Entrevista | Jaime Mena Psicooncólogo de la AECC

Jaime Mena: «Conocer a alguien que ha pasado por la misma situación y ha sobrevivido da mucha esperanza»

Jaime Mena, psicooncólogo de la AECC, aborda las dificultades a las que se enfrentan las personas que han sobrevivido a un cáncer a la hora de reincorporarse a la vida cotidiana

Cada 4 de febrero se celebra el Día Mundial contra el Cáncer, una enfermedad que, según las previsiones, afectará a uno de cada dos hombres y una de cada tres mujeres a lo largo de su vida en España

Jaime Mena en una mesa informativa de la AECC en la plaza de Félix Sáenz.

Jaime Mena en una mesa informativa de la AECC en la plaza de Félix Sáenz. / A.T.

Arancha Tejero

Arancha Tejero

Recibir un diagnóstico de cáncer supone un gran impacto tanto físico como emocional. Jaime Mena, psicooncólogo de la Asociación Española Contra el Cáncer en Málaga, lo compara con «ir por la autovía y frenar de golpe mientras el resto de coches siguen a 120». El especialista explica que uno nunca vuelve a ser el mismo tras enfermedad y que el reincorporarse a la vida cotidiana, si se logra superarlo, es un duro proceso que, aunque apenas se hable de ello, puede ser casi peor incluso que el propio tratamiento.

¿En qué consiste la psicooncología?

La psicooncología es aquella rama de la psicología que se encarga especialmente de esta problemática, como su propio nombre indica, que es el proceso oncológico, ya sea a los propios pacientes que lo están sufriendo como a los familiares. Nosotros lo que intentamos abordar es ese acompañamiento en todas las etapas. Desde el primer diagnóstico, hasta los nuevos retos que están surgiendo después de pasar la enfermedad, como los miedos y preocupaciones que dificultan mucho el incorporarse a la vida activa o laboral.

¿Y cuándo suele comenzar ese acompañamiento?

Lo ideal sería que cuanto antes acudieran mejor o, al menos, en el momento que les hiciera falta, pero la verdad es que hay una gran mayoría que acuden cuando ven que ya no pueden más, porque se ven al límite. Es normal que uno intente con sus propios recursos ir afrontándolo, pero llega un momento en el que cuesta mucho. De hecho, vemos mucho que acaban viniendo, no tanto en ese momento de tratamiento como la gente puede pensar (aunque también acuden bastante), sino en ese momento cuando ya están terminando o han terminado y encuentran un nuevo paradigma en el cual se ven indefensos ante ese mundo que sigue en marcha mientras ellos se han visto obligados a frenar. Es como ir por la autovía y frenar de golpe mientras los restos de coches siguen a 120 a nuestro lado. Es muy difícil incorporarse y da mucho miedo.

¿Cuáles son los temas o áreas que se suelen tratar con este tipo de pacientes?

Pues diferentes áreas como pueden ser la propia autoestima de los pacientes, ya que después de un año, o más, sin poder trabajar o sin poder hacer gran cosa tienen una sensación de incapacidad y de no poder hacer aquello que hacían antes. Y eso genera un problema de identidad porque ahora se miran al espejo y no se reconocen. Sienten que se cansan con aquello que no se cansaban antes, que no tienen la misma energía o también que tienen muchas secuelas cognitivas por los procesos de quimioterapia. Pero, sobre todo, porque muchos que se ven obligados a cambiar de trabajo después de llevar a lo mejor veinte años. Y, ahora, de repente, tienen que cambiar a un ámbito en el cual no tienen experiencia, con una edad de 40 o 50 años que, aunque sea una edad laboral activa, ya empieza a dar mucho miedo.

¿Cuál suele ser el impacto del diagnóstico?

Es verdad que la noticia es un momento muy impactante que, normalmente, a la gente le cuesta mucho procesar. Pero también, por suerte, como empieza muy rápido el tratamiento y le van dando indicaciones de cuáles son los siguientes pasos, ahí no se nota tanto ese impacto psicológico. Es conforme van avanzando y empiezan los tratamientos, que comienzan a ser conscientes de aquello que están viviendo. Y ahí es cuando se empiezan a manifestar aquellos miedos. Y, aunque es verdad que el diagnóstico es un momento muy importante en todo el proceso, y algo para lo que nadie está preparado, muchas veces es incluso peor si hay una recaída, ya que sería como esa sensación de que todo lo que he aguantado no ha servido para nada, y ahora hay que volver a pasar por esto.

