Opinión | La Bodeguilla

La necesidad de estar colocado

La necesidad de estar colocado

La necesidad de estar colocado / Cristóbal G. Montilla

Sobre la barra de La Bodeguilla, el tabernero asiste a un monólogo que arranca con un trance anglosajón. Uno de los parroquianos más escépticos parte del ‘to be or not to be’ shakesperiano y, luego, se aferra a la naturaleza de este verbo matriz para destriparla. En realidad, está hablando del ‘ser o no ser’ que entre todos le costeamos a la clase política española. Es más, el verbo ‘to be’ le sirve para asegurar que en los partidos políticos de la piel de toro también significa simultáneamente ser y estar. «Sobre todo, cuando van acompañados por el participio del verbo colocar; el político españolito siempre vive con la necesidad de ser o estar colocado, que al final viene a ser lo mismo y no tiene nada que ver con emborracharse deliberadamente», dice para acotar una adicción específica.

Posiblemente se esté refiriendo a la supervivencia personal con dinero público que ahora mismo está en juego en el PSOE andaluz. A ese ‘sálvese quien pueda’ que rodea a los procesos internos en los que una formación trata de imponer una renovación o cierta purga. Dicho sin rodeos, a ese tablero alimentado por el fuego amigo, los empujones y los codazos en el que se libran unos juegos olímpicos del ‘quítate tú para ponerme yo’. O, sin ir más lejos, a la radiografía que un respetado profesor llegado de una visita a su querido pueblo -situado en la frontera natural entre la Serranía de Ronda y el Guadalteba- defiende sobre este mostrador imaginario, mientras resuena el eco de la voz de la experiencia: «Mis años de vida y de conocimiento de muchos políticos me reafirman que en política no hay ismos sino cargos, y políticos como Miguel Ángel Heredia solo se han posicionado del lado de quien tenía más posibilidades de ganar y, por lo tanto, de ofrecer cargos; por desgracia, la política en España se ha ido deteriorando desde que los políticos la convirtieron en una profesión de la que es muy difícil salir», asegura con brillantez mientras le acerca al tabernero unos tomates recién sacados de una huerta ‘serrana’.

También resultó ilustrativa la reacción de Elías Bendodo al ver al socialista Mario Jiménez salir del ostracismo parlamentario al que lo condenó su ‘jefa’: «Se confirma que en política se puede morir y resucitar varias veces», dijo el malagueño mientras el onubense se jactaba de no haber estado muerto «sino de parranda». Ahora mismo, quien reparte vidas bajo la vigilancia incómoda de Ferraz no es otro que el ganador de las primarias en la sede hispalense de San Vicente.

La noche de autos, Juan Espadas y Susana Díaz se fundieron en ‘el abrazo del oso’ y luego han protagonizado un culebrón ‘estilo Pimpinela’. Es lo que tiene comerse el marrón de forzar la salida de toda una expresidenta de la Junta. El proceso abierto en el socialismo regional ha desempolvado esos tics de la política ante los que se sienten vergüenza ajena e impotencia. Lejos queda el disimulo con el que se accionan determinadas puertas giratorias. A todos los niveles, incluso en un ayuntamiento mediano si hace falta, un cargo político o de confianza al que se le encuentra sustituto es, a veces, mantenido con un buen sueldo aunque sea haciendo fotocopias. Quizás porque vale más por lo que calla. De ahí que no extrañe que, en ese PSOE nacional en el que José Luis Ábalos ejerce como un ‘señor lobo’ sin escrúpulos, se ofrezcan hasta ministerios a cambio de pasos al lado. Como si los demás fuéramos tontos. Que le pregunten a Miquel Iceta o a Salvador Illa. Véanse también las ofertas recibidas por ‘la trianera ilustre’, incluso antes de anunciar que optaría a las elecciones primarias que le han costado una feroz derrota.