Opinión | La señal

Encuentro en Abu Dabi

El rey Juan Carlos I en una imagen de archivo.

El rey Juan Carlos I en una imagen de archivo. / EP

Juan Carlos I no es de los que llega tarde a propósito para marcar una posición preminente, además, ahora su figura no tiene ninguna relevancia política si no es negativa. Llegó diez minutos tarde por una llamada imprevista que le retuvo en el último momento en su residencia de la isla Nurai, donde vive. Ella estaba sentada, y aunque una señora nunca debe levantarse ante un caballero, si es su Rey… lo hizo muy gustosa y desplegando todo el poderío de sus labios, en esta ocasión color coral.

El Emérito llevaba la mascarilla no sabía dónde, la americana perfectamente abrochada y seguía apoyándose en un bastón, aunque se desplazaba más ligero de lo que se supondría conociendo su peso. «¿Cómo estás? Te recuerdo tanto…», y ella le devolvió un «yo también» con una mirada fija de punta de diamante. Él había entrado solo con dos escoltas, otro estaba junto al Mercedes y el cuarto se encontraba de descanso en la playa.

Los dos vestían algo informales, lo que no quita que su pañuelo de color fucsia en la chaqueta fijara inevitablemente la atención. Ella, con zapatos bajos de suela roja, de Christian Louboutin, se mantenía relativamente inmóvil en un vestido muy sencillo de Escada de un celeste tan tenue que se diría blanco.

Padre de una gacela significa el nombre del emirato, que se encuentra en una isla en forma de T, sede del gobierno de Emiratos Árabes Unidos y de la familia real emiratí. El pequeño país, y tiene su importancia, cuenta con una elevada renta media ya que es uno de los mayores productores de petróleo del mundo.

El 99 Sushi Bar de Abu Dabi, de una excelente comida japonesa contemporánea, y con sello español, es un local de éxito por el que pasan famosos de la política y presidentes de gobiernos o, lo que es lo mismo, del cine, y deportistas, hombres de negocios… Allí servían los exquisitos atunes tarraconenses de Balfegó, procedentes del Estrecho, sí, pero criados frente a la costa catalana y capturados con el sumo cuidado del iki jime para evitar el estrés del pez al morir. Bueno, el restaurante es de los hermanos Fernando y Pedro de León -en Ponzano 99, Madrid, levantaron su primera experiencia culinaria-, con varios locales en España, uno en Marbella, excelente, y su hombre en Emiratos es Jaime Castañeda, la discreción personificada, como los diez camareros de la sala y la terraza. Ellos decidieron la intimidad del salón privado y ya tenían servidas sus copas con un Vega Sicilia Único que aguardaba, a la temperatura adecuada, a la derecha del monarca sin trono.

Los cristales de Baccarat chocaron a la altura de sus ojos y mientras que ella solo se mojó los labios, una de las formas más elegantes de no beber, el Señor degustó el vino en nariz y boca antes de permitir que pasara a su interior.

- Bueno, ¿qué tal este dorado retiro? -y agitó ligeramente su corta melena de fuego sin poder evitar que los pendientes danzaran bajo sus lóbulos-.

- No es lo material lo que me importa, es todo lo que ha pasado y cómo sigue pasando. No quisiera morirme dejando este broche en el recuerdo de los españoles. Pero esto también es servir a España, lo reconozco. Si tengo que estar aquí porque es lo que más conviene a España, aquí seguiré.

- Seguro que quieres decirme algo importante. Has alquilado un avión para traerme…

- Fíjate, es curioso. Por una parte, quiero separar lo personal de lo que ahora vas a escuchar, pero por otra… si no fuera porque te conozco en lo personal, no estaríamos hablando ahora.

- Majestad, también sabes el respeto que te tengo y de lo que soy capaz por España.

-Por eso, me atreví a llamarte. Yo te pido…, recuerdas cuando jugábamos en Suiza bajo los rayos de sol que rebotaban en la nieve… Bien, pues ahora no se trata de nosotros - y extendió sus manos hacia las de ella sujetándolas con fuerza durante unos instantes-. Las cosas están muy mal. Mira… -y empezó a hablar sin ni siquiera tocar el sushi recién servido-. María Zambrano había adelantado:

Que todo se apacigüe como

una luz de aceite.

Como la mar si sonríe,

como tu rostro si de pronto

olvidas.

Olvida porque yo he olvidado

ya todo. Nada sé.

Cerca de ti nada sé.

Nada sé bajo tu sombra,

amarilla simiente del árbol

del olvido.