaptado a la persona a la que va dirigida. Lógicamente no adoptaba el mismo tono cuando escribía a Vita Sackville-West, con quien tuvo una historia de amor, que cuando lo hacía a sus viejos amigos de grupo Boombury como Molly Mac Carthy, Roger Fry o Lytton Strachey.

Fue una viajera entusiasta y animosa que gozaba no solo de la visión de paisajes y monumentos, sino sobre todo de la observación de las gentes. Sus observaciones acerca de las personas con las que se cruza son agudas, certeras y envueltas en esa imparcialidad del escritor que observa a las personas desde la distancia. Sin embargo, no fue una gran viajera. Su radio de acción fue Gran Bretaña y Europa del sur, con Constantinopla como lugar más alejado. No visitó otros continentes, como América o África.

Grecia fue, sin duda su paisaje más deseado. La visitó dos veces, primero de soltera y años después con su marido. Le fascinaba todo su mundo clásico, pero también supo disfrutar, como en ningún otro sitio, de sus paisajes, su clima y sus habitantes.

Woolf visitó España en tres ocasiones, cada vez por motivos diferentes. La primera visita fue en abril de 1905, con su hermano Adrian. Fueron a Sevilla y Granada. Sevilla le resulta «un lugar muy atractivo» pero sin entusiasmo. Admira la belleza de la catedral, pero no le dice mucho esa «belleza elefantiásica»; pasea por los jardines «que son encantadores, aunque un poco apagados y descuidados»; el Alcázar no le «seduce». En Granada se alojan en el Washintong Irving. Por la mañana admira los jardines, «calurosos y fragantes, en pequeñas terrazas como un jardín italiano»; por la tarde recorre la Alhambra «un precioso palacio moro» y por la noche, en un patio de la Alhambra, van a ver «el baile de los gitanos».

Cuando en agosto de 1912 se casó con Leonard Woolf, pasaron su luna de miel vi itando España, Italia. Del viaje apenas dos menciones en cartas a Lytton Strachey y a Katherine Cox. «Vamos de ciudad en ciudad, investigamos las callejas, los ríos y los mercados, por la noche vagamos por las avenidas hasta que encontramos un sitio para beber algo. Hemos visitados diez ciudades desde que empezamos; cada vez son más notables y coloridas».

El último viaje a España fue en 1923. Desde Marsella la escritora y su marido visitaron Madrid, Andalucía, Murcia, y Alicante.

Salvo de algunos lugares concretos, como la Acrópolis y el Partenón, sobre los que se extendió en comentarios sobre su fascinante belleza, Virginia era muy escueta en sus comentarios sobre los lugares y ciudades que visitaba. No se recreaba en descripciones, quizá porque lo mirase todo con escepticismo inglés y sin el éxtasis que acompaña la mirada de otros viajeros. También, ciertamente, porque guardaba lo mejor de su mente creadora para sus novelas y relatos. Su visión general sobre lo que veía y sentía de esa forma turística de viajar era muy crítica, pese a formar parte de ella. «Y esto, pensamos, es como la gente de nuestra cultura pasa las vacaciones. Vicio, aburrimiento y un exterior siniestro», señalaba en su diario tras visitar el casino de Montecarlo.

De viaje

Virginia Woolf

  • Editorial: Nórdica
  • Traducción: Patricia Díaz Pereda
  • Precio: 22,50€

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