8M

«Las mujeres rurales vamos a transformar el mundo»

Agricultoras y empresarias del sector agrario se unen bajo un potente tejido asociativo para romper brechas de género en un sector masculinizado y reclamar su espacio en la toma de decisiones

Mujeres rurales malagueñas en las instalaciones de Dcoop.

Mujeres rurales malagueñas en las instalaciones de Dcoop. / AIM

Ana I. Montañez

Ana I. Montañez

En la imponente sede de Dcoop, la cooperativa de cooperativas más importante del mundo en producción de aceite, los olivos están a la orden del día.

Como seña de identidad, algunos de estos árboles bajos y de tronco retorcido adornan las instalaciones, aunque ofrecen poca sombra bajo un sol antequerano que no da tregua pese a que ni siquiera se acerca aún la primavera.

A los pies de uno de esos árboles se sientan nueve mujeres rurales, agricultoras y embajadoras de cada uno de sus pueblos, que atienden a La Opinión de Málaga tras asistir al Congreso Nacional de la Asociación de Mujeres de Cooperativas Agroalimentarias de España.

En ese momento, María Martín, agricultora de Almáchar, comparte una reflexión mientras contempla la cercanía entre sus compañeras y el árbol:«Los pilares de este olivo están sostenidos por grandes mujeres».

Una metáfora tan espontánea como esencial para entender el movimiento asociativo de las mujeres rurales, que lucha por cerrar brechas de género en un entorno muy masculinizado, por defender la participación de las mujeres en el sector agrario, y sobre todo en las asambleas y en los espacios donde se toman decisiones, como explica Adela Romero, presidenta de la Coordinadora Andaluza de Organizaciones de Mujeres Rurales (Coamur),  representante provincial de la Asociación de Mujeres de Cooperativas Agro-alimentarias de Andalucía, presidenta de la Federación de Mujeres de la Comarca Nororiental de Málaga y representante del Consejo Andaluz de Participación de las Mujeres.

De arriba abajo, izda a dcha, Gertrudis, Silvia, Pilar, María del Carmen, Adela, Carmen, María, Aquilina y Alicia, en el museo de Dcoop.

De arriba abajo, izda a dcha, Gertrudis, Silvia, Pilar, María del Carmen, Adela, Carmen, María, Aquilina y Alicia, en el museo de Dcoop. / AIM

«Los avances que conseguimos los transmitimos a los hijos y a las hijas para que se produzcan transformaciones sociales», señala Romero, que avanza que las mujeres deben estar «listas» y «formadas» para asumir todos los cambios de digitalización y transformación que la Inteligencia Artificial y las nuevas tecnologías van a introducir en el campo. «Tienen que estar preparadas porque las mujeres rurales vamos a cambiar el mundo».

Estas mujeres hacen del campo su forma de vida, algunas desde que nacieron, acompañando a sus familias en las largas y duras jornadas de trabajo desde niñas. Para otras, su implicación en el campo llegó hace unos años, cuando la explotación familiar se quedaba sin relevo y decidieron que no querían perder las tierras que labraron sus antepasados. Estas son sus historias:

Nueve historias

Carmen Bernal es presidenta de la cooperativa Virgen de las Virtudes de Fuente de Piedra y es la única mujer dentro del Consejo Rector de Dcoop. Después de ejercer como profesora durante 11 años, Carmen cambió de vida, dedicándose por completo a aprender el oficio de la mano de su padre.

«El relevo generacional era algo que a mí me preocupaba realmente. Yo quería gestionar la empresa, pero aprendiendo poco a poco, que esto no me llegara como una herencia y que yo siguiera con mi puesto de trabajo cómodamente, como si esto fuera una cuota. Quería ser partícipe». Para Carmen es esencial el trabajo del tejido asociativo para fomentar que otras mujeres rurales puedan ocupar puestos de dirección y liderazgo en las cooperativas agroalimentarias. «Los humanos nos regimos mucho por la imitación, cuando tú ves a alguien allí, dices, pues yo soy capaz de estar... Si ella es capaz, yo soy capaz».

A Aquilina Casado su lazo con el campo también le llegó con el tiempo, cuando el cortijo de su familia en Archidona, donde cultivan olivar, se quedaba sin unas manos que lo cuidasen.

Mujeres rurales malagueñas en los laboratorios de Dcoop.

Mujeres rurales malagueñas en los laboratorios de Dcoop. / AIM

En su caso había estudiado una diplomatura de Empresariales y había ejercido en la capital en una empresa de informática y también como profesora de FP, pero no dudó en hacerse cargo, primero compaginando ambas profesiones y finalmente dejándolo todo por labrar la tierra. «Era una lástima dejar de lado el legado de la familia. Además recordé lo que siempre decía mi abuela, que con el campo nunca se pasa hambre».

Aquilina echa la vista atrás, a los 20 años que lleva dedicada a la agricultura, y celebra cómo la mujer rural ha ido ganando visibilidad. «La primera vez que fui a una asamblea de la cooperativa me sentí muy joven, en un mundo de muchos hombres mayores. Ya somos bastantes mujeres y estamos más concienciadas también», cuenta Aquilina, que apunta que la maquinaria también ha ayudado a que las mujeres den un paso hacia adelante. «Antes hacía falta más fuerza física, ahora yo puedo coger un tractor».

