Opinión | La vida moderna Merma

Impuesto a la normalidad

Arreglo en una carretera para zona 30 y de ciclistas

Arreglo en una carretera para zona 30 y de ciclistas / L. O.

Está poniéndose la cosa feísima con los límites morales para la ciudadanía. No hay fin para el amplio espectro de tonterías que puedes escuchar a diario hasta dar con algo sensato. La tirita antes de la herida y la mercromina como elemento de divulgación social, están convirtiendo a las ciudades y sus habitantes en lugares especialmente extraños.

Partiendo de la base de que hay responsables políticos que dicen «chiques», todo es posible. En cualquier caso, en Málaga, la evolución urbana nos da golpetazos constantemente.

A pesar de la ruina de la pandemia, no se recuerdan por estos lares épocas pretéritas en las que hubiese a la vez tantas obras activas para construir hoteles, apartamentos turísticos y elementos similares. La guantada de realidad que nos ha dado la pandemia y la evidencia de que el monocultivo turístico es arriesgado, parece no haber pasado por la capital del sur de Europa.

Quizá la tranquilidad de que el clima cambiará poco y que el empleo precario siempre será cubierto pues las necesidades y calamidades son enormes para gran parte de la población, hagan que el sistema continúe su camino hacia un nuevo amanecer dorado de la Málaga turística supersónica.

La cuestión es que, quizá debido a la falta de estabilidad y normalidad vital, la ciudad plantea discursos extraños que no se logran comprender por la gran mayoría. La adaptación ridícula que se hacía hace semanas del Paseo Marítimo de La Caleta para que la prioridad fuera de los bicileters ha supuesto un verdadero caos en la ciudad. Se ha priorizado a una minoría extraordinaria frente a la gran mayoría que suponen los que conducen vehículos.

¿Tiene sentido? Ninguno. A pesar de todo, parece ser que volverán las aguas a su cauce y se abortará el plan peregrino que ha durado menos que un bar en el Mercado de la Merced. Aún así, hace un par de días ya amenazaban desde Izquierda Unida y Podemos con una «biciclestación» -súmese el palabro a lo de Chique- por la eliminación del plan.

Ojo. Biciclestación. Más atascos. Pero el sistema imposibilita decir la verdad y que prime la cordura. Y ahora se están empezando a plantear hacerlo. Pues, de lo contrario, nos acabarán comiendo.

Primero fueron los runners, que empezaron a coger sitio en el paseo marítimo hasta el punto de que cada vez resulta más complejo pasear por ellos. La amalgama de seres humanos embutidos en unas mallas ridículas -cosa que debería tener multa por merdellón y chabacano- han ido expulsando a la gente normal de nuestros paseos marítimos. Paseos que siempre han sido de eso: de pasear. ¿Y quién pasea? Pues la gente que tiene que hacerlo: las personas mayores muy despacito, los gordos que fingen hacer deporte pero realmente lo que hacen es andar lento, los niños con sus abuelos. Chiquillos con biciletas. Perros. Y poco más. Ésos deben ocupar los paseos marítimos. Pero no. Ahora parecen el recreo de una cárcel. Pero nadie diga nada. Vaya a ser que se ofenda las ciudadanas, ciudadanos y ciudadanes.

Más allá del paseo irrumpieron los de las bicicletas. Porque molestaban a los runners. Y dijeron: la carretera es mía. Y que salga el sol por Antequera pero esto es mío. Y si vas a trabajar pero delante se te ponen dos biciclistas en paralelo charlando de sus cosas, bebiendo de su bidón que le ha llenado su señora de bebida energética de Mercadona antes de salir y con el equipo básico del quechua, no se te vaya a ocurrir un mal gesto. Que viene la de las bicifestaciones.

Pero hay más. Están los patineters. Criaturas que han decidido ir a los sitios montados en un patinete. Lo que antes era un juguete ahora es un medio ecológico de transporte. Ojo cuidado. Personas con más años que un bosque. Montados en patinete pensando que están en Wall Street porque llevan a la espalda una mochila gris. Pues estas criaturas también van ahora por la carretera.

¿Pero esto qué es? ¿Nos hemos vuelto locos? Y es que ahora resulta que los normales, básicos y del montón son los malos y raros. Los que hay que no priorizar. Dándole el apoyo a las cosas más extrañas. Y además, con el mayor de los desequilibrios en cuanto al tratamiento público.

Hagan cuentas. En Málaga, un señor que lleve una motocicleta o coche, tiene que pagar impuestos de todos los colores. Porque «hace gasto». Lo mismo sucede con las medidas de seguridad: casco obligatorio que te matas. Ojo con tocar el teléfono. Y tu buen seguro. Vayamos a líos. Sin olvidarnos de las revisiones periódicas del vehículo. Y con todo eso más que asumido y aceptado; ¿Cómo se sume que delante de ti vaya circulando una persona en patinete?

¿Por qué los patineters o bicicleters van sin aportar absolutamente nada? Si quieren circular por la carretera, que aporten su parte al sistema. Pues, de lo contrario, seguiremos asumiendo el impuesto a la normalidad. Y resulta tan penoso como ridículo.

Málaga está plagada de patinetes. Y todos sabemos que muchos de los que van encima van a morir atropellados y estampados contra cualquier lado. Sabemos que van a atropellar a gente. Sabemos que meter con calzador a bicicletas por lugares como el paseo marítimo traerá problemas de seguridad. Porque hay muchos coches y esto no es Amsterdam. Por lo tanto, no se comprenden estos giros extraños que nos dejan a todos descolocados.

Nuestra ciudad necesita un mínimo de cuidados para su ciudadanía. Una chispita de espacio para la cordura y el sentido común. Y que, sabiendo que volveremos a ser una minoría desatendida cuando regreses los pieles rojas, al menos que no nos compliquen la vida con ideas peregrinas para captar adeptos entre las minorías.

Si tuviera que asesorar a un partido sobre qué medidas me darían más votos, jamás las enfocaría en las minorías. Siempre en las mayorías. Y por suerte y a Dios gracias, la gente normal sigue siendo legión.

Dejad a la gente extraña en paz. Que están liados. Que hay bicifestación.

Viva Málaga.