Opinión | Málaga de un vistazo

La verdad, no sé

La verdad no es de nadie en casi nada, al menos en todo lo que nos parece importante, en lo que se discute o se cree, ahí todo son versiones, opiniones, creencias, fe, autoengaños o directamente mentiras.

Quién es el bueno y quién el malo, quién está en lo cierto y quién equivocado, es difícil decirlo cuando no es un dato, cuando depende del punto de vista o de si miramos a corto o a largo plazo, de si miramos al futuro, al presente o si echamos la vista atrás al pasado; son mejores las políticas de izquierdas o las de derechas, mejores para qué, para quién, hasta o desde cuándo; es más ético el religioso que el agnóstico o el ateo, pues depende cuál y dónde y en qué, no se sabe, porque nada ni nadie se salva de la incertidumbre, ninguna posición, ideología, creencia, es infalible, más bien lo contrario, y todas están repletas de errores y fracasos.

Lo que sí cabe preguntarse, al menos, es qué postura de entre todas, qué filosofía de vida, qué comportamiento, está más alineado con esa imposibilidad de discernir el error del acierto, qué reglas, qué escenario, permiten un mayor umbral de errores propios, de libertades simultáneas, de convivencia. Del mismo modo que también cabe preguntarse, y es fácil responder, qué discurso, qué posturas, nos limitan, enfrentan y envenenan.

La verdad es inasumible, pero nos quedan la certeza, la confianza, la honestidad y las buenas prácticas, al menos con esos ingredientes nos alcanza para preparar una historia en la que los personajes no se vuelvan enemigos todos los unos de los otros, para armar una historia que permita narrarse de muchas maneras y ninguna sea tachando, borrando, o impidiendo la palabra a los otros.

Nadie tiene la verdad, y el que más miente es el que afila la suya pues la verdad no tiene punta, ni se agarra, ni amenaza.