Pilar Santolalla también dejó su vida en Sevilla para cuidar de la finca familiar y hoy pertenece a la Cooperativa de los Remedios. «Las tierras han sido toda la vida de mi familia y yo no quería perderlas, a mí me fascina el campo». Como sus compañeras, también ve cómo las mujeres rurales están cada vez más presentes. «Ya se van viendo más, cuando yo llegué estaba sola en todas las reuniones, acompañada de mi padre».

Mujeres rurales en el museo de Dcoop.

Mujeres rurales en el museo de Dcoop. / AIM

Este mismo paso lo ha dado recientemente Gertrudis del Castillo, ahora miembro de la Cooperativa de Oleoalgaidas tras años al cuidado de la casa y sus hijos. «Es un mundo que me está gustando», defiende, al tiempo que recalca la importancia de estar en las asambleas, a las que está empezando a acudir. «Defiendes tu patrimonio, te enteras de todo y si tienes alguna duda, siempre te pueden contestar. Te va abriendo los ojos».

"Trabajando pero en la sombra"

En el caso de María Martín, lleva toda la vida vinculada al campo y hoy habla con pasión de su explotación de uva pasa Moscatel de Alejandría, reconocida como Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial por la FAO -Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura-, por la que pertenece también a la cooperativa Santo Cristo de la Banda Verde. También cultiva la aceituna y el mango, así que es miembro de la Cooperativa Santa Teresa de Jesús y de Trops. «La mujer siempre ha estado ahí, trabajando pero en la sombra. Una cosa muy curiosa es que las mujeres decían ‘voy al campo a ayudar a mi marido’ pero no decían ‘voy al campo a trabajar’. La palabra era ayudar», expone María, que insiste en la necesidad de que las mujeres ocupen puestos de dirección. «Tenemos mucho que aportar, vemos las cosas desde otra perspectiva. Las mujeres y los hombres no tenemos que ser rivales sino estar unidos para defender en lo que creemos».

Esta mujer rural no esconde el orgullo que supone para ella continuar con el legado familiar aunque reconoce que el trabajo es duro, sacrificado y no es para todo el mundo. «Mis padres ya no están pero tienes un naranjo, un limonero, cosas que ellos plantaron y que siguen ahí con vida. Yo los sigo cuidando y cada vez que cojo algo pienso que estoy recogiendo los frutos de lo que ellos sembraron».

Mujeres rurales malagueñas en las instalaciones de Dcoop.

Mujeres rurales malagueñas en las instalaciones de Dcoop. / AIM

Mari Burgueño es de Cuevas de San Marcos y ya está jubilada. Ahora ayuda a su hija cuidando de sus nietos después de dedicarse durante años a la confección. «Estoy orgullosísima de ser una mujer rural y haber luchado siempre por los derechos de las mujeres y por llegar a una igualdad. Lo intentamos desde que éramos jovencitas».

Recuerda Mari que, cuando era joven, para poder asistir a la junta rectora de la cooperativa en la que trabajaba, que se reunía en Málaga, tenían que estar «medio engañando» a sus padres. «No entendían eso de que las hijas estuvieran en órganos de dirección o tuviera que desplazarse. Eso fue un trabajo que nos costó mucho reivindicar. Pero no hay que echar la culpa a nadie, yo tuve unos padres maravillosos, eran otros tiempos».

Aún así, Mari asegura que siempre «tuvo claro» lo que quería y cuando fue madre se aseguró de que su hija se formara y fuera independiente.

"El derecho y el deber de ser felices"

De Cuevas de San Marcos es también María Gracia Martos, que entre sus muchos cargos es presidenta de la Asociación Mujeres de Trabajo Rural y del coro Sones de Cuevas. En su caso, ha dejado de trabajar la tierra, algo de lo que ahora se encargan sus hijos, para dedicarse al mundo asociativo. «Sobre todo lucho mucho por la mujer rural, porque tenemos el derecho y el deber de ser felices donde estemos».

Por ejemplo, María Gracia, a la que le encanta el mar, se ocupó de que desde su pueblo se fleten autobuses para que sus vecinas puedan ir a la playa. «Empecé a hacer viajes, al principio no iba lleno, llenaba el autobús a la mitad. Luego se animaron más, más jóvenes y con niños». De esa idea surgió todo un programa de viajes y excursiones, incluyendo fiestas populares andaluzas como los patios de Córdoba o la Semana Santa malagueña, y hoy en día colabora con una agencia de viajes.

Mujeres rurales en las instalaciones de Dcoop.

Mujeres rurales en las instalaciones de Dcoop. / AIM

Y para Silvia Castañeda, de Cooperativa Agroalimentaria de Málaga, es esencial formar a las mujeres para sean emprendedoras y no duden en montar sus propias empresas agrarias. Por ello, junto a la Universidad de Málaga está impulsando el curso Iniciación al Emprendimiento Agrario. «Me encuentro que la empresa es de la mujer pero aparece un hombre. ¿Dónde está la mujer?».

En este 8M, Día Internacional de la Mujer, y como reza el manifiesto de la Coordinadora Andaluza de Organizaciones de Mujeres Rurales, que este «sea un día de reivindicación, de reflexión colectiva pero también de homenaje para todas aquellas mujeres que han luchado y luchan día a día por alcanzar una vida plena, digna y libre de violencias».

Suscríbete para seguir leyendo