Jaime Mena en una mesa informativa de la AECC en la plaza de Félix Sáenz. | A.T.

Jaime Mena, en la plaza de Félix Sáenz esta semana. / A. T.

¿Suelen asimilar la noticia de manera diferente los hombres que las mujeres?

Sí que suele haber un poco de diferencia, y tiene que ver con esa educación a nivel social que tenemos, en la cual las mujeres sí que son un poco más emocionales y se permiten llorar y tener ese miedo. De hecho, es un proceso normal y que les ayuda después a poder enfocarlo de mejor manera. Los hombres, por el contrario, suelen estar enfocados a un carácter más resolutivo o de rol de cabeza de familia. Y eso lo que hace es que no puedan tener miedo o estar tristes. Por lo tanto, se encuentran con la doble dificultad de estar mal, porque están pasando la enfermedad, y encima intentar aparentar que están bien para seguir manteniendo ese rol. De manera que, cuando acuden a consulta (que suele ser muchísimo menos que las mujeres), es porque ya no pueden aguantar más y acaban un poco explotando de ese malestar.

¿Son habituales los problemas de salud mental en los pacientes que han pasado un cáncer?

Sí, son bastante habituales. Lo que pasa es que hay que diferenciar entre lo que es el proceso normal de pasar esto y lo que es un problema a nivel psicológico. ¿Por qué? Porque es verdad que muchas veces nos vienen pacientes medio obligados por los familiares porque están tristes, tienen miedo o preocupaciones. Pero claro, ahí tenemos que hacer un trabajo nosotros de decirles: ¿por qué no va a estar triste? ¿por qué no va a tener miedo cuando se está enfrentando a una enfermedad que muchas veces tiene un muy mal diagnóstico? Es que eso es lo normal. Lo raro sería que no estuviera triste y que no tuviera ese miedo. Entonces hay que diferenciar entre un proceso normal y cuando empiezan a aparecer lo que sí son esos problemas psicológicos, que son aquellos que dificultan avanzar en el tratamiento o que generan un problema en el día a día a la persona.

¿Los familiares también pueden verse muy afectados por un diagnóstico de cáncer?

Pues sí, efectivamente. Los familiares muchas veces están más afectados incluso que el propio paciente con cáncer. Porque el paciente está sumergido en mitad del tratamiento, está pudiendo hacer cosas, mientras que el familiar tiene un carácter más pasivo. Entonces esa incapacidad, cuando en esos momentos todos queremos intentar ayudar y hacer algo, pero no nos queda otra que esperar porque es un proceso largo y en el cual muchas veces no depende nada de nosotros, se hace muy difícil y aparecen muchos miedos. Y muchas veces se peca un poco de querer ayudar de más, dificultando el propio proceso del paciente, porque, a veces, lo único que necesita es espacio, paciencia y ese acompañamiento. El saber que si le hace falta van a estar ahí.

Hablamos de la importancia de pedir ayuda, pero ¿hay suficientes psicólogos en la sanidad pública para ayudar a todos estos pacientes con cáncer?

Es verdad que en la sanidad pública si ya de por sí hay falta de muchos psicólogos, a nivel psicooncólogo es una figura que poco a poco va floreciendo un poquito más, porque también es una figura que está un poco más especializada, puesto que es una población especial y no son los mismos problemas que puedan tener otros pacientes. Pero sí que a nosotros nos llegan muchos pacientes derivados de la propia salud pública, porque, por suerte, tenemos una gran relación de colaboración y saben que nosotros tenemos esta posibilidad de brindar esta ayuda y acompañar, tanto a nivel psicológico, como a nivel social, porque también tienen la posibilidad de conocer a otros pacientes voluntarios que están colaborando con nosotros.

«Los familiares muchas veces están más afectados incluso que el propio paciente con cáncer»

Jaime Mena

¿Ayuda en el proceso conocer a otras personas que están pasando por lo mismo?

