Opinión | En solo 725 palabras

Juan Antonio Martín

Imaginemos

A veces la imaginación da tanto de sí que hasta brinda lo imposible. En esta ocasión todo empezó al pulsar el botón «on» del mando a distancia del televisor. En la pantalla de la caja tonta se hizo la luz y allí estaba la BBC, paciente, donde la dejé días o semanas atrás porque uno no es televidente. Al principio interpreté sus imágenes como parte de una película de acción, pero ca, aquello era la cruda realidad narrada en rabioso directo. Cuando tomé consciencia de la escena, un pavoroso escalofrío me recorrió la espalda: en aquel momento una ciclópea facción de matreros y facinerosos se entregaban al bandidaje. Individuos de mala calaña y peor ralea asaltaban el edificio del Congreso de los Estados Unidos de América.

Aumenté un pelín el sonido para no perderme ningún matiz de los comentarios del periodista que narraba la situación, y aún sin verme la cara supe que en aquel momento yo era el prototipo del terrícola cariacontecido. La BBC contaba con pelos y señales que había sido el mismísimo presidente de los EEUU el que, en el transcurso de un mitin celebrado justo antes de los hechos, había jaleado a sus descerebradas hordas para que tras la concentración se hicieran notar en el altar mayor de la democracia del país que él mismo presidía. ¡Total, chicos, el Capitolio desde aquí lo tenemos a tiro de piedra...! ¡Adelante!

Obviamente, la situación me inquietó tanto como me inquieta la vesania en carne viva, pero, hete aquí, no se lo pierda amable leyente, que aquella noche, a pesar de mi intranquilidad por el suceso, alguna razón me guió a los adentros de una ensoñación en la que mi imaginación me bosquejó a un presidente Trump igual de feo y alardoso, pero de angelical talante bonachón y ecuánime y empático y tan comedido que invitaba amorosamente a su auditorio a acompañarlo mientras él, apianando su cautivadora voz sedosa, con un bisbiseante canturreo entonaba «You may say I'm a dreamer, but I'm not the only one...». Ya sabe, el estribillo de Imagine, el hermoso himno que inmortalizó a John Lenon.

Obviamente, como comprenderá usted que me lee, habida cuenta de lo soñado, desde el día siguiente al día de autos vengo calentando diván profesional ajeno, intentando que a estas alturas mi imaginación y el resto de mi cerebro aún tengan arreglo. Espero fervientemente que sí.

La imaginación es una poderosísima herramienta de los procesos psíquicos. Refiriéndose a ella, dijo Einstein que «el conocimiento es limitado, pero la imaginación abarca todo el Universo en su conjunto». Y tan es así que ni realidad alguna es comprensible sin un acto de imaginación previo para verla, ni ningún logro científico ha sido ni será posible sin un objetivo previamente imaginado. De hecho, muy pocos conceptos, en todos y cada uno de los idiomas posibles, exigen incluir el concepto «alma» en sus definiciones para ser comprendidos, como es el caso de la imaginación.

Las ciencias neurológicas de hoy tienen herramientas para explicar sus procesos neurológicos, pero, repito, ninguna de ellas es capaz de definir la imaginación sin servirse de la estructura más etérea del ser humano: el alma, esa cosa intangible que preside nuestros actos. Husserl desde su fenomenología y Sartre desde su existencialismo derrocharon brillantez justificando la imaginación como proceso y como herramienta, pero, si vivieran en estos días, estoy convencido de que se habrían declarado impotentes de imaginar a un personaje del calado del ya casi expresidente Trump, que, a todas luces, es un error de la Naturaleza.

Aunque, bien pensado, hasta bien pudiera no ser un error, sino un mal necesario anclado en la ley de las polaridades venido para facilitarnos una visión preclara a la hora de ejercer el voto. De hecho, creo que fue Kant el que defendía que la imaginación es más útil y activa en la oscuridad de los hechos que a plena luz de los mismos. Y don Inmanuel nunca habló en vano.

En estos momentos grises que nos ha tocado vivir es especialmente imprescindible mantener permanentemente activa nuestra imaginación. Es obligatorio que cada uno y todos a la vez seamos capaces de dejarnos de monsergas del ayer y que imaginemos qué queremos ser cuando seamos mayores. En esta nueva era es más importante imaginar serenamente el futuro que desbocar los caballos del conocimiento, porque la supervivencia tiene un orden.