Opinión | Entre el sol y la sal

2021, año de la extinción

Y a llevamos cuatro días de 2021 y mucho me temo que llego, otra vez, a una amarga conclusión empírica que vengo rumiando desde marzo del año pasado: un mundo capaz de fabricar el roscón de reyes relleno de maracuyá con quinoa no merece una segunda oportunidad. Porque ese, y no otro, es el momento vital al que nos enfrentamos; el de rebobinar la partida y elegir susto en vez de muerte. Pues nada, oye. Ya verás cómo nos empeñamos en escoger otra exitosa forma de hacer el imbécil con consecuencias mortales para la especie humana. Al tiempo. Es que no aprendemos. Es lo que he sacado en claro tras ver el documental Death to 2020 (A la mierda 2020), brillante por innovadora e hilarante obra de los responsables de Black Mirror. Desde que nacemos estamos sistemáticamente diseñados para tocar el botón rojo que pone «NO TOCAR». Y esa, querido lector, es una verdad invariable. Que vemos un sarcófago que lleva milenios hundido en las fosas Marianas, allí que vamos a abrirlo. Que descubrimos un artilugio alienígena de aterradora apariencia, allí que vamos a trastearlo. Que aparece un libro de ritos satánicos con estrictas prohibiciones en la tapa, allí que vamos a leerlo. Que nos llega al móvil el último videoclip de Leticia Sabater, no nos reprimimos y allí que vamos a verlo. Que surge un gañán mentiroso de nombre Pedro y apellido Sánchez, allí que vamos a votarlo. Es que no falla. Demostramos con palmaria eficacia un empeño incansable por autodestruirnos: ¿Tú qué has hecho esta Navidad? Pues nada, he completado el reto viral de darme martillazos en los testículos. Y así, todo. El falso documental de Charlie Brooker y Annabelle Jones (absténgase ofendiditos y/o cortos de miras), presenta un resumen de 2020 que ya hubiera deseado dirigir Mel Brooks con guion de Faemino y Cansado. Sobresaliente la interpretación de Hugh Grant. En sus 70 minutos de duración se nos escupe a la cara una realidad tergiversada por el sesgo de algún lobby, pero sin duda es un ejercicio de abstracción y mofa digno de mi sincera admiración, porque tiene estopa para todos, empezando por nosotros mismos. Y eso me sulibella. No hay bicho viviente en la escena política mundial que no reciba su leñazo correspondiente.

Pero todo esto son americanadas. Muestras de cinismo autocrítico que serían impensables en suelo patrio. Aquí somos más del mogollón, de la bulla, de liarla parda. Como muestra sirva un ejemplo. Sitúense: Este sábado, Marbella, cuna del glamour, panal de rica miel, allí donde los Ferraris crecen como setas, y el centro comercial La Cañada acoge un evento consistente en la llegada de tres reyes magos encarnados para la ocasión por sendos líderes en la lucha contra la pandemia. Tres personas de reconocido prestigio, de probada solvencia en aquello de ser faro y ejemplo para los demás. Si les digo que se trató de tres intelectuales, de tres huellas indelebles para la historia, de tres referentes para generaciones venideras, me quedo corto. Luis Rollán, Kiko Rivera y Omar Montes. Todos ellos presentados por la gurú de la moral y el saber estar, Fani Carbajo. Dicho evento congregó a cientos de jóvenes, y no tan jóvenes, que acudieron al olor de lo que ahora llaman cultura, pero, nadie sabe cómo, aquello se desbordó hasta el punto de ser abortado por la policía dado que no se cumplieron ni una sola de las normas de sanidad. Qué sorpresa.

En plena tercera ola, con los contagios disparándose, organizo un acto con cuatro adalides del famoseo, no controlo el aforo, y me sorprendo de que la marabunta se congregue masivamente. Consecuencia: la empresa se desentiende con un comunicado para imbéciles, el Ayuntamiento dice que pasaba por allí, los protagonistas alegan que cumplieron su función; y la policía, obviamente, que obedecía órdenes. La cuestión más plausible es que, como siempre, ninguno tendrá responsabilidad alguna.

Mientras tanto, la hostelería es vigilada sin descanso, atosigada en el cumplimiento de cada regla, multada con puntualidad suiza, cercenada en sus intentos y maltratada en sus distancias. Como digo, el ser humano está genéticamente diseñado para autodestruirse: unos por gilipollas, y a otros, porque arruinaremos sus negocios y los mataremos de hambre.