Ayuda bastante. Porque todavía escuchamos cáncer y lo relacionamos con muerte. Entonces, el conocer a alguien que ya ha pasado por la misma situación y ha sobrevivido da mucha esperanza. Y también porque, muchas veces, hay un sentimiento de incomprensión, porque la gente no comprende la situación en la que te encuentras y tus miedos o preocupaciones, sobre todo cuando ya se ha pasado el tratamiento. Porque ahí se supone que todo el mundo tiene que estar alegre por la recuperación, pero hay muchas preocupaciones, molestias, efectos secundarios... que dificultan mucho el poder seguir con tu vida. Y desde fuera eso no se comprende por mucho que queramos. Entonces, el encontrarse con pacientes que han vivido por lo mismo ayuda muchísimo y permite que se desahoguen y hablar sobre esos temas que con familiares no quieren hablar para no preocuparles.

¿Una de las fases más difíciles entonces es cuando se supera el propio cáncer?

Efectivamente, a nivel psicológico, puede ser uno de los peores momentos, porque durante el tratamiento la persona está muy enfocada en ello, no tiene esa atención para otra cosa, pero, conforme se va avanzando, se abre un mundo de no saber si voy a poder reincorporarme o si voy a tener que cambiar de ámbito laboral. O, por ejemplo, la gente que tiene hijos pequeños y ve que no tiene esa energía para poder cuidar de ellos. Por suerte, a nivel psicológico, podemos acompañarlos en ese nuevo reto que ya no es tanto afrontar la enfermedad, como afrontar la supervivencia.

¿Cuáles son esos principales retos que tiene que afrontar una persona que supera un cáncer?

La vida laboral es uno de los más importantes, porque, sobre todo cuando uno está en una edad activa, una reducción de ingresos puede afectar mucho a la familia. Pero ya no solo eso, sino también esa reincorporación a la vida normal. El sentirte tú. Al final pierdes mucha identidad, ya sea por aspectos físicos, por capacidades o aspectos psicológicos. Y la persona quiere volver a ese momento antes de la enfermedad, pero la verdad es que, quiera o no, ha sido un impacto tan fuerte en su vida que ya no va a ser igual. Así que tiene que readaptarse y crear una nueva vida. Y eso provoca muchos problemas de estado de ánimo y depresión, porque el tener que cambiar completamente de vida en muchas ocasiones hace que se vea todo un poco más negro y que cueste mucho esa reinserción.

«El nuevo reto que ya no es tanto afrontar la enfermedad, como afrontar la supervivencia»

Jaime Mena

¿La edad en la que se recibe el diagnóstico influye en el tipo de ayuda que se demanda?

Por supuesto, varía mucho. No es lo mismo una persona que ya haya acabado su vida laboral, que esté un poco más tranquila con la jubilación, que una persona de 30 años que está en un proceso de estabilizarse a nivel laboral, que acaban de tener hijos o de comprarse una casa y, de repente, ocurre esto. Los ingresos disminuyen y surge el miedo de si van a poder volver. También el tener un hijo pequeño y no tener energía ni ganas de poder cuidarlo hace sentir a la persona muy mal porque pierde su identidad como padre, o como trabajador o persona, pues tampoco tiene esas ganas o esa energía para poder seguir la vida que tenía antes. Entonces es muy complicado esa reinserción a la vida.

¿Y la actitud con la que se toma el tratamiento puede influir a la hora de recuperarse?

Sí que se ha visto que la actitud ayuda mucho, sobre todo, a la adherencia al tratamiento, es decir, el mantener el consumo de la medicación o unos hábitos que te puedan ayudar, como el deporte o la alimentación. Pero sí que es verdad que, muchas veces, hay una tiranía del positivismo y parece que todo depende de la actitud, y que el que uno haya recaído es porque ha tirado la toalla, o que no ha superado la enfermedad porque no tenía ganas de vivir. Pero para nada es así. Al final muchas veces eso no va a depender de la actitud, sino de cómo evoluciona la enfermedad sin tener el paciente culpa ninguna. Por eso es muy importante tener ese acompañamiento y comprensión con esos sentimientos, porque no va a cambiar porque lo llevemos con una mejor cara. Y el obligarse a poner buena cara, intentar reír, es también muy duro cuando por dentro lo que sientes es ganas de llorar, un miedo que te paraliza o una falta de motivación. Hay que recordar que esto no es una guerra. No es una lucha, no hay que ser más valiente. Esto es una supervivencia.

Desde la sede de Málaga, ¿a cuántas personas al año podéis ayudar en ese proceso de acompañamiento?

Solo en Málaga capital, tanto de psicología como de trabajo social, atendimos a unas 1.535 personas en 2023.