Opinión | Crónicas de Málaga

La quinoa, el maná europeo y la quinta ola

Málaga ha pedido fondos europeos para numerosos proyectos

Málaga ha pedido fondos europeos para numerosos proyectos / Arciniega

El calor nos despedaza por dentro estos días, pese a estar acostumbrados a esta abrasadora atmósfera que el verano malagueño nos regala por entregas de mayo a octubre, es como la visita de ese tío inquieto y aventurero que hizo las Américas y vuelve cada dos o tres años a contar sus batallitas a los sobrinos que, alelados, lo escuchamos con más resignación que interés. Porque estos días no sólo es noticia el terral, sino que la quinta ola avanza desbocada a lomos de jóvenes que se comen a bocados la vida cada noche junto a la barra de un bar, sin pensar en el mañana. Hay quien los ha puesto en el foco de su ira dialéctica, vomitada, de tarde en tarde, en invectivas desde ese púlpito indiscreto que es Facebook para consumo rápido de amigos efímeros.

Pero la historia es que los políticos, conscientes de que la semántica define la realidad queramos o no, andan unos días diciéndonos que no debemos medir el daño de la pandemia por el índice de casos acumulados en los últimos 14 días por cada 100.000 habitantes, como hasta ahora, sino que hay que mirar de reojo a la presión hospitalaria y esa, de momento, va bien, porque son jóvenes los que se contagian, posiblemente con la variante delta, la india, y la mayoría de ellos pasará el coronavirus como un resfriado. Ese es el nuevo marco narrativo que se emplea para no decir lo evidente: que otro verano sin turistas y sin abrir los bares y las discotecas a tope es ruina para todos.

Estaría bien, por una vez, que nuestros políticos no trataran a los ciudadanos como menores de edad. Claro que, en los últimos días, he detectado que para ser político hay que tener la moral alta y creerte lo que tú mismo le dices al respetable, vender historias imposibles, complejas, que has de deglutir para luego servirlas con caviar y champán aunque el coche vaya ya renqueando y queden las fuerzas justas como pagar la hipoteca y la contención mínima como para no salir a la calle a meterle fuego a nada después de un año y medio de pobreza que se suma a las devastadoras consecuencias de la anterior crisis, la inmoral, la de 2008. Porque en los últimos días, y da igual la administración de la que se trate o el político del que hablemos, el mantra es este: va a llegar mucho dinero europeo de los fondos de reconstrucción, o Next Generation, y eso nos va a servir para pagarlo todo.

El Ayuntamiento hizo su carta a los Reyes Magos en diciembre de 2020, el peor año de nuestras vidas: así, el Consistorio solicitó casi 2.000 millones para 67 proyectos municipales. Y son 74 proyectos que ascienden a los 6.354 millones de euros si se trata de planes olvidados o que duermen el sueño administrativo de los funcionarios injustos desde hace décadas y que se refieren al territorio (por ejemplo, el tren litoral, ese que tiene que ir, como mínimo, hasta Marbella y que a nadie le da la gana hacer). Esa lista se envió a la Junta y esta a su vez debe mandarla al Ejecutivo de Pedro Sánchez. Este repartirá. El alcalde, Francisco de la Torre, que se las ve venir ha pedido colaboración y lealtad institucional al Gobierno central, sobre todo para que, aunque nadie lo diga, la mayor parte de esos fondos no vayan a calmar la voracidad nacionalista en aquellos territorios que sí saben hacerse valer, no como Andalucía. Veremos.

El caso es que todo el mundo habla de los Next Generation sin saber muy bien cuánto maná europeo caerá del cielo ni qué proyectos se podrán pagar con el mismo. El Ayuntamiento ha pedido, la Diputación también y todos los consistorios que usted y yo tenemos alrededor, en este territorio que, aunque a veces se reivindique así, no piensa como tal (¿no sería necesario tener cumbres de alcaldes de vez en cuando? Me refiero a los de Torremolinos, Rincón de la Victoria, Málaga, y los del Valle del Guadalhorce, que al fin y al cabo han de compartir suelo y proyectos). Por pedir, el Consistorio malagueño quiere hasta hacer los dieciséis itinerarios de carriles bici que ha proyectado con dinero europeo. Y el auditorio, la reconversión de la cárcel de la Cruz de Humilladero en un contenedor cultural u otros que entran de lleno en la movilidad sostenible, la transformación digital o las energías renovables. Estaría bien que supiéramos, de vez en cuando cuáles son las prioridades de nuestros políticos, porque hacerlo todo a la vez es imposible. Aquí hemos dicho alguna vez que, en la eterna cartera de proyectos pendientes que maneja el regidor, habría que introducir tal vez un sistema que gradúe, de mayor a menor importancia, lo que nos conviene como ciudad y luego ir haciéndolo, aprovechando, claro, el maná europeo cuando se pueda, pero también tirando de fondos propios o de esa colaboración público-privada que debería empezar, fíjense qué revolucionario estoy hoy, por un trato justo y digno a sus propios empleados y un salario digno. Está bien pedir, pero a veces ser político ha de consistir, también, en administrar el realismo. Nos iría algo mejor a todos.

Esto pasa, insisto, estos días en todas las instituciones. Si no, ocurrirá como en Cataluña, que se prometió la independencia y tras esa independencia de varios segundos sólo vino la decepción. Decepción por cómo se van a repartir esos fondos en España y Andalucía (los ayuntamientos sólo gestionan el 4%), una decepción comparable a la de consumir una ensalada de quinoa cuando se está hambriento de carne (¡ay, Garzón!) Así estamos ya algunos en esta quinta ola, la última de la marejada, con la quinoa acechando en el estante más escondido de nuestra cocina esperando caer sobre nosotros y hacernos suyos.