Música

B.B. King: el eterno monarca del blues

Daniel De Visé recorre la extraordinaria vida del mítico guitarrista, desde sus difíciles inicios en la Misisipi rural de los años veinte hasta ser coronado como el ‘rey’ del género de los doce compases

B.B. King: el rey del blues.

B.B. King: el rey del blues. / L. O.

El blues posee unos cuantos padres y madres (Robert Johnson, Blind Lemon Jefferson, Bessie Smith, Skip James, Ma Rainey…), una notable nómina de maestros y maestras (Elmore James, Muddy Waters, Etta James, John Lee Hooker…) y una ingente cantidad de referentes de todas las épocas, desde Howlin’ Wolf a Eric Clapton, pasando por Freddie King, Taj Mahal, Koko Taylor, Jimi Hendrix, Jeff Beck, Stevie Ray Vaughan, Janis Joplin, Keb’ Mo y Joe Bonamassa, por citar a algunos. Pero el género de los doce compases solo tiene un rey, y ese es B.B. King: el mejor embajador con el que haya contado jamás el blues. Su personal estilo instrumental y su incansable entrega sobre el escenario pronto lo convirtieron en una inspiración a nivel mundial. Sin el exquisito talento de B.B. King, el impacto y desarrollo del blues no hubiera sido el mismo y la historia de la música contemporánea estaría hoy huérfana de una de sus más finas e inconfundibles delicatessen: las blue notes de Lucille.

En la biografía B.B. King, rey del blues (Libros del Kultrum), el periodista Daniel De Visé detalla cómo el pequeño Riley B. King –originalmente la ‘B’ de su apellido carecía de significado– vino al mundo en la Misisipi rural de 1925. Su futuro, como el de la mayoría de afroamericanos de su generación, estaba marcado por la pobreza y la subsistencia en el campo –además de la temible discriminación racial–. La temprana muerte de su madre y su tartamudez fueron otros obstáculos más que superar para hacer realidad su sueño: convertirse en uno de esos artistas que escuchaba en los discos de la tía Mima, hermana de su abuela. Sus primeras referencias musicales las encontró en los predicadores de las iglesias, que invocaban la fe de los feligreses a través de canciones góspel, y en las visitas de su primo Bukka White, una estrella local del blues del momento. Su primer impulso artístico fue construirse una guitarra con el palo de una escoba vieja y un alambre. «Cuando tensaba o apretaba la cuerda, los sonidos cambiaban y creía que estaba tocando música», recordaba.

Inspirado por el estilo del guitarrista Lonnie Johnson, el joven King –igualmente embelesado por las composiciones de Blind Lemon Jefferson y T-Bone Walker– decidió superar su dificultad en el habla cantando y haciendo susurrar a su guitarra. Su idea era convertirse en predicador y entusiasmar a los parroquianos con su música, pero descubrió que el blues era mucho más rentable. De esta forma, comenzó a ofrecer actuaciones callejeras que completaban su paupérrimo salario como aparcero y conductor de tractores. En 1949, durante un pequeño recital en una aldea de Arkansas, la sala, en cuyo centro habían instalado un cubo con queroseno para caldear el ambiente, terminó envuelta en llamas. Una pelea entre dos hombres provocó que el cubo cayese al suelo, iniciando un incendio que se propagó a gran velocidad. Todos los asistentes salieron al instante. También Riley, que al poco se percató de que había dejado su Gibson L-30 en el escenario. «Miré ese fuego y pensé: tengo un segundo para decidirme. Y me lancé». Se quemó levemente las piernas y estuvo a punto de perder la vida. Una vez a salvo, escuchó que la pelea que provocó todo era por una chica llamada Lucille, nombre con el que decidió bautizar a todas sus guitarras desde entonces para no olvidar la estupidez de su acción.

Su popularidad fue en aumento gracias la oportunidad que le brindó Sonny Boy Williamson II, que trabajaba como disyóquey en la radio KWEN y le dejó interpretar una canción en directo. La positiva respuesta de los oyentes, que llamaron a la emisora para elogiar su actuación, le llevó convertirse en pinchadiscos temporal en WDIA, la primera estación de radio destinada íntegramente al público afroamericano. Su nombre artístico comenzó siento Beale Street Blues Boy, luego se lo acortaron a Blues Boy y, finalmente, se quedó en B.B. Las emisiones de la WDIA influyeron profundamente en Elvis, el otro único monarca de la música estadounidense. Pese a la rivalidad artística entre ambos, Elvis y B.B. King siempre mantuvieron una cordial amistad. «Era simpático, guapo, tranquilo y educado hasta decir basta. Hablaba con ese marcado acento sureño y siempre me llamaba ‘señor’. Eso me gustaba».

El primer éxito de B.B. King fue 3 O’Clock Blues, que en 1952 alcanzó el primer puesto de la lista Billboard en la categoría de R&B. A partir de ese momento, su carrera fue en constante ascenso. Y aunque al principio «gastó a manos llenas en vino, mujeres y juego», según relata De Visé, su forma de tocar la guitarra lo elevó a la categoría de superestrella del blues. Temas como Woke up this morning, Every day I have the blues, Let the good times roll o la inmortal The thrill is gone –su mayor éxito– son algunas de las joyas de su eterna corona. En el reinado B.B. King, fallecido en 2015 a los 89 años, continúan viviendo su particular vibrato y una enorme cantidad de licks capaces de cautivar a distintas generaciones de guitarristas. Entre sus más devotos discípulos destacan genios de las seis cuerdas como Clapton, Santana, Hendrix, Duane Allman, Billy Gibbons, Peter Green, Johnny Winter y Robert Cray. A pesar de haber ofrecido a lo largo de seis décadas más de 15.000 conciertos por todo el mundo, el ‘rey del blues’ mantuvo el contacto con su público –al que respetaba por encima de todo– hasta el final de sus días. Al conocer su fallecimiento, el presidente Barack Obama supo condensar en una frase el sentir de todos sus admiradores: «B.B. puede habernos dejado, pero esa emoción permanecerá siempre con nosotros».

B.B. King: el eterno monarca del blues

La portada del libro sobre B.B. King. / L. O.

B.B. King, rey del blues 

  • Autor: Daniel De Visé
  • Editorial: Libros del Kultrum
  • Traducción: Iñigo García Ureta
  • Precio: 28,00 euros